Tribuna:

El 'centro' posible

Hace unos meses, cuando se iniciaba la agonía de UCD, advertí, desde estas mismas columnas, que fuese cual fuese la suerte del partido que había encarnado el centrismo durante nuestra dificil transición, el centro seguiría siendo necesario. La situación política actual me reafirma en aquella convicción.Hay, a mi entender, un hecho indudable en nuestra historia más reciente: el talante centrista -verdaderamente civilizado- de la sociedad española. Y lo que tras ese talante -tras esa vocación- se descubre como exigencia para el encauzamiento de la realidad política, en línea con la consta...

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Hace unos meses, cuando se iniciaba la agonía de UCD, advertí, desde estas mismas columnas, que fuese cual fuese la suerte del partido que había encarnado el centrismo durante nuestra dificil transición, el centro seguiría siendo necesario. La situación política actual me reafirma en aquella convicción.Hay, a mi entender, un hecho indudable en nuestra historia más reciente: el talante centrista -verdaderamente civilizado- de la sociedad española. Y lo que tras ese talante -tras esa vocación- se descubre como exigencia para el encauzamiento de la realidad política, en línea con la constante apelación de la. Corona a una integración social definitiva, es un repudio de los maximalismos intansigentes que antaño alumbraron la guerra civil.

El mérito, para mí indiscutible, de Adolfo Suárez, fue haber sabido interpretar y encauzar, en el momento preciso, ese anhelo colectivo. El empeño conciliador por él desplegado, se proyectó, incluso, en la estructuración de su partido: desde el cual operó no sólo el cambio fundamental -la recuperación de la democracia-, sino la moderación progresiva de sus adversarios de la izquierda. El resultado ha sido la creación de un clima convencional de centro, en el que cabe perfectamente el actual PSOE, pero que resulta evidentemente rebasado hacia la derecha por el aliancismo, con todas sus adherencias electoralistas.

Me preocupa -y creo que, conmigo, a muchos españoles- la futura alternativa política. Aun mirando con simpatía la gestión del partido obrero -su rigorismo ético, su difícil empeño de equilibrio, de contención- es indudable que la dura brega con la realidad de cada día le hará perder adeptos, sobre todo en aquellos núcleos fluctuantes de opinión que le dieron, desde la izquierda, un voto útil -pero demasiado prendido en la utopíay que se sienten ya ingenuamente desencantados porque el cambio en que ellos soñaban no se ha producido de la noche a la mañana, a pesar del rotundo triunfo logrado en las urnas. El PCE está muy atento a reclamar para sí cualquier parcela programática no cubierta -todavía- por el socialismo. (Actitud que recuerda mucho la que en los años treinta oponía la CNT ante las masas proletarias para desacreditar a sus rivales -los socialistas- en el poder. porque no hay actitud más comoda que la de acosar desde la ventaja de la propia irresponsabilidad a los que mandan, sin contar con la complejidad de los condicionantes reales entre los que éstos se mueven).

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Algo parecido, por razones muy distintas, puede ocurrirles a determinados votantes desgajados de un ucedismo despechado, pero que miran con irritación medidas tan decentes como las que plantea el problema de las incompatibilidades, o las últimas consecuencias del asunto Rumasa.

De una división del bloque de votantes del 28-0, saldría beneficiado el PCE; relativamente, por supuesto, pero quizá lo bastante como para hacer perder su aplastante mayoría actual al socialismo. Tal puede ser la oportunidad esperada por el señor Fraga y los aliancistas, pero también por la masa de adheridos a Fraga que nunca han mirado con buenos ojos la democracia, y que le consideran a él como un mal menor, y a su posible gestión al frente del Gobierno como un medio de recuperar el añorado horizonte franquista. Aunque estimo sincera la autodefinición democrática de Fraga, su clientela de última hora -la posibilidad de que esa clientela le pase recibo a

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El 'centro' posible

Viene de la página 9la hora de la verdad- consituye un motivo de preocupación y alarma que, conviene no olvidarlo, él mismo ha estimulado con su atropellamiento oratorio o con sus desplantes característicos. Así, aquella parrafada, cargada de demagogia antidemocrática, de uno de sus mítines electorales: "¡Y ahora nos hablan del cambio! El cambio ya se hizo: ¿y para qué sirvió? Para que, si antes no había parados, los haya ahora; para que si antes no había terroristas, tengamos ahora terroristas". O aquel desplante en las Cortes de mayoría socialista: "Es preferible mancharse las manos de sangre, que lavárselas con el agua de Pilatos".

Hay, sin género de dudas, un gran número de españoles que, aún respetando al PSOE, no pueden votarlo por incompatibilidad con ciertos aspectos sustantivos de su programa y que preferirán quedarse en casa antes que dar su voto a la alternativa de la gran derecha, y son ellos los que reclaman un centro político capaz de garantizar la continuidad democrática y el civismo, eludiendo las nostalgias ultras y la dureza de los.bandazos involuciónistas. Pero, ¿quién puede encarnar ese centro?

Me parece evidente que la UCD está muerta y enterrada después de cumplir una gloriosa misión. La precipitación con que algunos de sus valores han acabado por entregarse a la sugestión de la gran derecha -en cuanto que puede franquearles, tragándose ellos sapos y culebras, una vuelta al poder- clarifica el campo de esa nueva opción de centro (que no puede ser la izquierda de la derecha; la izquierda de la derecha es también derecha: gran derecha). el nuevo centro ha de estar inmunizado de las lacras que hundieron a UCD: la honestidad y la continuidad en una postura insobornable, demostradas por alguno de sus antiguos dirigentes, me parecen gayantía imprescindible a la hora de incorporar elementos capaces y experimentados a la nueva opción centrista. Pero la verdadera refundición de esa idea -de la idea de centro- aparece ya concretada en una de las personalidades más brillantes que la democracia ha revelado en nuestro Parlamento: me refiero, claro es, al señor Roca Junyent.

