Tribuna:

Tratamiento de choque

No sé quién es el padre de la idea, el genio patrocinador de tan galvanizante iniciativa. No sé si su intención consiste en aumentar la productividad, a modo de solapado agente empresarial, o si, por el contrario, le mueve un afán caritativo y generoso, un deseo de reconfortar a los currantes, de calentarles las entrañas. Cosa que, desde luego, logra.Sucede por las mañanas, muy temprano, cuando las nieblas aprietan y las calles despiertan envueltas en el contaminado sudor de asfalto de la víspera. Sucede en el extrarradio de Madrid, allí donde la ciudad pierde su nombre, en las barriada...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

No sé quién es el padre de la idea, el genio patrocinador de tan galvanizante iniciativa. No sé si su intención consiste en aumentar la productividad, a modo de solapado agente empresarial, o si, por el contrario, le mueve un afán caritativo y generoso, un deseo de reconfortar a los currantes, de calentarles las entrañas. Cosa que, desde luego, logra.Sucede por las mañanas, muy temprano, cuando las nieblas aprietan y las calles despiertan envueltas en el contaminado sudor de asfalto de la víspera. Sucede en el extrarradio de Madrid, allí donde la ciudad pierde su nombre, en las barriadas dormitorio, residenciales o paupérrimas. Sucede en las flamantes líneas de autocares que unen el más allá con el centro urbano laboral, en esos autobuses que te trasladan del cobijo de la cama al duro tajo sin mas preámbulos. Un trauma.

Y quizá por eso, porque es muy duro levantarse aún de noche, y meterte en un autobús aún dormido, y llegar a la oficina aún indefenso, con el sueño enredado en las pestañas y »da la fragilidad nocturna en la conciencia, quizá por eso, digo, una de las líneas de autocares ha instalado un modelo de despertador para usuarios, un sistema de shock que nunca falla: pasan una película pornográfica en la pantalla de vídeo del vehículo.

Y así van los pasajeros, despepitados. Imaginen ustedes el efecto que produce a esa hora cruel de la mañana. Suba usted a un autocar a eso de las seis de la mañana, con resaca de sueños, vahídos matinales y un resto de apresurado café con leche en la garganta, y empiece a ver epidermis en guerra, superficies rosadas en fricción, cueros y ligas, trajín carnal a todo trapo. Porque los vídeos entran en función sin previo aviso y sonfuertes. Los bostezos se petrifican, las legañas se congelan cual carámbanos y cualquier tentación de somnolencia se fulmina.

Dicen los que han vivido la experiencia que en el trayecto no se escucha ni un vuelo de mosca, ni un gruñido de trabajador cansado, ni una tos griposa, ni una risa. Hasta ahora no ha habido que lamentar ningún colapso. En todo caso, alguna desazón sin consecuencias.

Archivado En