Tribuna:

Nacionalcatolicismo en versión democrática

¡Ah, si yo pudiera en Francia hacerme a mí mismo augusto y supremo pontífice de la religión!" (Napoleón Bonaparte).Esta cita es una nota de Napoleón al capítulo IX de El príncipe, de Maquiavelo. El texto anotado es el siguiente: "Se sostiene uno en ellos (en los principados eclesiásticos) por medio de instituciones que, fundadas antiguamente, son tan poderosas y tienen tales propiedades, que conservan al príncipe en su Estado de cualquier modo que él proceda y se conduzca".

La sabiduría zorruna y meliflua de Maquiavelo, aumentada con la audacia medida de Napoleón Bonaparte, nos d...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

¡Ah, si yo pudiera en Francia hacerme a mí mismo augusto y supremo pontífice de la religión!" (Napoleón Bonaparte).Esta cita es una nota de Napoleón al capítulo IX de El príncipe, de Maquiavelo. El texto anotado es el siguiente: "Se sostiene uno en ellos (en los principados eclesiásticos) por medio de instituciones que, fundadas antiguamente, son tan poderosas y tienen tales propiedades, que conservan al príncipe en su Estado de cualquier modo que él proceda y se conduzca".

La sabiduría zorruna y meliflua de Maquiavelo, aumentada con la audacia medida de Napoleón Bonaparte, nos desvela uno de los mayores secretos del éxito en toda clase de mando político: el prestigio religioso. Hablando de ello, añade Maquiavelo: "No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes de que hemos hecho mención anteriormente; pero conviene que él aparente poseerlas". Esto es muy importante en el ámbito religioso: "Puedes parecer manso, fiel, humano, religioso, leal y aun serlo; pero es menester retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu que, en caso necesario, sepas variar de un modo contrario". Y a este pasaje del "maestro" acota Napoleón: "En el tiempo que corre, vale mucho más parecer hombre honrado que serlo en efecto".

Descendiendo al "ahora y aquí" de la coyuntura sociopolítica española, mucho me temo que "los muertos que vos matáis gocen de buena salud". Quiero decir que hemos echado muy pronto las campanas a doblar a duelo por la muerte del nacionalcatolicismo que imperó triunfante en el régimen anterior; pero cuando menos lo pensamos, el presunto muerto se nos aparece suavemente, disfrazado de demócrata esta vez.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Esto lo digo por la excesiva presencia de nuestros altos políticos en los actos religiosos masivos que se celebran en Andalucía a lo largo de la Semana Santa (santa..., ¿para quién?).

Los políticos han repetido una y otra vez que su presencia en los desfiles procesionales y en los actos solemnes (eso sí, en catedrales, no en ermitas) no se debía nada más que a la devoción particular. Pero los medios de comunicación se han desplegado a tope para recoger la imagen de un presidente de Gobierno presidiendo un desfile procesional, de una "primera dama" poniendo un ramo de flores a los pies de la imagen cotizada en la comarca respectiva o de una presencia a alto nivel en los "oficios" catedralicios con inclinación afectuosa de cabezas mitradas y levantamiento de acta de tal presencia en forma sencilla y democrática...

Sin embargo, es imposible desprender una cosa de la otra: las leyes del marketing demuestran que el pueblo, al ver asociados unos determinados gobernantes a sus predilecciones "religiosas" masivas", se siente indefectiblemente predispuesto a depositar en ellos su confianza política. Por eso, que no nos digan a los andaluces que esa conexión -¡tan democrática ella!- entre los representantes del poder (eso sí, de un determinado color) y los símbolos religiosos que se llevan de calle al pueblo (crea o no crea en Dios) es una inocente presencia motivada por viejas devociones a nuestras manifestaciones religiosas.

Un análisis profundo de estas actuaciones podría dar pie para que los buenos sociólogos (los que no tienen prejuiciois ni a favor ni en contra del fenómeno religioso) indagaran en el riesgo de un resurgir deI que ya creíamos fenecido nacionalcatolicismo, pero que amenaza con resucitar vestido de perfecto e impecable demócrata...

