Tribuna:

Casandra

Casandra, hija del rey de Troya, tenía el don de la profecía. Pero el quisquilloso Apolo se enrabietó con ella y la condenó a la incomprensión, a no ser creída. Impotente y lúcida, Casandra asistía a la culminación de las catástrofes previstas. Qué estúpidos debían parecerle los hombres, qué absurdos los destinos.Acabo de leer un número atrasado de la revista Empuje, editada por el Sindicato de Oficiales Técnicos de Vuelo. Incluye un reportaje fascinante sobre el efecto Casandra, que consiste, precisamente, en desoír las señales de peligro. Torpeza común a los humanos que se mani...

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Casandra, hija del rey de Troya, tenía el don de la profecía. Pero el quisquilloso Apolo se enrabietó con ella y la condenó a la incomprensión, a no ser creída. Impotente y lúcida, Casandra asistía a la culminación de las catástrofes previstas. Qué estúpidos debían parecerle los hombres, qué absurdos los destinos.Acabo de leer un número atrasado de la revista Empuje, editada por el Sindicato de Oficiales Técnicos de Vuelo. Incluye un reportaje fascinante sobre el efecto Casandra, que consiste, precisamente, en desoír las señales de peligro. Torpeza común a los humanos que se manifiesta trágica cuando sucede en la carlinga de un avión, a medio camino del cielo y de la tierra, en la frontera del desastre.

El reportaje describe cuatro accidentes aéreos e incluye la transcripción de las conversaciones de cabina, recogidas en las famosas cajas negras. Son cuatro ejemplos de patético descuido. Escojo uno: un DC8 con 181 pasajeros y ocho tripulantes que, al llegar a destino, advirtió un fallo en el tren de aterrizaje. El comandante empezó a sobrevolar el aeropuerto, intentando arreglar el tren y preparándose para un aterrizaje de emergencia. El avión trenzaba lentos círculos en el aire, el tiempo pasaba y el copiloto advirtió que se estaba acabando el combustible. Pero el comandante no hizo caso. Siguió en sus comprobaciones rutinarias, mientras el segundo iba cantando las cifras del depósito, cada vez más menguadas, más letales. La caja negra grabó también el desenlace:

Copiloto: "Se va a parar un motor".

Comandante: "¿Por qué?".

Copiloto: "Se está parando un motor".

Comandante: "¿Por qué?".

Copiloto: "Combustible".

Comandante: "Se están parando todos. ¿No podemos hacer algoT?".

Copiloto: "No podemos hacer nada".

Y se estrelló el avión. Como en el jumbo de Mejorada, cuando el sistema automático de alerta empezó a gritar pull, pull con su voz de máquina obediente. Entonces los tripulantes insultaron risueñamente a esta pitonisa eléctrica: "Cállate, gringa", le dijeron. Cállate gringa, y el desastre. Es la tragedia de Casandra, grotesca radiografía de lo humano.

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