Carmen Mestre, 'Caperucita Roja'

Directora general de la Energía, pacifista y feminista

Los funcionarios del Ministerio de Industria empezaron a llamarla Caperucita Roja, por su aspecto físico y su fama de dura en política. Cuando, llevaba escasas semanas en el cargo, descubrió al lobo, en la persona de un subdirector general. Ahora, Caperucita, crecida ya en el puesto, dice haber domesticado a ese lobo y haber hallado otros infinitamente más peligrosos entre los empresarios. Pero mientras, Carmen Mestre, en la frontera de los 40 años, sigue levantándose temprano, haciendo abdominales y saliendo disparada a su despacho de la Dirección General de la Energía, donde está 14 horas di...

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Los funcionarios del Ministerio de Industria empezaron a llamarla Caperucita Roja, por su aspecto físico y su fama de dura en política. Cuando, llevaba escasas semanas en el cargo, descubrió al lobo, en la persona de un subdirector general. Ahora, Caperucita, crecida ya en el puesto, dice haber domesticado a ese lobo y haber hallado otros infinitamente más peligrosos entre los empresarios. Pero mientras, Carmen Mestre, en la frontera de los 40 años, sigue levantándose temprano, haciendo abdominales y saliendo disparada a su despacho de la Dirección General de la Energía, donde está 14 horas diarias, porque "soy de un puritano considerable en el sentido de la responsabilidad en el trabajo". El fin de semana anterior lo pasó en El Paular, redactando el Plan Energético Nacional, y encima tiene la habilidad de entusiasmarse con ello. "Me va la marcha; yo he nacido para esto", afirma. "El trabajo intelectual, pasear por el campo, leer y escribir son actividades fundamentales en mi vida".

Mari Carmen debió ser una niña con coletas, lista desde siempre y de las que las monjas saben que llegarán a algo, aunque no sospecharan que la chiquilla acabaría sentándose a una mesa tan grande. Hija de maestros nacionales, de los que tenían que privarse de cosas a diario para pagarle la profesora de piano, dice que no fue exactamente la primera de la clase, pero fue dos años adelantada, terminó el preu a los 15 y admite que "eso tiene un coste".Empezó el bachillerato en un instituto -"en casa siempre hemos creído en la necesidad devalorar y apoyar la escuela pública"-, y los tres últimos años, por problemas de funcionamiento del centro y por conocimiento de que había cerca un colejío cuyas rectoras eran buenas profesionales, acabó en las salesianas, a las que Caperucita Roja recuerda como "unos seres bastante racionales, solo que vivían en otro inundo".

La directora general de la Energía -si alguien osa mandarle una carta a nombre del "ilustrísimo señor director general", su secretaria las devuelve- llegó a su actual puesto desde la subdirección ole Estudios del INI y, junto a su quehacer intelectual, mantiene muy vivas otras dos inquietudes: el pacifismo y el feminismo, por este orden. "Sé que, desde mi actual trabajb, no puedo incidir específicamente en la vida de las mujeres, pero siento una profunda solidaridad por las mujeres de un país en el que el 99,9% de ellas no pueden ser directoras generales", afirma.

Al principio de su llegada al despacho tuvo que parar algunos pies, de quienes traspasaban la puerta y al verla, menudita, vivaracha y, sobre todo, mujer, exclamaban frases como "¡Ah! Pero ¿es usted, señorita?". Ahora los pies que para son los de "mantenerme firme en lo que considero posiciones a defender, porque, si cedes, es el país el que está cediendo ante algo que no es racional; y entonces es como si regalo el caballo del vecino. Eso no se puede hacer".

La directora general ha sido contestada por algunos sectores, "porque en temas energéticos no se habían iniciado acciones que permitan que, a largo plazo, estos sectores sean competitivos, y no queremos que lo sean sólo el naval o el siderúrgico. Creo, entonces, que se piensa que a alguien hay que echarle las culpas, y parece que yo reúno suficientes elementos para ello: soy mujer, estoy en la ejecutiva del PSOE, soy un poco más radical de lo que les gustaría y además ocupo el menor eslabón en las jerarquías administrativas".

Cuando Carmen Mestre contaba el cuento deCaperucita a sus hijos, Amaya y Pablo, que hoy ya tienen 16 y 15 años, respectiva mente, había dos posibles finales. Los días que estaba de un humor excepcionalmente excelente", Caperucita miraba fijamente a los ojos al animal, éste se despistaba y entonces ella se lo comía. Cuando andaba de otro talante, el lobo de cidía que lo mejor era no entrar en la lucha y se marchaba. A ella le preocupa justamente "no tener una mirada suficientemente con vincente para mis posibles enemigos". Pero termina diciendo: "No quiero que la gente sea mi lobo, porque yo no voy a jugar a ser una Caperucita que se deja comer".

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