Cartas al director

Angustia en el tren

Quizá ustedes quieran escuchar, leer las vicisitudes de un viaje sin importancia de una viajera sin importancia. Y se preguntarán por qué no explico esas vicisitudes al responsable de las mismas. Al término de esta carta comprenderán lo absurdo de esa idea.El 7 de julio, a las 12.39 horas puntual, es verdad, cogí en Burgos el rápido electrotrén procedente de Gijón con destino a Barcelona Yo iba a Zaragoza. Un tren cómodo, rápido, limpio y con aire acon dicionado. ¿Se puede pedir más? Pues sí.

Faltaban unos kilómetros para llegar a Alsasua cuando el tren, debido -según dijeron- a la dila...

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Quizá ustedes quieran escuchar, leer las vicisitudes de un viaje sin importancia de una viajera sin importancia. Y se preguntarán por qué no explico esas vicisitudes al responsable de las mismas. Al término de esta carta comprenderán lo absurdo de esa idea.El 7 de julio, a las 12.39 horas puntual, es verdad, cogí en Burgos el rápido electrotrén procedente de Gijón con destino a Barcelona Yo iba a Zaragoza. Un tren cómodo, rápido, limpio y con aire acon dicionado. ¿Se puede pedir más? Pues sí.

Faltaban unos kilómetros para llegar a Alsasua cuando el tren, debido -según dijeron- a la dila tación de los cables del tendido eléctrico por el excesivo calor, empezó a arrancar los cables, que se fueron enganchando en el tren, sobre todo en la máquina. Postes de hierro que se iban inclinando -uno quedó enteramente doblado, pero con tan buena fortuna que no cayó encima del tren-. Todos pasamos miedo, como es lógico. Cuando el tren frenó, tenía mos los cables de tal forma que nos aconsejaron no poner los pies en las escalerillas. Y hasta ahora todo normal, y afortunado, si se tiene en cuenta que nadie tiene la culpa de la dilatación de los cables.

Los problemas surgieron después. El aire acondicionado dejó de funcionar; el calor era achicharrante. Qué sed. Qué falta de información. El tren parado, a cinco kilómetros, aproximadamente, de Alsasua, y la Renfe se veía impotente para solucionar nada en tres horas. Tres horas necesitó, pero valió la pena por lo brillante de la idea: a las tres horas apareció un tranvía que nos llevó a Alsasua. Y mientras aparece este tranvía, bajo un sol agobiante, surge la sed, sobre todo sed. Pagamos a 120 pesetas el litro de agua, a 80 un refresco, a 140 un bocadillo. Como en los lavabos tampoco había agua, mejor no utilizarlos. Muchos viajeros optaron por coger sus bártulos y hacer auto stop; la carretera estaba al lado.

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Tres horas, tres, estuvimos allí metidos, quietos, casi cociéndonos, y extrañamente tan cerca de Alsasua. Al final, ya digo, llegó el tranvía.

Pero la Renfe -qué ambigüedad es esto de la Renfe: ¿a quién reclamo, quién me escucha, qué adelanto?- calculó mal los que éramos; no cabíamos. Jamás he sentido tanta pena por el ganado. Desde aquí doy un toque de atención a la Sociedad Protectora de Animales.

Ya en Alsasua, pretendimos un tren en condiciones. Qué ingenuidad: pusieron otra unidad al tranvía, subieron más viajeros y seguimos siendo cada vez más. Como tampoco nos informaron del tiempo de parada, imposible coger agua o comprar bocadillos. El tranvía no tenía de nada. ¿Por qué tres horas allí parados? ¿No podían mandar autocares? ¿No pudieron mandar antes un tren en condiciones? ¿No pudieron informarnos de una forma correcta? ¿Hubiera sido excederse si nos hubiesen llevado agua y bocadillos? ¿Por qué nos trataron como si fuésemos ganado?

Ah, en Zaragoza me devolvieron el importe de la diferencia; ya se sabe: el tranvía era más baratito, y la Renfe cumple. /

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