Tribuna:

Ellas se van

Ellas se van a comprar tabaco y ya no vuelven. Un buen día esas chicas de 30 años, tan sanas y eficientes, cogen los bártulos sin mover una pestaña, dejan al marido con los hijos sentado en el sofá viendo Ramingo road y se largan con otro. No tienen corazón. Y los psicólogos modernos lo saben. Los machistas clásicos que cubren su pecho ensortijado con camiseta de felpa aún creen que las mujeres son máquinas lloronas, encremadas, de tiernas manos, con dos biberones colgados en las costillas delanteras. Si el negocio de embutidos marcha bien, las visten con un abrigo de astracán, les paga...

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Ellas se van a comprar tabaco y ya no vuelven. Un buen día esas chicas de 30 años, tan sanas y eficientes, cogen los bártulos sin mover una pestaña, dejan al marido con los hijos sentado en el sofá viendo Ramingo road y se largan con otro. No tienen corazón. Y los psicólogos modernos lo saben. Los machistas clásicos que cubren su pecho ensortijado con camiseta de felpa aún creen que las mujeres son máquinas lloronas, encremadas, de tiernas manos, con dos biberones colgados en las costillas delanteras. Si el negocio de embutidos marcha bien, las visten con un abrigo de astracán, les pagan la permanente en la peluquería, las obligan a hacer canelones y las cabalgan con grandes risotadas en la noche del sábado. Se trata de la vieja escuela. A algunos les funciona.En cambio, los cuarentones neuróticos, jeques de mayo con mala conciencia, han dado un paso adelante. Sus esposas progresistas están interiormente rebeladas, ellos realizan en ciertas ocasiones el supremo esfuerzo de ponerse un delantal, en la casa se oyen todavía gritos de igualdad y la pareja se neutraliza en largos períodos de silencio. Probablemente el hombre ha acariciado en secreto la idea de separarse, pero la decisión siempre aplazada se convierte en una tortura varonil, entre el orgullo y la destrucción, que lo transforma en un ser pálido. Este macho cuarentón analiza durante el insomnio la propia soledad, el daño que puede causar, el futuro de los hijos, las lágrimas inminentes, y deja pasar otro fin de semana.

Ahora son ellas las que se divorcian. Ha llegado una generación de mujeres de 30 años que una tarde mete el cepillo de dientes en el bolso y se esfuma por la puerta falsa sin decir una palabra. Ellas no se plantean ningún trauma. Un día se enamoran de un canadiense y sólo necesitan media hora para fugarse con él a Tahití o a Venta de Baños. Aunque parezca lo contrario, la hembra moderna adopta una frialdad rápida y ciega cuando le conviene y está preparada psicológicamente para saltar cualquier obstáculo. El marido se debate en la duda agónica de comunicarle una idea lejana de separación, pero al volver la cara ya no la ve. En ese momento su mujer está con el amante abordando el avión.

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