Tribuna:

Máquinas

Que nos dejen en paz los profetas. Probablemente, el hombre será feliz en una selva de computadoras, y si no lo es, tampoco pasa nada. Ya está acostumbrado. De pronto, en este final de milenio, se ha destapado una nube de sociólogos gafes que se dedican a pronosticar para los simples mortales toda suerte de desgracias a causa del reino de las máquinas que se avecina. Los nuevos hechiceros cuentan algunas historias de terror. Los robots se apoderarán de la tierra, el ojo electrónico del Gran Hermano captará hasta el último de nuestros malos deseos, vigilará los movimientos recónditos de cualqui...

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Que nos dejen en paz los profetas. Probablemente, el hombre será feliz en una selva de computadoras, y si no lo es, tampoco pasa nada. Ya está acostumbrado. De pronto, en este final de milenio, se ha destapado una nube de sociólogos gafes que se dedican a pronosticar para los simples mortales toda suerte de desgracias a causa del reino de las máquinas que se avecina. Los nuevos hechiceros cuentan algunas historias de terror. Los robots se apoderarán de la tierra, el ojo electrónico del Gran Hermano captará hasta el último de nuestros malos deseos, vigilará los movimientos recónditos de cualquier ciudadano e incluso la intimidad de su plato de fideos se verá a merced de un lejano dictador informado a través de un cerebro de cables. Con este relato de ciencia-ficción, las sibilas nos describen un mundo donde el ser humano se va a convertir en un dígito o en un mero cálculo matemático dentro de un paisaje de aluminio. Pero dudo que un ordenador sea más eficiente que el párroco o que el comandante de puesto de la Guardia Civil.El hombre nunca ha tenido libertad, y por otra parte, siempre ha sido objeto de curiosa observación. En el paraíso, Dios le siguió tenazmente con la mirada desde detrás de un seto hasta pillarlo con la manzana en la boca. Y después de Dios, que fue el primer guarda forestal, cuando el hombre entró con una hoja de parra en la historia, se han sucedido redentores, capataces, contables, inquisidores, confidentes, encargados del registro, comisarios de barrio y serenos con chuzo. Tal vez estos instrumentos eran un poco burdos. En cambio, nunca habrá una computadora más sensible que ese ojo divino metido en un triángulo que ha planeado sobre nuestra conciencia desde la niñez, ni policía secreta más celosa que el ángel custodio, ni banco de datos más completo que el confesionario. Contra todo pronóstico, puede que el hombre alcance la libertad bajo el terror de las máquinas. En cuanto se acostumbre a manejarlas de forma que ellas imperen por sí mismas, tampoco los censores estarán seguros. Se producirá la gran rebelión y el pueblo podrá jugar con los aparatos de informática como los niños lo hacen con los autos de choque. Qué más da vivir en una selva repleta de cocos bajo la mirada de Dios que en un bosque de brazos ortopédicos vigilado por un ojo electrónico. Todo es cuestión de hacerse a ello.

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