Cartas al director

La ignorancia de los ateos

Ya los ateos dejaron de ser una representación demoniaca terrenal, ya no tienen rabo, ni cuernos ni tenedor. Hace muchos años que esta vía quedó agotada; así no se les podía combatir. Más tarde hubo de ser utilizado otro recurso más refinado. Consistía en reducirlos a seres de naturaleza perversa, amoral, corrupta y materialista (obsérvese cómo, sobre todo esta última cualidad, se puede fácilmente constatar por el hecho de que la mayoría de los multimillonarios de nuestros días son ateos). Parece que esta otra vía tampoco cuajó lo suficiente como para conseguir acabar con ellos. Pero ahora Jua...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Ya los ateos dejaron de ser una representación demoniaca terrenal, ya no tienen rabo, ni cuernos ni tenedor. Hace muchos años que esta vía quedó agotada; así no se les podía combatir. Más tarde hubo de ser utilizado otro recurso más refinado. Consistía en reducirlos a seres de naturaleza perversa, amoral, corrupta y materialista (obsérvese cómo, sobre todo esta última cualidad, se puede fácilmente constatar por el hecho de que la mayoría de los multimillonarios de nuestros días son ateos). Parece que esta otra vía tampoco cuajó lo suficiente como para conseguir acabar con ellos. Pero ahora Juan Arias ha encontrado, por fin, la solución. El truco está en no darles importancia, porque son unos ignorantes. ¿Cómo aporta él su granito de arena a esta labor? Publicando un artículo, que titula llamativamente Dios no está de moda, en el diario de mayor tirada de su país (EL PAIS, 23 de abril de 1984), en el que afirma, en un alarde de inmensa lucidez: "...Hoy nadie se atreve ya, fuera de un gran ignorante, a declararse ateo, ni siquiera anticlerical. Se dirá al máximo: 'No soy creyente, pero tampoco ateo'". Y con esta enigmática frase final, el ateo en cuestión, en su suprema ignorancia (claro, es ateo), no consigue más que quedarse, primero, perplejo, sumido en la desesperación de no encontrar el resquicio que queda entre él y el creyente y, segundo, profundamente avergonzado de ser tan zote. He ahí la fórmula: todos se sentirán avergonzados de su ignorancia y, si no se hacen creyentes, al menos dejarán de ser ateos. ¿No es genial? ¡Y la Iglesia luchando tantos siglos contra el ateísmo! ¿Cómo no se les habrá ocurrido antes? /

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En