Cartas al director

Horarios del comercio

Como lector habitual de este periódico, que se caracteriza habitualmente por su completa información y documentación, me he visto sorprendido por su editorial Cierre de la imaginación, del día 7 de enero de 1982, donde se tratan los horarios comerciales de una forma demagógica.Desde el punto de vista del consumidor, el comercio debería ser el intermediario que acerca diversos bienes de consumo a un coste razonable. El comerciante, en todo caso, debe repercutir sus costes en los productos que vende, y una prolongación de la jornada comercial supone un mayor coste, que paga el consumidor y el pa...

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Como lector habitual de este periódico, que se caracteriza habitualmente por su completa información y documentación, me he visto sorprendido por su editorial Cierre de la imaginación, del día 7 de enero de 1982, donde se tratan los horarios comerciales de una forma demagógica.Desde el punto de vista del consumidor, el comercio debería ser el intermediario que acerca diversos bienes de consumo a un coste razonable. El comerciante, en todo caso, debe repercutir sus costes en los productos que vende, y una prolongación de la jornada comercial supone un mayor coste, que paga el consumidor y el país, ya que el millón de establecimientos comerciales que existe consume energía a la altura de cualquier sector de la producción.

Tampoco podemos ignorar la guerra existente entre las grandes superficies y las pequeñas tiendas en el tema de los horarios, ya que los primeros tienen capacidad organizativa y material para abrir al público más de ocho horas diarias y, por otro lado, emplean menos trabajadores en proporción a las ventas.

Así, los hipermercados se mantienen abiertos doce horas diarias, y los grandes almacenes, diez, y no cierran a mediodía. ¡Hay quien dé más! Mientras que el pequeño comercio debe ajustar el horario mercantil al laboral, ya que otro horario no sería rentable.

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Queremos hacer resaltar que los hipermercados se introducen en España impulsados por el capital extranjero, principalmente de países desarrollados, en los cuales el comercio cierra alrededor de las seis de la tarde.

Por otro lado, los trabajadores del comercio, casi un millón, con jornadas partidas, salarios bajos y jornada laboral extensa, la mayor autorizada, a la que hay que añadir cuatro trayectos diarios (un escandaloso despilfarro humano y energético), trabajan casi la totalidad el sábado por la tarde, alejados de la vida familiar, cultural o social, que consiguieron hace tres años el derecho a no ver incrementada obligatoriamente su jornada laboral en fiestas tan familiares.

Disociar a los empleados de su núcleo, no conseguir la jornada inglesa (o, al menos, la tarde del sábado) y continuar prolongando horarios, caso de los hipermercados, nos parece ya un empecinamiento, una barrera nacional.

Terminamos afirmando que el comercio, vital en nuestra sociedad, necesita mejorar para abaratar los precios y aproximarse más al consumidor; desgraciadamente, hoy día la cuestión horarios no persigue estos objetivos y encubre una competencia desleal.

En una cosa estamos de acuerdo con el artículo: en la irracionalidad de los horarios comerciales y en la necesidad de su cambio, que bien recuerdan las jornadas de finales del siglo pasado. / Federación de Comercio de Comisiones Obreras.

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