Al llegar al poder, todo el mundo siente las tentaciones que tan bien describe Maquiavelo, que, por cierto, no fue él quien las inventó, sino que solamente las desveló y las analizó. Y de esta tentación, no se liberan los Gobiernos demócratas, ni siquiera los regímenes que se autodeclaran ateos militantes. Si no, que pregunteri en la nomenklatura de Moscú por uno de sus miembros más eminentes: su santidad Pimen, patriarca de Moscú y de todas las Rusias.

Rectitud de intenciones

En todo caso, no hacemos un proceso a las intenciones que, en punto de partida, consideramos sinceras y honestas, y que, en este caso particular, ofrecen todos los argumentos para que objetivamente tengamos que reconocer su rectitud subjetiva.

Pero esta buena intención puede muy bien casarse con el peligro objetivo del nacionalcatolicismo democrático. Las cosas vienen sin sentir. Se sitúa uno en el poder y se desliza por la pendiente de sus exigencias sin apenas ser consciente de todas sus consecuencias. Por eso conviene hablar claro y descubrir los secretos del subconsciente y aun del inconsciente.

¿Quién le iba a decir a Napoleón que llegaría un día a lanzar este suspiro de ansia: "No haría yo mal en tener allí (en Roma) muchos cardenales que me debieran su birreta encarnada"?

¿Cómo no comprender la tentación que a un gobernante le viene cuando ve ante sí, servido y aderezado, el plato de la religiosidad popular? Si los grupos políticos que, en punto de partida eran laicos y un sí o un no laicistas, han admitido en su seno e incluso han mimado a militantes cristianos y han llegado a ir a la busca y captura de curas (obispos no consiguieron) para llenar las filas de sus partidos, ofreciéndoles altos cargos en su organización interna, ¿qué de extraño tiene que los estamentos políticos que de manera velada, pero inequívoca, se declaran católicos se entreguen como quien no quiere la cosa a las viejas tradiciones religiosas masivas, que entroncaban fácilmente con las diversas cumbres de la sociedad? En efecto, ¡hay que ver con qué facilidad una hermandad provinciana tiene como hermano mayor honorario a personajes de la mas alta política, sin despreciar el mismo trono, si a mano viene! En una palabra, a los andaluces se nos entretiene con unos maravillosos símbolos religiosos, que son como un bosque que no deja ver el árbol: el árbol de la "vera cruz", el instrumento de suplicio vil que los políticos de entonces infligieron a un hombre que desenmascaró la trama sutil del nacionaljudaísmo de su época, donde convergían los dirigentes nacionalistas y los ocupantes romanos. ¿Por qué no explicarle al pueblo que todo ese bosque de despliegue procesional, de Cristos sufrientes, agonizantes y muertos, y de Dolorosas enjugando su amargo llanto, está siendo manipulado hábilmente por los "poderes fácticos" para que no descubran el verdadero motivo por el que se produjo aquella "pasión", o sea, porque se trataba de un profeta crítico del poder -de todo poder- e incordiante frente a los abusos legales de las alturas?

Si esto se hiciera, los desfiles se desinflarían, los espectadores se irían desilusionados y se reproduciría la realidad de lo que se celebra: Jesús quedaría otra vez solo o quizá acompañado con un puñado de discípulos tímidos y vacilantes.

En todo caso, la democracia, si quiere estabilizarse en España, tiene que mantenerse aconfesional a toda costa. Porque si el confesionalismo se inclina a estribor de un nacionalcatolicismo disfrazado de aires democráticos, no tendría nada de extraño que surgiera a babor otro confesionalismo de signo contrario. Y la historia de España seguiría su vieja y trillada ruta de conflictos religiosos que la desgarrarían de nuevo, y quizá esta vez para siempre.

Archivado En