Reportaje:

El Gobierno británico no cambiará el rumbo de su política económica, pese a los tres millones de parados

"Ulises resistió las voces de las sirenas y regresó sano y salvo a su hogar", señaló esta semana la primera ministra británica, Margaret Thatcher, indicando claramente que no cambiará su rumbo económico con el nuevo presupuesto, el próximo 9 de marzo. Sin embargo, Ulises tardó diez años en volver a Itaca, y no tuvo que acudir a las urnas para confirmar su liderazgo.

Para el mayor exponente del monetarismo, el norteamericano Milton Freedman, la gestión de la economía británica ha sido terrible, ya que no han bajado ni los impuestos ni el gasto público. Friedman, no obstante, hace ...

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"Ulises resistió las voces de las sirenas y regresó sano y salvo a su hogar", señaló esta semana la primera ministra británica, Margaret Thatcher, indicando claramente que no cambiará su rumbo económico con el nuevo presupuesto, el próximo 9 de marzo. Sin embargo, Ulises tardó diez años en volver a Itaca, y no tuvo que acudir a las urnas para confirmar su liderazgo.

Para el mayor exponente del monetarismo, el norteamericano Milton Freedman, la gestión de la economía británica ha sido terrible, ya que no han bajado ni los impuestos ni el gasto público. Friedman, no obstante, hace gala de un cierto optimismo sobre el futuro económico del Reino Unido. El panorama económico británico, siempre dentro del contexto de la crisis internacional, es sombrio, a pesar de algunos síntomas alentadores.El más significativo es, quizá, el aumento de un 9,8% en la productividad que ha experimentado la industria británica en los últimos meses de 1981, año en el cual los días de trabajo perdidos por huelgas se redujeron en más de dos tercios sobre 1980. La obsoleta industria británica necesitaba despertar de su pereza, pero, a pesar de estas cifras, la productividad británica sigue estando un 35% por debajo del nivel alcanzado en 1975.

El pasajero aumento de la producción industrial este verano, se ha visto frustrado con la llegada del invierno y la bajada en el nivel de existencias. En 1981, la producción cayó en un 5% respecto al año anterior, y en un 11,5% respecto a 1979, si bien los beneficios de las empresas aumentaron en un 13% en el último trimestre de 1981, viniendo de un nivel muy bajo.

Tres millones de parados

A pesar del alto valor de la libra esterlina, el Reino Unido terminó el año con un superavit en su balanza comercial de 3.000 millones de libras, que hay que atribuir al aumento de las exportaciones de petróleo, a una ligera mejora de las exportaciones y a un descenso de las importaciones que responde a la caída de la producción.Esta, y el aumento de la productividad, han venido lógicamente acompañadas de un marcado aumento del paro, que bajó ligeramente en febrero, situándose en 3.044.000 desempleados (un 12,6% de la población activa), sin contar el más de medio millón de jóvenes en programas especiales de formación profesional. Cuanto Thatcher llegó al poder en mayo de 1979, el país contaba con 1.300.000 parados (5.4%). En el Reino Unido el seguro de desempleo no tiene límite en el tiempo, lo cual explica que pueda aguantar estos niveles conteniendo la tensión social que provocan. "En el Reino Unido", indicó alguien hace tiempo, "hay disturbios -recuérdense los del último verano-, en el continente hay revoluciones".

Ya se ha indicado en este periódico que el paro le cuesta al Tesoro británico lo mismo que su presupuesto de Defensa (unos 2,6 billones de pesetas). Este es el drama del que quiere jugar al liberalismo puro en un sistema social que no lo admite. De ahí que el Gobierno Thatcher haya encontrado grandes escollos en su política de reducción del gasto público.

Este gasto público bajó, a precios constantes, entre 1975 y 1979, con un Gobiemo laborista, mientras ha aumentado con los conservadores, si bien en menor medida de lo que hubiese ocurrido de haber perdido Thatcher las elecciones. El actual presupuesto del Estado de 105.000 millones de libras (un 27% destinado a la Seguridad Social) aumentará, seguramente, el próximo año en un 10%. Y para un Gobierno firmemente decidido a dejar que las fuerzas del mercado sigan libremente su curso, resulta curioso que los gastos en las empresas nacionales lleguen a totalizar 7.000 millones de libras -previsiones oficiales- en 19811982, el nivel más alto en términos reales desde 1975-1976.

