VIAJES

Túnez: los oasis del Djerid, el país de las palmeras

Cuatro oasis habitados por beréberes conviven con un inmenso desierto al Sur

Todo el sur de Túnez es un gran desierto, tierra pelada y lisa donde sólo crece el alfa, una hierba dura y grisácea que apenas puede llamarse vegetal; desierto que se hace Sáhara, arena fina y dunas doradas en su extremo oeste, casi en la frontera con Argelia. Justo en el centro del país, atravesándolo por entero, se extiende la depresión del Chott Djerid, el más amplio de los lagos salados tunecinos, cubierto de escasos centímetros de agua durante el invierno, reseco, aplastado y quebradizo, inmóvil en el largo verano.De Gabes, el oasis de las 300.000 palmeras que llegan hasta el Mediterráneo...

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Todo el sur de Túnez es un gran desierto, tierra pelada y lisa donde sólo crece el alfa, una hierba dura y grisácea que apenas puede llamarse vegetal; desierto que se hace Sáhara, arena fina y dunas doradas en su extremo oeste, casi en la frontera con Argelia. Justo en el centro del país, atravesándolo por entero, se extiende la depresión del Chott Djerid, el más amplio de los lagos salados tunecinos, cubierto de escasos centímetros de agua durante el invierno, reseco, aplastado y quebradizo, inmóvil en el largo verano.De Gabes, el oasis de las 300.000 palmeras que llegan hasta el Mediterráneo, nace la carretera que atraviesa Túnez de Este a Oeste, muriendo a las mismas puertas del Sáhara. Kilómetros y kilómetros de tierra estéril, pedregosa, parduzca y desoladora. Es el desierto, algo así como nuestros Monegros a lo grande, sin más fronteras que el mar a un lado y las dunas al, otro. El asfalto lo cruza en línea recta uniendo oasis milagrosos de palmeras y casas de tierra. A lo lejos se mueven, lentos, rebaños de ovejas, alimentándose de hierbas casi minerales, cuidados por los nómadas. Sus tiendas, pardas, pegadas al suelo, se confunden con la superficie terrosa que las rodea y envuelve. Kebili, a las puertas del Chott, marca el fin de la primera etapa y el comienzo de la fantástica región del Djerid.

Antes habrá que bajar hasta Douz: ante nuestra vista las palmeras se agrupan en mínimas islas como archipiélago en un mar inmóvil. La tierra cobra la textura de la arena, delgada y fina. Douz es la puerta del Sáhara tunecino. Tan sólo 10 kilómetros más allá, el mundo se convierte en dunas interminables, colinas de arena en todo gemelas, indistinguibles, transitable con un buen guía y en vehículo adecuado.

Vuelta a Kebili para enfrentarse con el Chott, el que fuera obstáculo insalvable para los viajeros más intrépidos. Hoy una pista elevada lo cruza sin ningún peligro, alcanzando el Djerid, el país de las palmeras, La superficie de sal, que adquiere todas las tonalidades del blanco al malva, impecablemente planchada de una hermosura rayana en el espanto, sirve de alojamiento a los espejismos urdidos por la luz y sus reflejos. El sol rebota en la laguna seca como en un cristal y crea una atmósfera translúcida, lechosa, perfectamente irreal.

Cuatro oasis forman Bled El Djerid, los cuatro situados en la estrecha franja de terreno desértico que separa dos lagos salados. Habitados por beréberes fundando una poderosa ciudad, Nepta, de la que no queda nada más que el nombre (Nefta). Su fama actual sé debe sobre todo a sus dátiles, únicos en el mundo entero, suaves y de color ámbar, que se exportan a todos los países. Siglo tras siglo las palmeras se llenar de los racimos que dieron prosperidad a estas tierras.

Tozeur es la capital de la región. Una ciudad hecha de ladrillo, plana, blanquecina, envuelta en una, bruma que parece nacer permanentemente del desierto, rodeada de inabarcables extensiones de palmeras. Se sigue construyendo a la antigua manera, tomando como base unos ladrillos anchos y bastos y adornando las fachadas de casas y mezquitas con dibujos geométricos. El mismo tipo de construcción que sus hermanos de religión, los mudéjares, utilizaron en la España cristiana. Del Tozeur original, aquel. que tuvo gran auge económico en los siglos XIII y XIV, apenas queda nada. Algunas construcciones del barrio de Ouled Hadef o el minarete de la antigua mezquita. Hoy la atracción más celebrada de Tozeur la constituye su zoo, que reúne una muestra de la fauna del desierto y del Sáhara. Tijani Geghil la fue creando personalmente. Allí se pueden ver las ratas y los zorros blancos que habitan en los oasis. Los escorpiones y las víboras que viven en sus alrededores, vigilando a las que serán sus presas, las hienas que tienen su refugio en las montañas. Hasta queda como muestra un pacífico león cuyos hermanos hace tiempo que abandonaron ya Túnez. Y un dromedario que bebe coca-cola con más dedicación que cualquier yanqui.

