Editorial:

Peripecias culturales

TODAS LAS peripecias que vienen siguiéndose desde el momento en que se denunciaron las irregularidades de un desfile de modelos de una sola entidad comercial en el Museo de Arte Contemporáneo parecen mostrar una considerable debilidad democrática en sus responsables-irresponsables. Siguiendo deplorables costumbres, la Administración se ha inflado de asesores cuyo principal papel es el de no asesorar más que vagamente y no ser escuchados más que cuando coinciden, pero sí en cambio prestar unos nombres de mayor o menor importancia y prestigio a algunas fórmulas que podríamos denominar autocrátic...

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TODAS LAS peripecias que vienen siguiéndose desde el momento en que se denunciaron las irregularidades de un desfile de modelos de una sola entidad comercial en el Museo de Arte Contemporáneo parecen mostrar una considerable debilidad democrática en sus responsables-irresponsables. Siguiendo deplorables costumbres, la Administración se ha inflado de asesores cuyo principal papel es el de no asesorar más que vagamente y no ser escuchados más que cuando coinciden, pero sí en cambio prestar unos nombres de mayor o menor importancia y prestigio a algunas fórmulas que podríamos denominar autocráticas.Trasplantada esa realidad al Patronato del Museo de Arte Contemporáneo y, en otra medida, al del Museo del Prado, el resultado está siendo humillante para aquellos a los que se supone el patronazgo; no sólo no se les consultan decisiones trascendentales, sino que incluso cuando quieren dimitir o alejarse el Gobierno les presiona descaradamente para que no lo hagan. Todas estas (malas) costumbres lo serían por sí mismas, pero quedarían atenuadas si la función autocrática se hiciera con solvencia o, por lo menos, dignidad; no obstante, parece hasta ahora estar presidida por la inconsciencia de lo que se hace y respaldada por la calumnia o el desplante a quienes señalan el cúmulo de los errores, hasta con la pequeña tontería de indicar que "hacen el juego a la oposición" a aquellas personas -dentro de los patronatos- que disienten y que están mucho más lejanas de la oposición que del Gobierno que les nombró para nada. La política de adquisiciones, los horarios arbitrarios, el manejo de los presupuestos, las condiciones de las muestras y de los museos, la utilización de las reservas, las condiciones de restauración, las medidas de conservación son otros tantos capítulos criticables -y criticados- de la gestión de Cultura en este terreno. Para quienes insisten en que este periódico realiza una "campaña orquestada" en el caso del de Arte Contemporáneo, les sugerimos una visita, sin séquitos ni protocolos, a sus dependencias. La suciedad, el caos, la desorganización museística compiten allí con el desprecio hacia la riqueza artística que se expone. Los premios nacionales de nuestro arte son maltratados en espacios infames y mal dispuestos, mientras que los visitantes de la impresionante exposición de Cézanne no reciben ninguna de las ayudas clásicas en este tipo de muestras: explicaciones legibles, audífonos auxiliares, iluminación adecuada... El final de fiesta consistente en contemplar las nuevas adquisiciones del museo es revelador. No sólo es discutible el criterio, precio y forma como se han llevado a cabo. Es posible incluso contemplar grabados de Picasso desprendidos de su marco y comprobar las condiciones inaceptables de conservación de algunas obras. Si encima se recuerda que con estas nuevas adquisiciones fue favorecido el biógrafo oficial del vicepresidente del Gobierno, la sospecha es irritante.

Toda esta cuestión de los museos es de mayor envergadura por lo que supone de patrimonio incalculable y de fuente de riqueza permanente, aun mermada -y ello es loable, y se elogió a su tiempo- de los ingresos por entrada de los ciudadanos españoles. El Gobierno debe por ello una explicación a la opinión pública sobre todo esto, y los responsables directos, por lo menos, el cese.

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