Él mismo ha formulado nítidamente lo que puede ser el programa reformista: "Una opción moderna, progresista, demócrata, liberal en lo que tiene de voluntad de:profundizar en el ejercicio de las libertades, socialdemócrata, porque no podemos renunciar a una apuesta decidida en favor de la mejora de la calidad de vida, y pragmática en lo que representa la aceptación del realismo económico como marco de la propia actividad política". Se comprende el apresuramiento con que tanto Fraga como su alevín -Verstringe- se han lanzado a descalificar a Roca; -a negar toda posibilidad de futuro al reformismo. Pero, a su vez, Roca ha advertido que-la única posibilidad de que Fraga gane las elecciones es que España se vuelva loca y se produzca un movimiento pendular muy fuerte. Y eso no es bueno, no lo es ol ue el país vaya pendulando de izquierda a derecha; el país necesita, para su propia estabilidad democrática, un partido que recoja las voluntades del centro".

El programa reformista tiene, a mi , modo de ver, una ventaja considerable, ya de entrada; y es que surja en Cataluña. Que la vocación conciliadora -en definitiva, integradora- se manifieste desde el catalanismo no es una novedad, para los que sabemos algo de Cataluña, del catalanismo y de nuestra historia contemporánea. La mentalidad catalana se reparte entre el seny -del que Roca es un ejemplo clarísimoy la rauxa -o el totorresismeen que se exaltan los partidarios del todo o nada. Reforzar al seny, abriéndole horizontes sobre el plano nacional, implica hacer retroceder a la rauxa, siempre negativa en sus últimas consecuencias.

Dando una muestra lamentable de horterismo y de ignorancia - tan frecuentes, por desdicha, entre los responsables de nuestros medios de comunicación-, cierto entrevistador de Roca le espetó recientemente, en un programa de TVE, que "muchos pensaban que el reformismo no es viable precisamente por ser catalán su valedor". Decir ésto en los momentos en que acaba de plasmarse el Estado de las autonomías, parece una incongruencia; pero además es un agravio estúpido a los catalanes -agravio que siempre podránapuntar en favor de sus tesis los totorresistas: porque si el catalán, en cuanto tal, no puede aspirar a formular un proyecto español, se entiende que no es español. El intetpelante en cuestión prosiguió con una pregunta idiota: "Señor Roca, ¿es usted separatista?". La respuesta -y la cara- de Roca reflejaron un desagrado y un desaliento lógicos. Porque el catalanismo -nunca ha sido separatista. Si se buscan -y siempre se buscan- antecedentes a la opción Roca en el Cambó de principios de siglo, convendrá siempre recordar la estupenda definición del líder de la Lliga: "Lo que nosotros queremos en definitiva es que todo español se acostumbre a dejar de considerar lo catalán como hostil; que lo considere como auténticamente español; que ya de una vez para siempre se sepa y se acepte que, la manera que tenemos nosotros de ser españoles es conservándonos catalanes; que no nos desespañolizamos ni un ápice manteniéndonos muy- catalanes; que la garantía de ser nosotros muy españoles, consiste en ser muy catalanes. Y, por tanto, debe acostumbrarse la gente a considerar ese fenómeno del catalanismo no como un fenórneno antiespañol, sino como un fenómeno españolísimo". Y también será bueno traer a colación este otro texto del mismo autor: "Cuando aquí se habla... de separatismo, no sé por qué, en el fondo, más que expresar un temor parece que se expresa un deseo: parece que hay alguien que tenga interés en que seamos separatistas, en que se nos considere como tales, y en que, ya sea por propio impulso, ya por voluntad de los demás, nos sustraigainos a la política general. No lograrán su intento. Le hemos tomado cariño....".

En cualquier caso, en el Estado de las autonomías, ya cuajado -muy otro era el panorama de comienzos de siglo-, carece de sentido aquel famoso apóstrofe de Alcalá Zamora al propio Cambó: "Cabe que su señoría aspire al papel de Bolívar o al de Bismarck. Lo que no cabe es que quiera ser al mismo tiempo Bismarck en Madrid y Bolívar en Cataluña...". Y también queda Roca al margen de las molestas matizaciones clasistas de la vieja Lliga: ha llovido mucho desde los días de 1919 hasta hoy. ("Convergencia y Unión" es el nombre del partido catalán en que milita Roca. Todo un programa interclasista en síntesis).

El hombre del reformismo ha repetido siempre, con modestia, que él está dispuesto sencillamente a ayudar allí donde exista una iniciativa. "Que me llamen y yo voy. Todos cuentan conmigo para articular un partido moderno, distinto de lo que ha habido hasta ahora". Pero es indudable su propio papel de polarizador, de líder. ¿Quiénes podrían acompañarle, fianquearle en la tarea de estructurar el centro? Lamento -y no acabo de entender- el rechazo de Suárez. Creo que se equivoca plenamente en su actitud.

De la antigua UCD conviene no dejar de contar con los insobornables. Y hay otra figura aún en reserva: la del hombre que ideó el partido del centro, y cuyo prestigio y proyección internacional han ido creciendo con el tiempo. Me refiero, claro es, a José María de Areilza.

En último término, me parece claro -y tranquilizador- considerar que el centro no es ya sólo necesario: el centro es ahora posible.

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