Tribuna:

Paraísos

Me gustan mucho las biografías, ese género literario a medio camino entre el voyeurismo y la ciencia ficción. Ficción que se manifiesta, sobre todo, en las autobiografías, que suelen ser claros ejemplos de la fragilidad de la memoria humana. En cualquier caso, me parece un género apasionado y apasionante, que te proporciona la posibilidad de reflexionar sobre tu propia vida a través de las vidas de los otros. Y ya se sabe que no hay placer mayor que el de hablar y pensar sobre uno mismo.En este sentido hay algo que me estremece especialmente. Michael Holroyd, en un magnífico libro sobre Lytton...

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Me gustan mucho las biografías, ese género literario a medio camino entre el voyeurismo y la ciencia ficción. Ficción que se manifiesta, sobre todo, en las autobiografías, que suelen ser claros ejemplos de la fragilidad de la memoria humana. En cualquier caso, me parece un género apasionado y apasionante, que te proporciona la posibilidad de reflexionar sobre tu propia vida a través de las vidas de los otros. Y ya se sabe que no hay placer mayor que el de hablar y pensar sobre uno mismo.En este sentido hay algo que me estremece especialmente. Michael Holroyd, en un magnífico libro sobre Lytton Strachey, llega a asegurar en determinado momento que aquel año fue el mejor de su vida". Lytton murió casi 20 años después. Qué vértigo pensar que, tras aquel instante de esplendor, todo lo que le esperaba era una lenta decadencia. Creo recordar que también Lillian Helman dice algo semejante, en sus memorias, refiriéndose a una amiga. Como si la felicidad pudiera ser medida, pesada, calibrada. Como si fuera posible atrapar la dicha y clavarla con alfileres a un corcho cronológico, igual que a una polilla.

Bueno, pues eso me eriza, me desasosiega, me quebranta. Lytton no sabía que aquél era su mejor año, y quizá ni siquiera fuera capaz de disfrutarlo. La felicidad en sí no existe: sólo hay el deseo, la necesidad, la voluntad de ser feliz. Quizá Lytton estuviera demasiado habitado por los fantasmas de su dicha ideal como para poder reconocerse en su mejor momento. Quizá ese mejor momento le hubiera parecido miserablemente chato, de saberlo. Hay una ambición humana que afortunadamente no tiene límites, y es la de lograr la mayor ventura posible en nuestra vida,

A veces lo pienso. ¿Cuál será mi mejor momento, mi instante estelar? ¿Habrá pasado ya, habré perdido mi paraíso en un descuido, inconscientemente, como quien pierde una horquilla o cualquier objeto sin valor? Y, sobre todo, ¿sabré apreciar mi máximo? A veces lo pienso, y temo estar viviendo mi ocasión sin estrujarla, sin apurar mis mejores días hasta el fondo, deslumbrada por mi imaginación, cegada por las sombras del deseo, esclavizada por el reflejo de la dicha, por ese más allá que nunca llega.

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