Tribuna

Vértigo y vómito de la 'sopa de letras'

Si para el sociólogo puede resultar apasionante la labor de confeccionar una guía de partidos en la España democrática, no lo es tanto para el hombre de la calle, que siente una especie de vértigo (en algunos casos, vómito) ante la fertilidad de determinados personajes públicos. Además, esa sopa de letras es la epidemia que quita el sueño a la clase política cuando el calendario marca una próxima fecha de urnas.En mayo de 1977, al convocarse las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco, había en el panel electoral español más de cien grupos políticos, con sus cor...

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Si para el sociólogo puede resultar apasionante la labor de confeccionar una guía de partidos en la España democrática, no lo es tanto para el hombre de la calle, que siente una especie de vértigo (en algunos casos, vómito) ante la fertilidad de determinados personajes públicos. Además, esa sopa de letras es la epidemia que quita el sueño a la clase política cuando el calendario marca una próxima fecha de urnas.En mayo de 1977, al convocarse las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco, había en el panel electoral español más de cien grupos políticos, con sus correspondientes líderes, que tomaban el pulso a las encuestas antes de iniciar el acercamiento a unas u otras formaciones hermanas. Aunque el trabajo fue eficaz, todavía acudieron a aquellas elecciones 56 formaciones, de las que la mitad tenían un ámbito territorial limitado, y sólo dos, la UCD y el PSOE, lograban presentar listas en la totalidad de las circunscripciones, electorales. Obtuvieron escaño once candidaturas, cinco de ellas regionalistas o nacionalistas. La izquierda fue, entonces, la víctima de la división, con las correspondientes consecuencias en los resultados; dos años más tarde, en marzo de 1979, las guindas más amargas se sirven en el plato de la derecha, que ve disminuidas a la mitad sus actas parlamentarias, y ahora, a dos meses de las terceras elecciones, es el centro el que resucita la sopa de letras.

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La derecha, neofranquista y autoritaria, acudió a las elecciones de 1977 dividida en dos grandes grupos, el extremista y el reformador; con diez líderes: Blas Piñar, Girón, Femández Cuesta y los siete magníficos agrupados en torno a Fraga (López Rodó, Fernández de la Mora, Silva Muñoz, Licinio de la Fuente, etcétera), y en tres tendencias fundamentales, de las cuáles fracasaron estrepitosamente la Palangista y la de Alianza Nacional 18 de Julio, que no obtuvo ni siquiera el escaño senatorial de Blas Piñar, mientras que la más moderada de Alianza Popular, que agrupaba a siete partidos, obtuvo 16 actas y veía hundirse en el olvido a algunos de sus hombres más encumbrados, como el ex presidente de Gobierno Arias Navarro y el ex ministro Martínez Esteruelas. Cinco años más tarde esta derecha ha cerrado filas en tomo a dos únicas opciones y dos únicos líderes: la Unión Nacional, de Piñar López, con Fuerza Nueva como grupo más bullicioso, y la Alianza Popular, de Fraga Iribarne, a la que ahora se unen grupos que vienen del centro -los democristianos de Oscar Alzaga y alguno más que pueda caer al olor de los éxitos que las encuestas conceden a esa coalición- e, incluso, del centro izquierda, como el autodenominado socialdemócrata José Ramón Lasuen.

La batalla por el centro

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Pero donde el reagrupamiento de siglas, líderes y tendencias iba a resultar espectacular en aquella primavera de 1977 fue en el centró de la oferta electoral, en la que, aparte los grupos nacionalistas y regionalistas, quedaron sólo dos siglas, la que surge en torno al entonces presidente de Gobierno, Adolfo Suárez -UCD, en la que entraron todos los grupúsculos y líderes de mayor o menor resonancia en las distintas tendencias suaristas, liberales, socialdemócratas, azules del Movimiento Nacional y algunos grupos democristianos-, y la de un grupo de la Democracia Cristiana que prefirió acudir con este nombre y se estructurá en torno a dos clásicos de esa ideología, Gil Robles y Ruíz- Giménez. Otros grupos de centro de recha o centro izquierda, como Reforma Social Española, de Cantarero del Castillo, y el Partido Socialista Demócrata Español, de Antonio García López, también acudieron solos a las ur as en algunas pocas circunscripcipnes electorales, con una cosecha de votos escasísima. El resto de la sopa de letras centrista, hasta un número de medio centenar de siglas más o menos proíresistas -pues el concepto de centro es así de relativo y ambiguo: hasta Fraga luchó por la marca en aquella ocasión-, se apeaba de la carrera electoral a la espera de una mejor oportunidad.

Si la UCD, como expresión electoral del centro político español, fue el gran invento y el partido triunfador en 1977, y si, con iguales fórmulas e incorporando nuevos númbres al cesto y perdiendo algunos otros -como el de Osorio, que se pasó a Fraga-, el centro volvió a ganar en 1979, tal fenómeno espectacular, pero a la inversa, puede repetirse mismo, como en un juego circense en el que el prestidigitador convierte una baraja en una sola carta, de la que más tarde, y con igual admiración de los espectadores, volverá a desglosar las principales cartas de cada palo. No habría manera de encontrar ejemplo semejante en la historia de la política española.

El argumento del frente popular que la derecha enarbola cuando las opciones de izquierda coinciden en alguna operación de gobierno u oposición encuentra dos únicas objeciones en 1982: las listas y los programas electo rales diferenciados de los partidos Comunista (PCE) y Socialista (PSOE). En el camino de la larga y sobresaltada transición quedaron las siglas de otros 17 partidos, algunos de ellos con apellidos maoístas y leninistas, no pocos marcadamente revolucionarios y todos ellos marxistas y progresistas. Sólo los citados PCE y PSOE, y el partido Socialista Popular de Tierno Galván obtuvieron actas de diputados, pero estos resultados de juniode 1977 no pueden entenderse sin una referencia a los votos que es tas tres formaciones dejaron a su izquierda en las candidaturas del Partido del Trabajo (FITE), de la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), del Movimiento Comunista (MC), de la Organización Comunista de España (Bandera Roja) y hasta de un Partido So cialista Obrero Español, presentado con la h de histórico (PSOE-h).

Si en la derecha o en el centro no pocos partidos nacionalistas o regionalistas lucharon también por quitar votos a las formaciones nacionales -Partido Nacionalista Vasco (PNV), Convergencia i Unió en Cataluña, los regionalistas aragoneses, los foralistas de la Unión del Pueblo Navarro, etcétera-, ese fenómeno fue especialmente intenso en la izquierda, donde entre el Partido Socialista de Andalucia (PSA), los abertzales vascos de Herri Batasuna y Euskadiko Esquerra, la Esquerra Republicana, de Cataluña y otras formaciones progresistas del Estado sumaron nada menos que 23 actas de. diputados en la legislatura que se acaba de clausurar.

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