Tribuna:

Fumar

Ha subido el tabaco, pero fumar es obrar en el pasado. Aspirar de él a través de una combustión de abuelos atufantes y padres con enfisema. Fumar es hoy el final de una época. Su inhumación y su vapor a un tiempo.El futuro, ya está visto, no tiene humo. El humo era el espeso emblema de la época industrial, efecto del carbón y el hierro al rojo en las siderurgias que son hoy material de derribo. Esta es la época de la electrónica y el rayo abstracto, de la onda y no de la llama. Una época donde incluso el placer ni quema ni unta. Los cuerpos tienden más a buscarse en la aventura del aroma -para...

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Ha subido el tabaco, pero fumar es obrar en el pasado. Aspirar de él a través de una combustión de abuelos atufantes y padres con enfisema. Fumar es hoy el final de una época. Su inhumación y su vapor a un tiempo.El futuro, ya está visto, no tiene humo. El humo era el espeso emblema de la época industrial, efecto del carbón y el hierro al rojo en las siderurgias que son hoy material de derribo. Esta es la época de la electrónica y el rayo abstracto, de la onda y no de la llama. Una época donde incluso el placer ni quema ni unta. Los cuerpos tienden más a buscarse en la aventura del aroma -para la que se necesita el olfato puro- que en la desgarradura de las carnes, para la que se necesitaba la uña corva y oxidada de la nicotina. Fumar es tratar de preservar el pasado y, a la vez, de autoconservarse muerto. Es decir, simulándose exento de las jactanciosas pretensiones del paso del tiempo. Pero el tiempo pasa y el futuro, además de inexorable, ha inventado otros vicios. La nueva era es otra cosa. Comporta otro estilo y nuevos lugares de placer. El vicio, si de eso se habla, ha cambiado de ámbito. Se dirige hacia los intersticios del silencio antes que a la farra, más hacia los tegumentos del cuerpo ambiguo que a la cruda cosecha de los genitales.

Tiene esta nueva era -tras pasar por la depurada amenaza del exterminio- el aire de una aventura sin despilfarros. Ni los sexos están frente a frente para explosionar y derrocharse en los contactos, ni los objetos de placer suelen ser tan gárrulos. Corrientes luminosas, líquidos inconsútiles, cristales líquidos, rayos láser, inteligencias de silicio o programas informáticos de tipo Esprit. Parece todo más intáctil e invisible, más trasparente e inodoro, pero contiene toda la sutileza de la maldad inaugural y la delectación de la trasparencia. Sólo el miedo al precipicio que se abre cuando el tabaco, como una baranda, ya no está, o la inerte propensión a la nostalgia del pretérito al perder su aliento, pueden inducir a acorralar la vida entre la hoguera de esas hebras de antaño. Es decir, pueden inducir a seguir manteniendo nuestro cuerpo en la metáfora de una fábrica industrial con caldera, y a nuestro amado torax piafando y piafando como un antiguo alambique.

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