Tribuna:

Expansión

Si no entiendo mal, esta ley polémica de la Función Pública pretende frenar la expansión de la burocracia española. Por lo pronto, el proyecto Moscoso ha conseguido poner en pie de guerra a los funcionarios, lo cual es un verdadero acontecirniento histórico en los anales de un cuerpo social que se pasó el siglo sin rechistar, acumulando puntos, pluses, trienios, escalas y escalafones, mientras contemplaba a través de la ventanilla del negociado, con aire de fastidio, el desfilar de repúblicas, dictaduras y monarquías.El error de base de esta reforma consiste en combatir la irrefrenable tendenc...

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Si no entiendo mal, esta ley polémica de la Función Pública pretende frenar la expansión de la burocracia española. Por lo pronto, el proyecto Moscoso ha conseguido poner en pie de guerra a los funcionarios, lo cual es un verdadero acontecirniento histórico en los anales de un cuerpo social que se pasó el siglo sin rechistar, acumulando puntos, pluses, trienios, escalas y escalafones, mientras contemplaba a través de la ventanilla del negociado, con aire de fastidio, el desfilar de repúblicas, dictaduras y monarquías.El error de base de esta reforma consiste en combatir la irrefrenable tendencia hacia la espesura funcionarial con más literatura administrativa, cuando todo el mundo sabe que el monstruo burocrático no obedece a la lógica de la cultura sino de la naturaleza. La expansión burocrática es la fiel versión mundana de las leyes que rigen la expansión del universo. Por eso la ley Moscoso resulta de una ingenuidad entrañable. Ignora que el funcionario público es un ser que se expande naturalmente hacia el infinito burocrático, por encima de las coyunturas políticas y por debajo de las reformas administrativas.

Basándome en los célebres trabajos del doctor Parkinson, el Einstein del universo burocrático, sostengo que basta un funcionario instalado en una oficina pública, solamente uno, para que al cabo de un tiempo se reproduzca por endogénesis la apabullante maquinaria burocrática. Ocurre aproximadamente así: el trabajo de ese hipotético funcionario empezará a expandirse misteriosarnente hasta llenar el tiempo para su ejecución. Exigirá entonces de los superiores un número de subordinados -nunca rivales- que le ayuden a cumplir la tarea para la que fue nombrado. Bastarán unas semanas para que, a su vez, el trabajo burocrático de los subordinados se expanda diabólicamente, hasta abrumarlos por completo. Como la maquinaria ya no puede detenerse, irrumpirá en la oficina otro contingente de subalternos de los subordinados, y así hasta reproducir cuerpo a cuerpo, escala a escala, la gran pirámide atroz. Se me objetará que hay métodos para impedir la expansión dé ese trabajo circular e inútil. Eso sólo implica desconocer la quinta ley de Parkinson: Si existe unaforma de demorar una decisión, el buen funcionario la encontrará.

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