Recortes sociales

Si el Gobierno no había, hasta ahora, logrado controlar el déficit presupuestario como quería, parece que este año lo conseguirá, con recortes que afectan a todos los servicios sociales, culturales y educativos, limitándolo a 10.600 millones de libras, un 4,5% del Producto Nacional Bruto. Aunque no toda la industria lo pide, la patronal británica. CBI, está presionando para una relación selectiva, que aumentará el déficit en unos 3.000 millones de libras. Margaret Thatcher ha avisado, sin embargo, ya que su libertad de maniobra se ha visto muy restringida.Hay aspectos del monetarismo- y no hay que olvidar que el primero que lo intentó aplicar, tras el fracaso del pacto social en 1978, fue el entonces canciller laborista del Exchequer, Denis Healeyque han perdido todo significado, y uno de ellos es el control de la oferta monetaria, que ha aumentado entre febrero de 1981 y enero de 1982, en más de un 15%, cuando la meta oficial, era de un 6%.

Las esperanzas de reducir la inflación por debajo de un 10% han sido constantemente pospuestas, y no se espera que el Gobierno alcance esta ansiada meta antes de 1982. La inflación lleva tres meses seguidos en un 12% anual. En mayo de 1979 era de un 10,3%, pero en la primavera de 1980 había subido a un 22%, tras la espectacular subida del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA).

La recesión y el miedo a perder los puestos de trabajo han llevado al sector privado a aceptar una subida salarial de un 6% en término medio. El nivel de vida de los británicos sigue bajando, y, a pesar de las promesas electorales, los impuestos directos han subido más rápidamente en el Reino Unido que, según la OCDE, en el resto de los países occidentales. Según datos proporcionados por el propio Tesoro británico, entre 1978 y 1982, la imposición directa sobre los que ganan el promedio nacional, ha aumentado en un 20,3%. Para los casados con dos hijos que ingresen la mitad del promedio nacional, esta subida ha sido de un 92%, mientras que los que ganan cinco veces más que la media han visto sus impuestos directos reducidos en un 5%, una proporción que va aumentando a medida que se asciende por las capas sociales.

La situación es, pues, delicada. Margaret Thatcher es duramente criticada, no sólo por la oposición, como es natural, sino por un gran sector de su propio partido. Firme en sus convicciones, Thatcher no quiere dar un golpe de timón que, por otra parte, la desacreditaría.

Hay que decir que el mensaje de la dama de hierro ha llegado al público británico, lo cual no significa que éste esté de acuerdo. Con sus intervenciones simplistas y repetitivas, en las que dominan expresiones como la impresión de dinero deshonesto, más fácil de entender que si dijera "un aumento de la oferta monetaria con la sobreemisíón de billetes",'Ia gente ha entendido mejor su mensaje que el del partido laborista o los socialdemócratas, alto confusos y con recetas que huelen a viejo.

El Gobiemo sólo espera un aumento de un 1% en el Producto Nacional Bruto en 1982, con lo cual todo indica que las dificultades seguirán presentes. Margaret Thatcher ha llegado a su encrucijada. Pero es pronto para afirmar que no continuará encabezando el Gobierno tras las próximas elecciones generales, dada la profunda división de la oposición. Cuando el ministro de Trabajo, Norman Tebitt, señala con gran cinismo, que la gente no mirará el nivel del paro, sino la dirección en que se mueve el desempleo, podría tener razón, si el paro comienza a disminuir.

¿Pero, le van bien las cosas a Thatcher? Por el momento -por los propios patrones- muchas de sus promesas se han quedado en el aire, víctimas de las circunstancias.

La respuesta a esta pregunta no comporta un puro juicio económico -y el panorama aquí pintado no es muy halagüeño-, sino un juicio de valor que implica consideraciones políticas y sociales.

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