Tribuna:

Calma

No se haga usted ilusiones. En 1984 tampoco caerá la bomba atómica. Paciencia. En el fondo del cerebro humano existe un orgullo nuclear, y ese cúmulo de profecías sobre una próxima hecatombe planetaria sólo sirve para halagarlo. A mí también me gustaría ver el fin del mundo, si va a ser tan espectacular como dicen. Sentado en una terraza del Mediterráneo, tomando una horchata como un Prometeo mal encadenado a un sillón de mimbre, con la mirada azul bajo un fino sombrero de paja, cualquiera puede soñar con este lujo diabólico: asistir en primera fila a una apoteosis teatral del fuego, con una c...

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No se haga usted ilusiones. En 1984 tampoco caerá la bomba atómica. Paciencia. En el fondo del cerebro humano existe un orgullo nuclear, y ese cúmulo de profecías sobre una próxima hecatombe planetaria sólo sirve para halagarlo. A mí también me gustaría ver el fin del mundo, si va a ser tan espectacular como dicen. Sentado en una terraza del Mediterráneo, tomando una horchata como un Prometeo mal encadenado a un sillón de mimbre, con la mirada azul bajo un fino sombrero de paja, cualquiera puede soñar con este lujo diabólico: asistir en primera fila a una apoteosis teatral del fuego, con una cascada de misiles cabalgados por bailarinas radiactivas del Lido de París. El hombre se siente capaz de destruir la tierra, y en ese sentido ha llegado a la cima en su papel de rey de la creación. Toda la murga que ahora nos dan los adivinos acerca de la última destrucción no hace sino fomentar la vanidad del bebé bélico que habita en el alma de cada vaquero fatuo. Pero no es fácil acabar con el tinglado. Después de la bomba de hidrógeno siempre quedará a salvo un chimpancé que se pondrá a escribir la Ilíada. Y el asunto volverá a comenzar.Hay que desechar la gloria atómica para 1984. Por otra parte, esta semana inicial del año ya nos ha proporcionado un muestrario indicativo de un destino bastante mediocre. Nada de catástrofes deslumbrantes ni rabos de cometa. La cosa se ve venir. Contra el pronóstico del cenizo Orwell, aquí no habrá un Gran Hermano, sino pequeños primos, verdugos medianos y desconocidos héroes. La historia se irá labrando con matanzas controladas y rebeldías anónimas, con navajazos caseros y horarios de oficina. La existencia del ciudadano o el terror de cada día seguirá siendo un conjunto de pequeños placeres, accidentes de coche, espléndidas erecciones, forúnculos en el pescuezo, asesinatos, bombardeos, premios del cupón de los ciegos, guerras más o menos palestinas, rebajas en grandes almacenes, desafíos entre bocazas políticos, asaltos de farmacias, amores adolescentes, incendios de discoteca y la cadena de débitos conyugales. Pero el gran fin de fiesta no llegará en 1984. Un poco de calma.

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