Cartas al director

Darwin: ciencia y política

"La pesquisa racional de la naturaleza ( ... ) es evidente que tenía que arraigar con cierta facilidad en las mentes de la sociedad inglesa de su época" (la época de Darwin). Esta afirmación de Faustino Cordón en el primero de sus tres destacables artículos destinados a ofrecer una serie de reflexiones en torno a la figura de Darwin es, a mi entender, un juicio excesivamente halagüeño de la sociedad victoriana. Aunque es indudable, como afirma Cordón, que su prosperidad era precisamente hija de la ciencia experimental, pocas veces como entonces la ciencia ha estado -a pesar suyo o intencionada...

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"La pesquisa racional de la naturaleza ( ... ) es evidente que tenía que arraigar con cierta facilidad en las mentes de la sociedad inglesa de su época" (la época de Darwin). Esta afirmación de Faustino Cordón en el primero de sus tres destacables artículos destinados a ofrecer una serie de reflexiones en torno a la figura de Darwin es, a mi entender, un juicio excesivamente halagüeño de la sociedad victoriana. Aunque es indudable, como afirma Cordón, que su prosperidad era precisamente hija de la ciencia experimental, pocas veces como entonces la ciencia ha estado -a pesar suyo o intencionadamente- tan teñida de connotaciones políticas. El Estado fue siempre un activo y decidido enemigo de la instrucción pública, y para cerciorarse de ello no hay más que recordar el famoso epígrafe del periódico Examiner en 1830: "Papel e impresión, tres chelines y medio; impuesto sobre la educación, tres chelines y medio; precio, siete chelines". La asimilación de las verdades objetivas estaba constreñida a reducidos círculos intelectuales; si a esto añadimos la extendida doctrina de que la ciencia no debe proponerse ir más allá de sus fronteras -"es la misión del científico", diría Virchow, "establecer los hechos, pero no filosofar acerca de ellos"-, podemos imaginarnos por qué la defensa pública de algunos puntos de vista científicos daba lugar a enconadas controversias. Darwin era consciente de las complejas relaciones en que se desenvolvían la ciencia y la sociedad de su tiempo. Lo fue, al menos, al final de su vida.En 1881, un año antes de su muerte, concluía su Autobiografía crítica con estas palabras: "...sistemáticamente, apenas he puesto el pensamiento en la religión al tratar de la ciencia, como tampoco lo pongo en la moral en relación con la sociedad". Se había esfumado la frontera entre el científico puro y el hombre político./

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