Tribuna:

Luciano

Luciano es una película de prácticas que hizo en la Escuela de Cine Claudio Guerín hace bastantes años; la mejor película que dirigió en su vida Claudio, que nos dejó demasiado rápido, demasiado pronto, el día en que cayó desde un andamio y se rompió la cabeza, con tantas películas dentro.Luciano es también el nombre de un niño de siete años que ahora mismo permanece en un hospital de Palma de Mallorca, completamente inmóvil, aprisionado por un edema cerebral del que va recuperándose lenta, muy lentamente con los ojos muy abiertos fijos en el techo y las neuronas livianas trepándose una...

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Luciano es una película de prácticas que hizo en la Escuela de Cine Claudio Guerín hace bastantes años; la mejor película que dirigió en su vida Claudio, que nos dejó demasiado rápido, demasiado pronto, el día en que cayó desde un andamio y se rompió la cabeza, con tantas películas dentro.Luciano es también el nombre de un niño de siete años que ahora mismo permanece en un hospital de Palma de Mallorca, completamente inmóvil, aprisionado por un edema cerebral del que va recuperándose lenta, muy lentamente con los ojos muy abiertos fijos en el techo y las neuronas livianas trepándose unas a otras para dejarse atrás.

Quizás Luciano no se recupere nunca. O quizás sí. En todo caso, vale la pena intentarlo. Y sus padres, que son mis amigos, quieren trasladarlo a Madrid, en donde se le someterá a análisis y exámenes y en donde se decidirá lo que le conviene para salir de la antesala de la nada.

Para trasladar a Luciano hace falta una autorización del médico, y éste la da. Pero a condición de que el pequeño sea conducido a su destino en condiciones garantizadas. En un avión-enfermería. Mis amigos no tienen dinero para pagárselo. Y yo pienso que el Ejército o la Cruz Roja pueden suministrarlo gratis. Con un ATS, una campana de oxígeno. Nadie sabe cómo reaccionará Luciano allá arriba. En todo caso, tiene que viajar en ese avión que avanza en línea recta hacia su destino.

Una vez escribí en esta columna algo acerca de lo mal que trata el municipio los huesos de los muertos; poco después recibí una carta en la que se me comunicaba que, felizmente, eso se iba a arreglar. Ese día me sentí bien, endiabladamente bien, mecida por algo que podía ser soberbia satisfecha pero que también podía estar teñido de solidaridad; o ambas cosas a la vez. Yo qué sé. Ahora quiero un avión para Luciano. Ahora que todos hablan del derecho a la vida quiero que Luciano, que ya la tiene, se agarre a ella con sus veinte deditos y con todo lo que le podamos proporcionar.

Me gusta creer en un mundo de hombres y mujeres fraternales. En un mundo en el que los niños que han nacido y los que no pueden nacer sean nuestra obra y nuestra responsabilidad común.

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