Cartas al director

Que no nos toque

El patético desenlace de Valmojado refuerza aún más la convicción aterradora de que al menor descuido cualquier responsable del orden público nos puede pegar un tiro, aunque volemos. Y después, lágrimas y flores aparte, no habrá pasado nada. Enterrado todo, vuelta a empezar.Hay que tragarse entonces la amargura, ahogar el grito, calmar la tensión. Hay que aguantarse y pagar los impuestos. Hay que ser civilizado; hay que reprimirse; hay que mantener un silencio secuaz aunque la muerte de inocentes comprima nuestro pecho y la indignación nos abotargue la razón.

Hay que mantenerse impasibl...

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El patético desenlace de Valmojado refuerza aún más la convicción aterradora de que al menor descuido cualquier responsable del orden público nos puede pegar un tiro, aunque volemos. Y después, lágrimas y flores aparte, no habrá pasado nada. Enterrado todo, vuelta a empezar.Hay que tragarse entonces la amargura, ahogar el grito, calmar la tensión. Hay que aguantarse y pagar los impuestos. Hay que ser civilizado; hay que reprimirse; hay que mantener un silencio secuaz aunque la muerte de inocentes comprima nuestro pecho y la indignación nos abotargue la razón.

Hay que mantenerse impasible ante declaraciones públicas oficiales inconcebibles y oportunistas, cuando no vergonzosas. Hay que aceptar como incontrovertible el benemérito argumento de la obediencia debida, o incluso ciega. Hay que ser respetuoso y agradecido con los que gratuitamente y con desmedida generosidad nos defienden valerosamente de drogadictos, delincuentes y terroristas. Hay que comprender el valor intrínseco de la semilla inoculada en la mente de esos servidores del pueblo como causante esencial de tantas desgracias. Hay que conservar la esperanza de que no nos toque. /

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