La derecha francesa busca un jefe que reconquiste el poder

En vísperas de las elecciones cantonales de marzo en Francia, la oposición conservadora liberal continúa buscándose a sí misma. Tras la hecatombe histórica de las elecciones presidenciales y legislativas del pasado verano, el ex presidente Valéry Giscard d'Estaing, el líder del neogaullismo Jaeques Chirac y el ex ministro Raymond Barre siguen alimentando ambiciones de futuros sucesores de un mitterrandismo que por el momento no ofrece brechas fáciles. El gran problema de la derecha es su desunión y la falta de un jefe carismático.

Ayer mismo, un responsable de la Prensa comunista france...

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En vísperas de las elecciones cantonales de marzo en Francia, la oposición conservadora liberal continúa buscándose a sí misma. Tras la hecatombe histórica de las elecciones presidenciales y legislativas del pasado verano, el ex presidente Valéry Giscard d'Estaing, el líder del neogaullismo Jaeques Chirac y el ex ministro Raymond Barre siguen alimentando ambiciones de futuros sucesores de un mitterrandismo que por el momento no ofrece brechas fáciles. El gran problema de la derecha es su desunión y la falta de un jefe carismático.

Ayer mismo, un responsable de la Prensa comunista francesa, en un almuerzo profesional, le confiaba a su interlocutor: "Después de toda una vida diciéndole no al Gobierno, qué difícil es ahora el tener que contemporizar". Esta sola frase sintetiza el problema de los comunistas y de los socialistas que comparten el poder en Francia. Las carencias de la nueva Administración continúan siendo el único alimento de la oposición conservadora. Nueve meses después de su derrota, su imagen es un recuerdo del pasado hecho trizas y su única esperanza es el fracaso del adversario.Las cuatro elecciones legislativas parciales celebradas semanas atrás, perdidas por la mayoría del presidente, François Mitterrand fueron un alivio, pero no un despertar. Los próximos días 14 y 21 de marzo se celebrarán las elecciones cantonales, que no van a trastocar la relación de fuerzas definida por los comicios nacionales del verano pasado, pero sí representarán la primera prueba nacional para valorar el estreno de la gestión del Gobierno de izquierdas.

Todo pronóstico es aún prematuro, pero ya se conoce el resultado de un sondeo sobre esas elecciones: el 50% votaría por la mayoría actual, y el 34%, por la oposición. Según la misma encuesta, los socialistas continúan gozando del favor de los franceses y los comunistas bajan al 13%. En la oposición, el giscardismo se sitúa por debajo del chiraquismo.

Todo indica a estas alturas que el giscardismo-chiraquismo-barrismo se encuentra en la misma situación que la izquierda en 1958, cuando el general Charles de Gaulle, tras diez años de travesía del desierto, fundó la V República. El contexto es distinto, pero hoy la oposición conservadora se encuentra diezmada y desmoralizada, como entonces la izquierda. Incluso la oposición actual parece haberlo comprendido así, puesto que está ingeniando una estrategia de reconquista del poder parecida a la de la izquierda en la década de los años sesenta. En París y en toda Francia, en función de ambiciones personales o de reflexiones de grupos diversos sobre el futuro, se multiplican los clubes.

Su finalidad es la misma que la que animó a la oposición al gaullismo: imaginar proyectos de sociedad que un día sean capaces de interesar a los franceses si, como esperan, el mitterrandismo se salda con un fracaso. La temática de esos clubes es común en el fondo: la derecha se presenta como la única fuerza encarnadora de la República y de las libertades. "Ya es hora de restaurar los principios republicanos", arenga Chirac en todas sus intervenciones públicas. Y, consecuentemente, la izquierda es el "socialismo, y no hay más socialismo que el comunista". Y tercera idea genérica de la batalla ideológica de la derecha: el triunfo de Mitterrand no fue tal, sino "un fracaso de la desunión de la mayoría liberal".

El ex presidente Giscard d'Estaing ha empezado a asomarse a la escena pública. A poco menos de un año de su derrota, Giscard es el mismo hombre ansioso de poder y recalcitrante. Sigue considerándose víctima de las traiciones de sus adversarios (Chirac, en particular) y no reconoce fallo alguno a su política presidencial. Su federación de partidos, la UDF, se ha dispersado y sólo el Partido Republicano, que él fundó, le es fiel.

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Los centristas y los radicales rechazan la guerra de los jefes (Chirac contra Giscard) y desearían encontrar otro hombre. Chirac es el mejor armado, con su Agrupación por la República (RPR), de la que ha eliminado a todos los gaullistas históricos para convertirla en la plataforma que, junto a la alcaldía de París, le servirá un día para aspirar al palacio del Elíseo. Barre juega a convertirse en un hombre recurso.

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