Nefta, a 25 kilómetros de Tozeur, es la ciudad santa del Djerid. Coronada de cúpulas y minaretes, su perfil se recorta. como un sueño en la superficie tersa del desierto. Al fondo, la famosa corbeille, la cesta de las palmeras, con sus dátiles casi transparentes. Romana primero, islamizada después, Nefta fue centro del sufismo y hoy sigue siendo una ciudad santa, cuajada de mezquitas y zauïas, escuelas coránicas, blanca y terrosa, hermosa como un milagro en el fin del mundo.

Desde Nefta se puede seguir la pista que, volviendo a Tozeur y pasando por El Hamina, sigue la ruta de los oasis de montaña. Habrá que atravesar primero el Chott Gharsa para toparse de lleno con la línea de las montafías, violáceas y secas, de crestas recortadas, sin asomo alguno de vegetación. Una mancha verde en sus laderas nos anuncia de forma inconfundible la existencia de un oasis. Es Chebika. Se puede subir andando hasta la misma fuente de donde nace el agua. Dicen que viene de la cercana Argelia atravesando las entrañas de los montes resecos. Pocos lugares he visto en el mundo tan hermosos como aquél. Desde lo alto, la tierra es toda desierto liso y blanquecino. Justo al pie de las montañas, gracias al arroyo recién nacido, crecen, innumerables, las palmeras, y se extiende un pueblo que fue abandonado en los años sesenta a causa de una terrible peste. Los supervivientes volvieron tiempo más tarde y construyeron un poblado nuevo, metros más abajo, apegados como estaban a su oasis.

La pista sigue, dando tumbos, bordeando las terribles montañas, alcanzando sus puntos más altos, permitiendo contemplar una belleza terrorífica, un mundo deshabitado, mineral, golpeado por los vientos y las lluvias torrenciales que de cuando en cuando caen como huracán. Extenso, verde, con rumor de agua, se extiende unos kilómetros adelante el oasis de Tamerza, con sus dos poblados gemelos, como Chebika, asolado también por la peste. Mides -más montañas, más desierto, más colores terrosos y atmósfera limpia- es el punto final, la frontera con Argelia, el último oasis tunecino.

ALGUNAS ADVERTENCIAS

Túnez es un país islámico; sin embargo, es extremadamente tolerante tanto en sus propias prácticas religiosas como con otras religiones. El alcohol, a diferencia de lo que ocurre en otros países árabes, es una bebida común en hoteles y restaurantes. No hay que olvidar la extendida fama que tienen los buenos vinos tunecinos.-La moneda es el dinar, que se fracciona en mil milimes. En España no se puede cambiar, pero sí en Túnez las pesetas. El cambio aproximado es un dinar = a unas 200 pesetas. Conserve todos los resguardos del cambio porque no se pueden sacar dinares y tendrá que volverlos a cambiar, si le sobran, en la misma frontera.

- Los precios son algo más baratos que en España, pero no mucho más. Un ejemplo: el mejor hotel de los oasis, el Sáhara Palace, en Nefta, un lujo estrepitoso en pleno desierto, recomendable sin lugar a dudas, cuesta 6.000 pesetas por noche.

COMPRAS

Es muy recomendable la artesanía del desierto, beréber, principalmente los tejidos. Son muy hermosos los llamados mergum, tapices con dibujos beréberes, así como las joyas hechas con plata. Y sin duda, es muy interesante toda la gama de objetos y productos de uso diario en la vida cotidiana de los oasis: cerámica, henna para el pelo, babuchas, etcétera.

EL VIAJE

Hay vuelos directos desde Madrid y Barcelona a Túnez. Los realizan Tunis Air e Iberia. El procedimiento más barato, sin embargo, es apuntarse a un viaje organizado. Los hay de muchos precios y con distintas modalidades. La más simple de todas ellas es contratar el vuelo y la estancia en algún lugar de la costa.Existe también la posibilidad de contratar desde España la excursión por los oasis. Touring Club es una de las organizaciones más especializadas en este destino. También lo hacen Mundicolor y Politours. Los precios aproximados son unas 50.000 pesetas para una semana de estancia y unas 70.000 pesetas si incluye el recorrido por la denominada ruta de los oasis.

Para mayor información sobre todos estos aspectos, dirigirse a la Oficina de Turismo Tunecino, Torre de España, planta 12, oficinas 4 y 6, Madrid, teléfono 248 14 35.

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