Los disturbios confesionales, 'carga de profundidad' contra la estabilidad futura del régimen de Indira Gandhi

Ni la posición de la primera ministra, Indira Gandhi, ni la estructura política india parecen estar en grave peligro a medio plazo, a pesar le los disturbios confesionales que han ensangrentado en los últimos meses los Estados de Punjb y Maharastra. No obstante, la herida causada a una estructura de Estado basada teóricamente en la convivencia pacífica de razas, castas y religiones tardará en curar muchos años, si es que cicatriza, y constituye una peligrosa carga de profundidad contra la estabilidad futura de la India.

"No soy en absoluto una dama de hierro", aseguraba el pasado...

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Ni la posición de la primera ministra, Indira Gandhi, ni la estructura política india parecen estar en grave peligro a medio plazo, a pesar le los disturbios confesionales que han ensangrentado en los últimos meses los Estados de Punjb y Maharastra. No obstante, la herida causada a una estructura de Estado basada teóricamente en la convivencia pacífica de razas, castas y religiones tardará en curar muchos años, si es que cicatriza, y constituye una peligrosa carga de profundidad contra la estabilidad futura de la India.

"No soy en absoluto una dama de hierro", aseguraba el pasado mes de marzo Indira Gandhi en una entrevista concedida al semanario francés Le Nouvel Observateur. Curiosamente, la hija del Pandit Nehru, que vivió los efluvios del poder en todas sus dimensiones desde que, casi una niña, se sentaba a los pies del Mahatma Gandhi, considera a éste -apóstol de la no violencia y de la resistencia pacífica- como un auténtico hombre de hierro, que, "una vez que decidía el camino a seguir, era inflexible".Indira, sin embargo, a pesar de su imagen, es uno de esos animales políticos en los que la dureza no es sino una manifestación más del ejercicio de la política, que se une a la negociación y el compromiso siempre que resulta necesario.

La primera ministra india es, ciertamente, la mujer que dio orden al Ejército -mandado para tan especial ocasión por un sij- de asaltar, el pasado 6 de junio, el Templo Dorado de Amritsar, al precio de la violación del máximo lugar sagrado de los sijs y de una espantosa matanza, de la que no escapó el líder radical Sant Jarnail Singh Bhindranwale. Fue ella quien, en 1975, declaró un estado de emergencia, que llevó a la cárcel a decenas de miles de opositores y amenazó las bases democráticas del sistema. Y fue también ella quien propició la secesión de Bangladesh en 1971, a costa de una guerra con Pakistán que costó al menos 10.000 vidas.

Pero Indira Gandhi es, en sorprendente simultaneidad, la mujer que proclama unos principios fundamentales de sus 16 años de poder que, de ser respetados escrupulosamente, lo que no siempre ocurre, la situarían como un caso singular en el Tercer Mundo: democracia, laicismo, socialismo y política exterior independiente. Es la mujer que, durante la dura travesía del desierto que siguió a su derrota electoral de marzo de 1977, soportó la proscripción y la cárcel y supo crear, de las cenizas del partido de su padre, el Congreso, un nuevo edificio político, el Congreso (I), que, en cuestión de meses, recuperó espectacularmente el poder, tras utilizar a fondo su habilidad para el compromiso, para romper alianzas ajenas y crear las propias.

Ésta es la imagen política de la mujer que ordenó actuar a la policía con contundencia durante las nueve noches de luto que ensangrentaron el pasado mes de mayo el estado occidental de Maharastra y en las que 230 personas murieron, 780 resultaron heridas, 5.000 fueron detenidas y otras 60.000 quedaron sin hogar. En esa explosión de violencia interconfesional (similar a la de 1969, en los mismos escenarios, cuando hubo 120 muertos), los hindúes y los musulmanes lucharon entre sí y los musulmanes lucharon contra la policía y el Ejército. Como en febrero y marzo de 1983, cuando la xenofobia nacionalista de los radicales hindúes del Estado de Asam contra los inmigrantes musulmanes de Bangladesh provocó un baño de sangre en el que murieron de 5.000 a 5.000 personas, la falta de habilidad de Indira Gandhi fue señalada como responsable moral del desastre.

Siempre se ha dicho que la religión corta en seco los fermentos de descontento social en la India. Sólo así se explica, desde una perspectiva occidental, cómo una realidad social en la que la demografía (730 millones de habitantes hoy, 1.000 millones en el año 2000) y la miseria (42% de la población por debajo del límite de la pobreza) no ha conducido ya a una explosión revolucionaria.

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Cuando llega la noche, millones de personas en Bombay, Calcuta, Madrás, Delhi y cientos de ciudades más extienden sobre su único hogar, el suelo, sin más techo que las estrellas, una simple esterilla sobre la que duermen. Hasta ellos no llega el socialismo que proclama Indira Gandhi. ¿Por qué no se rebelan? La culpa, o el mérito, se asegura, es de la religión. Pero es difícil creerlo cuando, en nombre de la religión, murió cerca de un millón de personas en el difícil parto de la independencia, en 1947, o cuando las matanzas de los últimos años, de los últimos meses, incluso de las últimas semanas, se han hecho en nombre de Siva, de Alá o del guru Nanak de los sijs.

Hay en la India un 83% de hindúes (incluyendo 100 millones de intocables), un 12% de musulmanes, un 2% de sijs. Y el detonante de la gran revolución del futuro, antes que la miseria y las diferencias sociales, podría ser la imposible coexistencia de diversas confesiones aunque, si se escarba bajo la superficie se termina encontrando también grandes razones económicas: la disputa. del pan y el trabajo en Asam, la miseria extrema de Bombay y otras ciudades de Maharastra, la lucha por las aguas de riego en Punjab.

Los efectos de la fuerza

Una de las claves de los enfrentamientos interconfesionales en Punjab, que culminaron con el asalto del Ejército al Templo Dorado de Amritsar, fue la bomba de relojería que Indira Gandhi colocó hace años -al ayudar económicamente al líder extremista Bhindranwale, a través de su hijo Sanjay- en el partido moderado sij, Akali Dal, máximo rival en la disputa del poder en el Estado del Congreso (I).Aunque el extremismo de Bhindranwale no contaba con el apoyo de la mayoría de la población sij, e incluso algunos políticos de esta confesión se habían manifestado en favor de una solución de fuerza en su contra, la violación de su máximo lugar sagrado y la inusitada explosión de violencia en el ataque han enajenado a la primera ministra el apoyo de los más de 12 millones de sijs.

No obstante, el balance puramente matemático de los efectos políticos de la acción de fuerza parecen favorables a Indira Gandhi, que ha jugado la baza hindú, quizás con la mente puesta en las elecciones legislativas a celebrar dentro de seis o siete meses.

Pero en la India la matemática no lo es todo y un permanente foco de inestabilidad en Punjab puede hacer peligrar, no hoy ni mañana, pero sí tal vez pasado mañana, el delicado engranaje que hace posible la ficción de que un continente diverso es un país sólido. La vecindad de Pakistán es un elemento desestabilizador más. No en vano este país une a sus numerosas cuentas pendientes con Nueva Delhi la de la pérdida de su provincia orienta¡, convertida en un país independiente, Bangladesh, a favor de una vecindad geográfica, étnica y cultural. Y Pakistán puede intentar un día cobrar la deuda.

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