Editorial:

Opereta en el Estrecho

LA ESTANCIA en la bahía de Algeciras de una agrupación de combate de la armada inglesa ha desempolvado toda la extensa panoplia de excesos verbales que suele caracterizar las relaciones de España y el Reino Unido, y especialmente en lo que se refiere al contencioso colonial de Gibraltar. Los buques del Almirantazgo utilizan la base de la Roca normalmente y las estadías de los barcos de guerra en el enclave colonial son moneda corriente en aquellas aguas. Las razones estratégicas y las ventajas militares que concede poseer una base en la embocadura mediterránea del importante paso del es...

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LA ESTANCIA en la bahía de Algeciras de una agrupación de combate de la armada inglesa ha desempolvado toda la extensa panoplia de excesos verbales que suele caracterizar las relaciones de España y el Reino Unido, y especialmente en lo que se refiere al contencioso colonial de Gibraltar. Los buques del Almirantazgo utilizan la base de la Roca normalmente y las estadías de los barcos de guerra en el enclave colonial son moneda corriente en aquellas aguas. Las razones estratégicas y las ventajas militares que concede poseer una base en la embocadura mediterránea del importante paso del estrecho de Gibraltar es, obviamente, la razón principal del empecinamiento inglés para mantener su soberanía sobre un territorio reclamado por España y a la que avala en sus pretensiones las Naciones Unidas.Es cierto, por tanto, que no hay hechos sustancialmente nuevos en que buques británicos utilicen las instalaciones de la colonia, si el hecho se extrae de un contexto algo más complicado que el que algunos subalternos instalados por Londres en el gobierno de la Roca pretenden hacer ver. El Gobierno socialista, como una medida de buena voluntad y realismo, ordenó en sus primeros días la apertura de la verja de Gibraltar y canceló sin contrapartidas la incomunicación a que estaba sometida la población de la colonia. La única respuesta a este gesto de normalización de las relaciones ha sido el fondeo de la flota que intervino en la guerra de las Malvinas en el enclave colonial. Es un hecho simbólico que se podía haber ahorrado.

La primera ministra del Reino Unido se ha declarado recientemente fervorosa partidaria. de la sociedad victoriana. Con un sospechoso lenguaje, Margaret Tatcher ha insuflado nuevos soplos a un peligroso nacionalismo -de decrépito tono imperial-, en el que parecen encuadrarse los hechos comentados. El peligro de una resurrección nacionalista de signo contrario en nuestro país es patente, y nada se ganaría con ello. No se puede poner a Gibraltar una vez más en los registros de las sofiamas patrioteras, sino en el marco de las alianzas y las negociaciones diplomáticas. La recuperación de la integridad territorial española pasa por una mayor solidaridad de nuestros aliados y amigos y por el despliegue de tina política inteligente de compenetración con la población del Peñón que asegure una mayor integración con los ciudadanos de nuestro país. En todo caso, nuestra actual condición de miembros de la OTAN es un hecho que el propio Reino Unido, y especialmente Estados Unidos, no debe olvidar, y que plantea numerosos problemas jurisdiccionales y operativos mientras subsista la situación colonial y la imposibilidad de llegar a un diálogo serio para poner fin a estas operetas territoriales, basadas sobre la sangre noble de tos soldados británicos y argentinos. Los ciudadanos ingleses y los españoles esperan de sus autoridades mayor sentido común, honradez e inteligencia. Los despliegues tácticos ordenados en el estrecho de Gibraltar por el Gobierno de Londres y su prepotente actitud en las negociaciones con la Administración española no pueden ser contestados en nuestro país con arengas que a nada positivo conducen.

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