Tribuna:

La libertad en la barriga

A una viuda de la provincia de Cáceres le acaban de dar una campanillá porque se le notaba la libertad en la barriga. La campanillá es como la cencerrada, o sea, un uso y abuso tradicional, un delicioso tipismo paleolítico, consistente en una reunión festiva de energúmenos que alardean de sandungueros y de machos. Para ello se lanzan a la calle provistos de pitos, campanillas y otras broncas, y buscan una víctima propicia: unos amantes sin bendiciones eclesiales, una mujer que trisque por su cuenta, o, en fin, todo aquel que pretenda ser como es, que decida gobernar su propia vid...

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A una viuda de la provincia de Cáceres le acaban de dar una campanillá porque se le notaba la libertad en la barriga. La campanillá es como la cencerrada, o sea, un uso y abuso tradicional, un delicioso tipismo paleolítico, consistente en una reunión festiva de energúmenos que alardean de sandungueros y de machos. Para ello se lanzan a la calle provistos de pitos, campanillas y otras broncas, y buscan una víctima propicia: unos amantes sin bendiciones eclesiales, una mujer que trisque por su cuenta, o, en fin, todo aquel que pretenda ser como es, que decida gobernar su propia vida. Y la viuda cacereña, que tuvo la ocurrencia de preñarse, fue obsequiada con una sesión de pitorreo.Es la tentación de la barbarie que nos ronda. Unos agitan cencerros en los pueblos y otros agitan metralletas en el hemiciclo del Congreso. Pero en ambos casos subyace el mismo delirio, un afán similar: el de salvar a la comunidad aunque la comunidad prefiera, en su modestia, condenarse.

Bien mirado, el fanatismo esconde tras de sí una soberbia, una desfachatez suprema: la de creer que uno es el ombligo de Dios, la pata derecha del caballo del Cid, la zarza ardiente de Moisés, la repanocha. Serán tontos: piensan que son los únicos que están en posesión de la Verdad, y en realidad son ellos los que se encuentran poseídos, atrapados por esa verdad esclavizante, tan absoluta que ni siquiera les deja lugar para la duda, que es la función racional por la que nos convertimos en personas.

La barbarie está ahí, tan atractiva para todos aquellos de conciencia débil y cencerro fácil, para esos borrachos de destino, defensores de un Orden que siempre es casualmente el suyo. La barbarie esta ahí, tan entrañada con nuestra vida que a veces, como en la campanillá, forma parte de las costumbres centenarias del país: estamos acostumbrados a aguantarnos. Pero la viuda cacereña ha reaccionado. Ha demandado a los mozos trinantes y les pide 700.000 pesetas por perjuicios. Cómo admiro a mi viuda cacereña, solita en su pueblo, bregadora, tripona con orgullo y siempre firme, embarazada del deseo de ser libre.

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