Editorial:

Guerra de nervios

LA CAMPAÑA electoral iniciada, en el sentido amplio de la expresión, el pasado 27 de agosto está alcanzando niveles tales de confusión y turbiedad, que amenaza con arrojar un notable descrédito sobre quienes parecen orientar su actividad exclusivamente hacia la búsqueda personal de escaño en la próxima comparecencia ante las urnas. Es cierto que la política es una actividad dotada de considerable autonomía respecto a los intereses sociales y a las ideas que los grupos dicen representar, pero siempre tiene que existir un nexo entre la lógica de los ciudadanos y la lógica de sus mandatarios.En e...

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LA CAMPAÑA electoral iniciada, en el sentido amplio de la expresión, el pasado 27 de agosto está alcanzando niveles tales de confusión y turbiedad, que amenaza con arrojar un notable descrédito sobre quienes parecen orientar su actividad exclusivamente hacia la búsqueda personal de escaño en la próxima comparecencia ante las urnas. Es cierto que la política es una actividad dotada de considerable autonomía respecto a los intereses sociales y a las ideas que los grupos dicen representar, pero siempre tiene que existir un nexo entre la lógica de los ciudadanos y la lógica de sus mandatarios.En este sentido, no puede decirse que los acontecimientos que se están produciendo durante los últimos días en la cúpula de nuestra vida pública constituyan un espectáculo ejemplar. El baile de las ofertas fantasmales de alianzas, el sainete de quienes simulan deshojar margaritas sin pétalos, la agitación de los desplazados para llamar la atención del público y los giros de ciento ochenta grados en las propuestas estratégicas pueden desacreditar a algunos de nuestros políticos de manera casi irremediable. Un sistema democrático, cuya clave última estriba en el derecho de los ciudadanos para designar periódicamente a sus representantes y gobernantes, es incompatible en sus prácticas políticas con un sistema autoritario, en el que los aspirantes al poder pueden desarrollar sus maniobras en el secreto de los circuitos cerrados de influencia sin más consejero que el cinismo. La democracia descansa en la confianza que merecen a los ciudadanos los hombres públicos. El legítimo y amplio margen del que disponen los profesionales del poder para hacer compatibles sus ambiciones personales con sus credos ideológicos nunca debería quedar desbordado hasta el punto de desequilibrar la balanza de las motivaciones particulares y de las proclamaciones públicas en favor de la búsqueda desnuda de un escaño o de un cargo administrativo. No se trata de hacer moralina, sino de recordar que a un sistema democrático no lo definen sólo sus leyes e instituciones, sino también una ética política cuyas normas no tienen más sanción que el distanciamiento de los ciudadanos respecto a quienes las infringen.

En esta guerra de nervios de la campaña electoral ya iniciada, centrada por el momento en la búsqueda de coaliciones y pactos, le corresponde a la Prensa el penoso papel de servir de vehículo transmisor de unos aconteci mientos nacidos exclusivamente para aparecer como no ticia en los periódicos y las radios. De esta manera, los medios de comunicación dejan de cumplir tareas informativas para convertirse en cajas de resonancias de ma niobras y manipulaciones que necesitan de la publicidad para producir sus efectos. Afortunadamente, la fecha del 14 de septiembre, límite del plazo para formar coaliciones electorales, se halla ya próxima y el mecanismo de retroalimentación que une a los fabricantes de imagen de los políticos con las redacciones de los periódicos perderá, a partir de ese momento, parte de su eficacia. Hasta entonces el forcejeo para forzar pactos y coaliciones llevado a cabo por las fracciones de los partidos y por los gruspúsculos que desean aparecer como partidos cami narán de la mano con la utilización de los medios de co municación, a través de las noticias fabricadas o de las intoxicaciones contrabandeadas, como arma de la estra tegia de confusión. Por eso conviene advertir de la necesidad que los periodistas, primero, y los lectores, después, tenemos de discernir la paja del grano y defendernos de tanto montaje, a tanto la línea, como por ahí circula.

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