Tribuna:

Por una poética 'a posteriori'

El debate sobre el ser o no ser de la poesía y la voluntad de pureza o de comunicación de la palabra poética entretuvo a poetas y teóricos en la primera mitad de este siglo. Hoy día, definitivamente resignada a la obsolescencia social, la poesía ha dejado de ser materia de teóricos y se ha convertido en cosa de poetas o en pretexto de currículos para antólogos y profesores de literatura. La discusión sobre el sujeto poético ha sido siempre una insuficiente discusión que en sus aspectos modernos nace en Goethe con su tesis del sujeto interrelacionado o compartido (autor-lector) y deriva hacia l...

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El debate sobre el ser o no ser de la poesía y la voluntad de pureza o de comunicación de la palabra poética entretuvo a poetas y teóricos en la primera mitad de este siglo. Hoy día, definitivamente resignada a la obsolescencia social, la poesía ha dejado de ser materia de teóricos y se ha convertido en cosa de poetas o en pretexto de currículos para antólogos y profesores de literatura. La discusión sobre el sujeto poético ha sido siempre una insuficiente discusión que en sus aspectos modernos nace en Goethe con su tesis del sujeto interrelacionado o compartido (autor-lector) y deriva hacia la opción moral romántico-social del autor como portavoz de la colectividad o la no menos romántica opción moral individual del autor como sujeto exclusivo que escribe en primera y última instancia para sí mismo. La organización sociocultural realmente existente ha propiciado la decantación hacia la segunda opción moral. La poesía o es un valor de uso para minorías poetizadas (generalmente para un mercado endogámico de poetas) o es un valor de cambio estatalizado que pasa por los filtros del dirigismo cultural y llega incluso a ser poesía de masas.En uno y otro caso el poeta sigue lingüísticamente condicionado por el patrimonio poético que le precede o que le envuelve, escoge una posición moral y manipula una masa lingüística equis a lo largo y ancho de un papel blanco, mancha lingüística muda, de sonoridad visualizada, que gracias al verso libre puede conseguir la no puntuación y un recorrido respiratorio sin otro límite que los cuatro puntos cardinales de la rectangularidad del papel. Aunque sean conceptos aproximados, lo que distingue a un poeta occidental de un poeta oriental es que en la economía libre de mercado la palabra poética va fatalmente ligada a esa sonoridad muda del vehículo libresco y en las sociedades socialistas de cultura dirigida el poeta puede recitar en público y condicionar su lenguaje a la sonoridad de la palabra viva y a la receptibilidad del público inmediato. Si en Occidente la poesía se ensimisma, en los países socialistas la vivificación de la palabra se hace al precio de su conformidad con la verdad establecida, y lo que aparentemente carga de historicidad a la palabra poética de hecho la deshistorifica por el procedimiento de burocratizarla. "El momento histórico -escribe Adorno- es constitutivo de las obras de arte. Son auténticas aquellas que, sin reticencias y sin creerse que están sobre él, cargan con el contenido histórico de su tiempo".

Dentro de la zona cultural en la que vivimos todo conduce al ensimismamiento poético, lo que es más discutible en el terreno de la novela. La poesía ha dejado definitivamente de participar de la peligrosidad social de los medios de comunicación de ideas y me atrevería a escribir inmediatamente que la poesía ha alcanzado una radical irresponsabilidad social que le permite una pluralidad moral y lingüística sin precedentes. siempre que no salga de la jaula del libro. Si la poesía se atreve a ser canción o mural, este discurso de irresponsabilidad social asumida se complica, pero tal vez entonces estemos hablando de otra cosa y no de la poesía realmente existente, resultado de una larga y determinada evolución.

El poeta occidental ha llevado las palabras al límite de su jaula y aunque en ocasiones le quepa

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Por una poética 'a posteriori'

Viene de la página 11 la tentación de esperar unas relaciones de producción y, por tanto, de comunicación que propicien otros vehículos al élan poético, lo cierto es que hoy por hoy ha de asumir su territorio real y ha de apreciar lo mucho que experimentalmente queda por hacer en esa pequeña geografía rectangular de la página en blanco. El poeta actual conoce lo relativo de su historicidad y vinculación a la lógica interna de la poesía a través de tiempos y funciones. Sabe que la poesía y la literatura son artificios de palabras en la que ningún material es desdeñable, ni siquiera las ideas; ni siquiera las ideas revolucionarias. La única condición requerida es que las ideas más cargadas de contemporaneidad y agresividad histórica sean manipuladas con la misma frialdad con que se manipulan los adjetivos o los artículos indeterminados. Ningún poeta puede sentirse legitimado por su bondad civil o por su intención histórica, sino por la bondad o maldad de la identificación entre manera y materia.

La ausencia de recientes reflexiones sobre la poesía se contrarresta con la aparición de toda suerte de metodologías de codificación de la lectura y la escritura que hasta ahora no han aportado ninguna opción estética real y que de momento sólo se autojustifican como se autojustifican los cuerpos de abogados técnicos del Estado por la existencia misma del Estado. Y creo que esa ausencia de reflexión sobre leí poesía es fruto de un pudor mal entendido, de un sano sentido del relativismo teórico mal aplicado. Es cierto que la poesía probablemente no existe, pero sí existen los poetas, y en la situación actual los poetas viven en la libertad de su irrelevancia social, de la que sólo salen cuando envejecen, cuando pueden convertirse en señales vivientes del nivel cultural de la elite del poder.

Contra los que sostienen la no necesidad de que cada poeta trate de balbucear su poética, sostengo lo opuesto. Los poetas deben explicar su poética, naturalmente a posteriori, porque en literatura es mucho más creativa la ignorancia de lo que se sabe de su contrario. Y uno de los motivos para ese desvelamiento, y no el menor, sería que, admitida la pequeñez de nuestra sociedad de lectores leídos, podríamos ampliar la generosidad de la tertulia explicando los figurines y las figuraciones en que nos basamos para el corte y la confección de nuestros poemas. Sobre todo en unos tiempos de grave intrusismo en los que algunos novelistas y filósofos carentes de idioma narrativo y filosofador se creen que todo el monte es poesía y en lugar de dar la cara en el mercado de la novela o del pensamiento se refugian en las reservas poéticas porque ignoran que la poesía implica una feroz disciplina lingüística. Novelistas haylos que, amputándose el argumento, la psicología del personaje, la intriga, locos de tiempos y sintaxis, se rompen la crisma contra el espejo de Alicia y en lugar de ver estrellas ven poesías. Y filósofos haylos que, vía aforismo, llegan a la tanka japonesa y a la sospecha de que el cerebro está en la punta de la lengua.

Tal vez el riesgo de decir cómo se ha hecho vacune contra la tentación de imponer cómo se hace.

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