Tribuna:

Cambio de escala

Un editor amigo, aficionado a las aventuras exóticas, está á punto de publicar el mapa de mi autonomía a escala 1:50.000. Un esfuerzo cartométrico sólo comparable al de Humboldt, aunque desde la intención contraria: lo que ahora se intenta no es la representación geográfica del todo universal o cósmico, sino del detalle regional.A escala 1:50.000, lo pequeño alcanza cotas verdaderamente grandiosas. Los caminos vecinales parecen soberbias autopistas; los arroyos que uno creía anónimos y circunstanciales semejan caudalosos ríos navegables dotados de nombres rotundos; las cuestas y colinas famili...

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Un editor amigo, aficionado a las aventuras exóticas, está á punto de publicar el mapa de mi autonomía a escala 1:50.000. Un esfuerzo cartométrico sólo comparable al de Humboldt, aunque desde la intención contraria: lo que ahora se intenta no es la representación geográfica del todo universal o cósmico, sino del detalle regional.A escala 1:50.000, lo pequeño alcanza cotas verdaderamente grandiosas. Los caminos vecinales parecen soberbias autopistas; los arroyos que uno creía anónimos y circunstanciales semejan caudalosos ríos navegables dotados de nombres rotundos; las cuestas y colinas familiares surgen altaneras y abruptas como cordilleras; los jardines de la zona residencial impresionan como selvas vírgenes, y las vagas parroquias están señalizadas con los símbolos gráficos de las grandes urbes. En una escala convencional apenas se registra una docena de nombres, únicamente los conocidos; desde esta nueva visión microscópica, el mapa se llena de toponimias infinitas.

Imagino la escala de escalas que se nos viene encima. Si una autonomía tan escasamente arraigada como la asturiana es capaz de proyectarse a 1:50.000, temo que las llamadas nacionalidades históricas nos agobien con versiones cartométricas cada vez más detallistas de sus territorios, hasta llegar a ese impreciso punto límite en el que las severas disciplinas cartográficas se confunden con las tarjetas postales aéreas.

Pero este cambio de escala no sólo es geográfico. También la cultura, la política, los usos privados y las costumbres públicas empiezan a vivirse con intensidad a escala 1:50.000, incluso a 1:5.000. Las cosas no son ni mejores ni peores que antes: son cada vez más pequeñas. El cine regional, la televisión autonómica, la literatura comarcal, el arte parroquial, el periodismo local, la ciencia vecinal, la política infinitesimal, la moral andorrana, el protocolo monegasco, el espíritu de San Marino.

Este cambio de escala, este furor liliputiense que nos ha entrado, tendría su gracia si no fuera porque esas cartografías microscópicas circulan por ahí con pretensiones de mapamundi.

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