Los 1.200 millones conseguidos en Las Palmas supieron a poco y la decepción era palpable

Francisco Viejo, un sevillano de treinta años, que regenta desde hace solo dieciséis meses la Administración de Loteria número 21 de Las Palmas, vendió 39 series del número 21.515, que obtuvo ayer el primer premio en el sorteo extraordinario de Navidad. La Administración El Alazán distribuyó entre los habitantes del barrio portuario de Las Palmas 48 décimos (1.200 millones en premios), pero reexpidió a Sevilla los 342 restantes, más de 8.500 millones de pesetas en premios.

La decepción en Las Palmas fue palpable durante todo el día, a pesar de que se habían vendido aquí diez series del ...

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Francisco Viejo, un sevillano de treinta años, que regenta desde hace solo dieciséis meses la Administración de Loteria número 21 de Las Palmas, vendió 39 series del número 21.515, que obtuvo ayer el primer premio en el sorteo extraordinario de Navidad. La Administración El Alazán distribuyó entre los habitantes del barrio portuario de Las Palmas 48 décimos (1.200 millones en premios), pero reexpidió a Sevilla los 342 restantes, más de 8.500 millones de pesetas en premios.

La decepción en Las Palmas fue palpable durante todo el día, a pesar de que se habían vendido aquí diez series del cuarto premio y buena parte de la pedrea. El gordo, titulaba el único periódico vespertino de la provincia, "se fue a Sevilla". Los habitantes de la capital grancanaria habían llegado a tocar casi con los dedos la lluvia de millones que la televisión y las emisoras de radio habían anunciado, como un nuevo maná, después de cantarse el número.Pero la realidad era que Francisco Viejo había mandado alrededor de 300.00,0 pesetas del número premiado a su padre, que pertenece en Sevilla a una peña denominada como los dos últimos guarismos impresos en los billetes -el quince- y otras 600.000 a un cuñado que trabaja en Telefónica. Francisco Viejo, que conoció a la que hoy es su esposa en la capital andaluza y se vino tras ella hasta las islas, comenzó a relacionarse con la lotería en la administración número tres de Las Palmas, La Herradura, que regenta su suegro y tiene fama de ser la más generosa de la provincia.

De las casi cinco series vendidas en Las Palmas, nadie adquirió más de un décimo. Algunos billetes los redistribuyeron vendedores profesionales. Una lotera conocida por Amparito vendió participaciones a sus clientes habituales en unos grandes almacenes. Diez o doce empleados obtuvieron dos millones de pesetas y algún otro consiguió cuatro millones. Las reacciones fueron dispares. Algunos abandonaron el trabajo, pero Juan Ortega, de 31 años, premiado con dos millones, asegura que al saber la noticia continuó su tarea en la sección de lámparas "con más ganas que nunca".

Ángel Gómez Villegas, premiado con cuatro millones, también prosiguió la venta de prendas de punto en los grandes almacenes. No se permitió la más mínima ruptura de su diaria rutina y almorzó en la cafetería situada en la última planta.

La mayoría de los ganadores de Las Palmas, sin embargo, no tienen mucho que ver con otros agraciados por la diosa fortuna, orgullosos y seguros de sí mismos. Quizá porque las cantidades no bastan para convertirles en multimillonarios, o para evitar la nube de periodistas, empleados de banca y vendedores de pisos y automóviles, la mayoría de ellos prefirieron ocultarse y mantener en la más estricta intimidad la satisfacción de haber invertido su dinero al 10.000 por 1.

En el número 23 de la calle Cirilo Moreno, detrás de la puerta de una vivienda de apariencia modesta, tres mujeres, madre, hija y nuera, comparten la propiedad de un décimo -25 millones- pero no abren la puerta a nadie desconocido. Se limitan a aproximarse a la mirilla y desandar el pasillo de puntillas.

Un poco más abajo, en la guardería Pequeñajos, Montse y tres o cuatro empleados más aún no saben si son millonarios. Doña Yolanda, la dueña, les había prometido como aguinaldo participación en el número premiado, pero ayer por la mañana los síntomas eran más que sospechosos. Doña Yolanda respondió con sonrisa de astucia a la curiosidad de uno de los empleados en torno al premio. Luego desapareció sin decir palabra. A media tarde no había vuelto.

Los bancos a la caza y captura del agraciado

Para cualquier empleado de banca que esté destinado en el departamento comercial de su entidad, el 22 de diciembre es un día especial.Por ello, todos los 22 de diciembre, varios miles de hombres, generalmente jóvenes, en este país, añaden un transistor a su tradicional equipo de trabajo, básicamente compuesto por el consabido traje de confección, la corbata regalada por una esposa eficiente cualquier día del padre, los zapatos que bajo una capa de lustre pretenden disimular su edad y un flamante maletín de mano adquirido seguramente con tarjeta de crédito en unos grandes almacenes.

Aproximadamente esta descripción la cumple Víctor González Doreste, comercial asignado a la oficina que mantiene Bankunión en el número 35 de la calle Mesa y López de la capital grancanaria.

Claro que él ya había quedado la tarde de antes con un amigo expendedor de lotería, para ser el primero en conocer las señas de la Administración que hubiese despachado cualquier serie de los premios grandes en la isla de grancanaria. Lleva poco más de veinte meses en su banco y piensa que ha de conseguir méritos deprisa si quiere llegar a algo.

Por eso, a los 8.15 ya tenía puesto el pequeño transistor sobre su mesa y el teléfono al lado, dispuesto a saltar sobre él tan pronto como se anunciase que algún premio había caído en Las Palmas. No tuvo que esperar mucho. Poco antes de las nueve y media todo el país sabía que 39 series del número 21.515 habían sido expedidas por una administración de Las Palmas. A partir de este momento todo ocurrió a una velocidad de vértigo.

Habló por teléfono por el amigo lotero juramentado la víspera y salió disparado -apenas un segundo para ajustarse el nudo de la corbata- hacia la administración que se encuentra a pocas manzanas de su oficina. Cuando llegó comprobó que había sido el primero "bueno, casi -confesaba- porque el de Banesto apareció a la vez que yo". Esto le dio ánimos y pensó que el día no podía empezar mejor.

El pequeño local que ocupa la el despacho de lotería aún no había sido abierto y los primeros curisoso y agraciados comenzaban a agolparse en la calle.

"Inmediatamente comencé a actuar ofreciendo los servicios de mi banco. Al principio me extrañó que la gente tuviese participaciones tan pequeñas, pero no lo tomé demasiado en cuenta. Abrí algunas cuentas.

Cuando Paco -se refiere a Francisco Viejo, el titular del despacho- nos comentó que 34 series del gordo habían sido mandadas a su suegro en Sevilla entendí por qué eran tan pequeños los premios que habían aparecido hasta entonces".

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