Tribuna:

Andrés Bosch

Mal asunto para un escritor indígena morirse durante el fin de semana, sobre todo si no se ha pertenecido a cualquier círculo de Bloomsbury y jamás se ha escrito una novela de 15 kilos, de esas que se venden con la carretilla incluida y una IBM de pulsera para facilitar la lectura. Andrés Bosch se ha muerto de un infarto a los 58 años de una existencia que empezó en Palma de Mallorca y terminó a las puertas de un fin de semana barcelonés. Me creo en la obligación de emplear unas cuantas líneas para dar la nota bibliográfica que pocos periódicos han dado. Abogado, emigrante a América Latina, bo...

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Mal asunto para un escritor indígena morirse durante el fin de semana, sobre todo si no se ha pertenecido a cualquier círculo de Bloomsbury y jamás se ha escrito una novela de 15 kilos, de esas que se venden con la carretilla incluida y una IBM de pulsera para facilitar la lectura. Andrés Bosch se ha muerto de un infarto a los 58 años de una existencia que empezó en Palma de Mallorca y terminó a las puertas de un fin de semana barcelonés. Me creo en la obligación de emplear unas cuantas líneas para dar la nota bibliográfica que pocos periódicos han dado. Abogado, emigrante a América Latina, boxeador, el estreno literario de Andrés Bosch fue La noche, novela ganadora del Premio Planeta de 1959. En 1961 ganaría el Premio Ciudad de Barcelona con Homenaje privado, y posteriormente publicó La revuelta (1963), La estafa (1965), Ritos profanos (1967), El mago y la llama (1970), El cazador de piedras (1974), Arte de gobierno (1977) y El recuerdo de hoy (1982).Cumplido el expediente informativo mínimo que se merece un escritor que ha escrito e incluso ha publicado, diré que Bosch tuvo extraordinaria importancia oculta como lector profesional, escuchado y casi obedecido por importantes editores barceloneses. En ocasiones, la publicación o no publicacíón de un libro, la decantación de un premio, dependía de un último juicio de Andrés Bosch, introducido en los despachos editoriales por esa puerta de la verdad que sólo atraviesan contadísimos elegidos. Los que le conocimos daríamos fe de su talante deportivo y de una educación literaria que no sólo aprendió en los libros, sino también en la cantidad de literatura que acarrea la vida, pepitas de oro de mayor o menor tamaño que escritores de la escuela de Andrés Bosch esperaban con el agua hasta las rodillas, el cedazo basculante entre las manos y una tonadilla de buscadores de oro en los labios. Perteneció a la promoción de los escritores vivenciales hispánicos, algo emparedados entre los neorrealistas y los otros, y propongo que se le relea un día de éstos y que los críticos digan, algo, aunque sean cuatro cosas, sobre un buen escritor que casi nunca estuvo de moda.

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