Cartas al director

La última página de EL PAÍS

Nació esa sección de su periódico como un intento de captar la atención mañanera con datos curiosos o humanos, anécdotas, etcétera,que cubriesen, por ejemplo, la lectura poco atenta del primer vistazo, del trayecto en autobús.Pero esa llamada a la curiosidad del lector está perdiendo últimamente su sentido a fuerza de utilizar recursos que, como mínimo, se puede decir que no son serios. Los trepidantes responsables de la sección de marras confundieron hace poco a Goikoetxea con Sarabia (para poder decir en el pie de foto que "esa vez" el futbolista vasco lloraba de alegría), y al príncipe Tala...

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Nació esa sección de su periódico como un intento de captar la atención mañanera con datos curiosos o humanos, anécdotas, etcétera,que cubriesen, por ejemplo, la lectura poco atenta del primer vistazo, del trayecto en autobús.Pero esa llamada a la curiosidad del lector está perdiendo últimamente su sentido a fuerza de utilizar recursos que, como mínimo, se puede decir que no son serios. Los trepidantes responsables de la sección de marras confundieron hace poco a Goikoetxea con Sarabia (para poder decir en el pie de foto que "esa vez" el futbolista vasco lloraba de alegría), y al príncipe Talal de Arabia Saudí con su hermano (para hacer malabarismos con su doble representación del Ministerio de Defensa de su país y del Unicef). Seguramente tales errores no son fruto de la voluntad, sino de un intento exacerbado de contar detalles chocantes o curiosos, incluso donde no los hay. Ese recurso informativo, esa incitación a la doble lectura, si no se utiliza con profesionalidad y buena documentación, suele ser, señor director, demagógico y falseador, sobre todo si los detalles que se citan resultan ser falsos. Lo lamentable no es tanto el error reiterado, de todos modos más grave en un medio informativo como el que usted dirige, sino el abuso irresponsable en la utilización de los datos.

Pero mucho más inquietante que todo esto es la falta de seriedad de EL PAÍS a la hora de rectificar, de forma rayana en la tomadura de pelo, y sin pedir en ningún sentido sus disculpas. En el caso de Goikoetxea, se insertó al día siguiente una pequeña foto en la página de Cartas al director, por tanto, en lugar diferente y con menor espacio, y sólo se dijo que la foto anterior se utilizó por error, pero no se hizo mención de que dicha equivocación había servido para hacer un comentario estúpido. El caso de los príncipes fue aún más increíble: se echó la culpa a los mecanismos sucesorios árabes, ¡complicadísimos!, y responsables, claro está, de la equivocación de los nombres. Quizá se pueda aceptar tal excusa, pero eso no explicaría la atribución de dos cargos, con total alegría, a una misma persona.

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