Editorial:

Ganar la cabeza

EL CHISPAZO de un relámpago en una noche de tormenta consiguió que el doctor Frankenstein pudiera mezclar un cerebro con un cuerpo, ajenos entre sí. Fue un desastre. La novela de Mary Wollstonecroft Shelley (1818) era contraria a la experiencia y recordaba ya en su subtítulo (El moderno Prometeo) que los dioses se sentían profundamente disgustados por estas libertades científicas. Los representantes de los dioses vuelven a hablar en Roma en contra de lo que parece ahora más realizable que la operación de la célebre novela: en eÍl XV Curso de Estudios sobre Medicina Legal se ha discutido...

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EL CHISPAZO de un relámpago en una noche de tormenta consiguió que el doctor Frankenstein pudiera mezclar un cerebro con un cuerpo, ajenos entre sí. Fue un desastre. La novela de Mary Wollstonecroft Shelley (1818) era contraria a la experiencia y recordaba ya en su subtítulo (El moderno Prometeo) que los dioses se sentían profundamente disgustados por estas libertades científicas. Los representantes de los dioses vuelven a hablar en Roma en contra de lo que parece ahora más realizable que la operación de la célebre novela: en eÍl XV Curso de Estudios sobre Medicina Legal se ha discutido, a petición de un obispo de Roma, la investigación del cirujano de Estados Unidos Robert White sobre trasplante de cerebros, incluso de cabezas completas. O quizá de cuerpos a cabezas. No se sabe bien qué parte es la que recibe a la otra.Y ésa es, probablemente, la menor de las confusiones que produce el tema. Teólogos y moralistas, que han participado en la discusión con los científicos (EL PAÍS, 18 de octubre de 1983, página 27), mantienen, generalmen te, puntos de vista parecidos a los que sostuvieron los castigadores de Prometeo y que vienen circulando al tiempo que se amplía la leyenda contemporánea del monstruo de Frankenstein. No les gusta. Teólogos y mo ralistas, y el hombre en general, incluido el que llamamos de ciencia, parecen ahora menos seguros que nunca de qué es el alma, dónde reside, qué es la vida, cómo empieza o termina. Y, lo que resulta más alucinante, ni siquiera saben a ciencia cierta qué es el cuerpo o a quién pertenece. Puede ser que no se piense (¿se piensa?, ¿se traslada el pensamiento ancestral por la vía del ADN?, ¿piensa la sociedad por cada individuo? ... ) con el cerebro, sino con todo el cuerpo. Con cada célula. En la inseguridad, unos se asientan sobre las ideas antiguas -no hay que tocar nada, no hay que cambiar la moral - y otros se apuntan a las novedades -todo lo que se pueda ensayar hay que intentarlo, toda aproximación a la inmortalidad merece el esfuerzo del hombre y es el objetivo último de la medicina... -, pero ninguna de las dos agarraderas sirve paranada. Lo que no se sabe no se sabe.

El doctor White -director del departamento de neurocirugía del hospital de Cleveland- ha llegado en sus experiencias a trasplantar cabezas de mono. Como los monos son sensiblemente iguales entre si para seres de otras especies, las diferencias de comportamiento han sido escasamente advertidas, sobre todo por una cuestión aparentemente secundaria: se mueren en seguida. Secundaria, en realidad, porque el paso inicial está dado y la posibilidad parece abierta para el futuro. Un futuro en el que puede haber otra moral y otra teología (ya las está habiendo) para considerar los casos.

En un principio, todo resulta horroroso. Un segundo vistazo lo hace parecer, sin embargo, un poco más asequible. No se ve razón ninguna para que un cuerpo sano. y una cabeza sana puedan constituir dos cadáveres, por defectos de sus compañeros, él otro cuerpo y la otra cabeza (pero, ¿quién es el otro?), cuando pueden prolongarse en un ser vivo. ¿Un ser nuevo? ¿Dos seres viejos? Todas las combinaciones posibles pueden imaginarse, a partir de las más fáciles: cerebro experto con cuerpo vigoroso; hombre con mujer o viceversa; quizá centauro, quimera, silvano, sirena.

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Cualquier opinión será necesariamente precipitada, especulativa, repleta de prejuicios y antiguos miedos. Propensa, naturalmente, al humor. Y, con perdón, a echarse las manos a la cabeza. En la más simple aproximación a este asunto hay que hacer constar únicamente que el doctor White y algunos de sus curiosos colegas están realizando experimentos, que están tratando de resolver problemas de rechazo, de mantenimiento de células nerviosas, y que ven el camino abierto para la producción de ese ser humano que a su antiguo colega Frankenstein le salió desdichadamente mal. El primer resultado viable será el que permita orientarse un poco a moralistas y teólogos y a aficionados en general. Esperemos el primer espécimen para saber lo que pasa. Él mismo nos lo contará.

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