Tribuna:

El 'malo' Schuster y su Verónica Gaby

El empate del Barça en su campo frente al vicecolista replantea la guerra de nervios que existe en el club, donde el simplismo convierte los triunfos de unos en derrotas de los otros. Del mismo modo que el éxito personal de Neeskens pareció ser irresistible para Núñez, ahora la competencia que se quiere hacer surgir entre Schuster y Maradona, y también entre estos dos jugadores y el entrenador Udo Lattek, hacen tambalear todas las expectativas.Schuster, a quien ahora la directiva del Barga está convirtiendo en un personaje malo, el otro día estuvo a punto de partirle una pierna a Maradona...

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El empate del Barça en su campo frente al vicecolista replantea la guerra de nervios que existe en el club, donde el simplismo convierte los triunfos de unos en derrotas de los otros. Del mismo modo que el éxito personal de Neeskens pareció ser irresistible para Núñez, ahora la competencia que se quiere hacer surgir entre Schuster y Maradona, y también entre estos dos jugadores y el entrenador Udo Lattek, hacen tambalear todas las expectativas.Schuster, a quien ahora la directiva del Barga está convirtiendo en un personaje malo, el otro día estuvo a punto de partirle una pierna a Maradona el bueno en un entrenamiento. Dieguito ha confesado que vió a todas sus compañeras de constelación, las otras estrellas, las que son de colores y no llevan anuncios en las camisetas, en el momento del choque con el que fue su querido amigo y compañero.

Lo peor del incidente fue su impudicia: todo el mundo sabe que Schuster no tiene nada personal contra Maradona. Todo el mundo sabe que, en el peor de los casos, al golpear no quería partir tanto la pierna de su compañero, como el alma del veleidoso público, que un día le amó y ahora, empujado por la directiva, le está olvidando. A veces uno quiere partir un alma pero no sabe adonde apuntar. Schuster supo encontrar el sitio. La afición que tanto le quiso, ahora tiene el alma colectiva colocada en la espinilla de Diego Armando Maradona, y para intentar partir aquella alma hay que quebrar este hueso. Schuster lo sabe muy bien. Sabe de eso desde el día en que, cuando tenía a la afición barcelonista soldada a su propia espinilla, le cazó Goicoetxea, del Bilbao. Para Schuster allí empezó todo un via crucis, cuya primera estación fue ver que lo que antes se le consideraban criaturadas pasaba a ser tomado como maldades, y sin que en su penoso horizonte apareciera mas Verónica que la desenfadada Gaby, ni mas paño milagroso que la reproducción a todo color de las portadas periodísticas que recogían sus declaraciones escandalosas. La última estación, por ahora, ha sido asistir desde la grada al partido contra el Celta, aunque el resultado de última hora no fuera para él, precisamente, un cáliz amargo.

Guerra Intergaláctica

Han pasado muchas cosas antes de que en el Barcelona se desencadenara este conato de guerra intergaláctica entre las estrellas más rutilantes. La primera cosa, la esencial, fue la llegada de la cojera del futbolista alemán, que hasta ese momento era el retrato vivo de la potencia irreductible. Luego, en las horas negras, llegaron sus declaraciones calificando al entrenador del club poco menos que de alcohólico. Este desliz encontró, sin embargo, por última vez perdón, ya más por lástima que por cariño. Pero su reciente reincorporación -con fracaso- a la selección alemana, le ha provocado un nuevo bache moral, el decaimiento, y eso se ha traducido en un retraso injustificado en el regreso a Barcelona y en nuevas declaraciones peyorativas para Lattek. Y, esta vez, se le dictó el castigo de la suplencia, pensando sin duda que ante el Modesto Celta nadie le echaría en falta, así como las primeras insinuaciones claras de que al final de la temporada tendrá que marchar con su actual cojera a otra parte.

En este momento en que ha caído en desgracia hay que decir, sin embargo, que Schuster sólo es culpable en la medida en que, por ingenuo, se ha tomado en serio la frívola adulación que en España rodea a las figuras del fútbol. Esa adulación, esa entrega desmesurada, es, por otra parte, una auténtica especialidad singularmente desarrollada por la junta directiva del presidente Núñez. Schuster, sin embargo, no ha sido consciente de que el privilegio de ser perdonado sistemáticamente en las flaquezas, en el mediocre mundillo del balonpié español sólo dura mientras el menisco o la espinilla o la clavícula aguantan, o, como ya le pasé a Cruyff, hasta que la edad dicta su ley y se contrata a la figura siguiente. Schuster parece no saber que los desplantes de las figuras no se perdonan porque hagan gracia, sino por la necesidad que tiene el club de que siga marcando goles el domingo siguiente. Y cuando el rendimiento baja y se acaban los goles, lo que se tomaba como gracias se convierten en ofensas.

Letanía

La relatividad de todas estas cosas quedó de relieve hace muy pocos días. Núñez criticó en París el desorden de la vida privada de Maradona. El argentino, que está entero, que es imprescindible en las alineaciones barcelonistas y en los goles del domingo, se enfadó y desafió públicamente al barcelonista diciendo que, sean cuales sean las normas generales del club, él se acostará a la hora que le dé la gana. Para evitar un conflicto y tapar ese desplante hemos asistido a la ceremonia de desacreditación del mismísimo gerente, que en la capital francesa hizo de intérprete de Núñez, y del que ahora se dice que tradujo para la prensa cosas que el presidente no dijo. Así es la vida de los multimillonarios extranjeros, que se codean con la flor y nata del fútbol español en el difícil y complicado vestuario del Camp Nou. Sotil, Cruyff, Neeskens, Krankl, Heredia, Roberto Dinamita, Cleo y Simonsen forman la larga letanía de triunfadores que han encontrado su purgatorio en el Barça.

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