Tribuna:

La partitura

Hacer el amor con partitura está pasado de moda y hoy se considera un remedio de pobres. Hasta el otro día aún había matrimonios muy honorables, con fe ciega en la indisolubilidad y en los formalismos de ascensor, que compraban cada semana secretamente una revista pornográfica, se instalaban en el tálamo la noche del sábado, comenzaban a hojear entre risitas aquella sonrosada carnicería y a renglón seguido, sin perder comba, ejecutaban el débito a cuatro manos según el pentagrama. El pataleo de pasión solía derrumbar en el momento álgido el atril con la partitura y después del combate aquella ...

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Hacer el amor con partitura está pasado de moda y hoy se considera un remedio de pobres. Hasta el otro día aún había matrimonios muy honorables, con fe ciega en la indisolubilidad y en los formalismos de ascensor, que compraban cada semana secretamente una revista pornográfica, se instalaban en el tálamo la noche del sábado, comenzaban a hojear entre risitas aquella sonrosada carnicería y a renglón seguido, sin perder comba, ejecutaban el débito a cuatro manos según el pentagrama. El pataleo de pasión solía derrumbar en el momento álgido el atril con la partitura y después del combate aquella chica de papel satinado se quedaba sonriendo en la alfombra, totalmente olvidada. En los quioscos todavía se expenden sueños de muy variada índole, desde el fino solomillo de Play-boy hasta el despatarre crudo y cairota de tocino. Pero eso ya no se lleva. Lo ha superado la microelectrónica.En los últimos tiempos, las alcobas de matrimonio se han visto invadidas por los aparatos de vídeo. Hoy existe un rito de clase media que está ayudando mucho a mantener unida a la familia y a prolongar el deseo de la carne más allá del aburrimiento. El fin de semana, la señora va de compras. Los .suyos necesitan repollos, sopas, merluza congelada, calcetines y pasta de dientes. Pero el ama de casa, intuitivamente, sabe que a este materialismo básico hay que añadirle un poco de fantasía para sobrevivir. La mujer, vigilante del fuego sagrado del hogar, se pasa por la tienda de vídeos y alquila uno de Tarzán para los niños, otro de intriga para la reunión social de la tarde y uno de porno duro para la noche con su marido. Lo mete en la bolsa con las lechugas y vuelve al nido. Medio Occidente cristiano, en. nuestros días, está haciendo el amor conyugal ayudado por un monitor. Las parejas modernas y cansadas, que durante la jornada han recibido a través de la televisión mensajes políticos, tentaciones de refrescos y jabones, ofertas culturales y otras rebajas, llegan finalmente al dormitorio, colocan una película pornográfica en el aparato y un par de acróbatas les dan una lección de gimnasia erótica. Después, el matrimonio se limita a ejercitar la repetición de la jugada. Así, dentro de poco, la multinacional del sexo va a convertir el amor en sonido e imagen.

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