Editorial:

El derecho al trabajo

LA ENCICLICA Laborem exercens trae aires nuevos a la doctrina de la Iglesia católica sobre la llamada cuestión social, y lleva la marca de las experiencias y de las preocupaciones -personales de Juan Pablo II. Mientras las encíclicas sociales de los últimos noventa años, desde León XIII a Pablo VI, eran deudoras del contexto histórico y social en el que se habían formado sus autores, italianos de nacimiento y educación, este último documento deja transparentar claramente el origen de Karol Wojtyla y sus profundos lazos emocionales, culturales y políticos con su Polonia natal.Hast...

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LA ENCICLICA Laborem exercens trae aires nuevos a la doctrina de la Iglesia católica sobre la llamada cuestión social, y lleva la marca de las experiencias y de las preocupaciones -personales de Juan Pablo II. Mientras las encíclicas sociales de los últimos noventa años, desde León XIII a Pablo VI, eran deudoras del contexto histórico y social en el que se habían formado sus autores, italianos de nacimiento y educación, este último documento deja transparentar claramente el origen de Karol Wojtyla y sus profundos lazos emocionales, culturales y políticos con su Polonia natal.Hasta ahora, la doctrina social de la Iglesia se había ocupado de las instituciones y de las prácticas del sistema basado en la economía de mercado, bien fuera para legitimarlo en aspectos determinados, bien fuera para hacer propuestas de reforma, como en los textos de Juan XXIII. La Laborem exercens, sin embargo, parece ampliar su cantera de experiencias históricas a los sistemas económicos poscapitalistas, esas formaciones sociales de dificil clasificación y análísis a las que sus defensores denomínan el socialismo realmente existente. Si bien la condena simultánea del capitalismo salvaje y del colectivismo burocrático entronca sin dificultades con la doctrina social de la Iglesia, la Inflexión nueva de¡ texto de Juan Pablo II es que la ídea de reforma de los sistemas económicos no se circunscribe ya al modelo occidental, concebido como el único susceptible de rectificaciones y mejoras, sino que se extiende a las instituciones de los países del Este, contempladas ahora no como un edificio a derribar por entero, sino como un sistema reformable dentro de su propia lógica.

Sin duda, la impresionante lucha política y sindical que están librando, desde hace más de un año, los trabajadores polacos y Solidaridad contra la ineficiencia, el despilfarro, la corrupción y el autoritarismo represivo del Estado polaco guarda alguna relación con la Laborem exercetis. Porque el movimiento de Solidaridad, aparte de lo que significa como combate en nombre de las libertades ciudadanas y nacionales de los polacos, constituye el primer indicio de que el llamado socialismo real no sea necesariamente una aberración histórica destinada al dilema de autoperpetuarse mediante el despotismo, o de ser desmantelada para dejar paso a la economía de mercado occidental, sino que tal vez constituya un conjunto institucional que pueda ser reformado desde dentro para alcanzar niveles de libertad, autogobierno y democracia compatibles con nuevas formas autogestionarias de la producción y, la distribución.

Ni que decir tiene que la experiencia histórica demuestra sobradamente que los sistemas sociales y los regímenes políticos, aun los confesadamente católicos, suelen recibir las encíclicas papales a beneficio de inventario. Durante la discusión, en las Cortes republicanas del segundo bienio, de un proyecto agrario suavemente reformador defendido por el ministro democristiano Manuel Giménez Fernández, un latifundista salmantino de la derecha ultraconservadora, harto de citas de encíelicas papales en favor de la minirreforma, amenazó a sus amigos de la CEDA con hacerse cismático griego. Sin ir tan lejos, el Estado franquista, pese a su confesionalidad y a sus continuas protestas de ciega obediencia a las enseñanzas de la Iglesia, hizo caso omiso de las doctrinas papales acerca de la legitimidad de la huelga y el derecho a la libre sindicación, al igual que sucede ahora con las ultracatólicas dictaduras del Cono Sur.

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Cabe, en consecuencia, albergar serias dudas acerca de la capacidad de influencia de la Laborem exercens sobre las sociedades, del Este o de Occidente, en las que su mensaje pueda encontrar eco institucional. En el caso de España, los nuevos aires traídos por la ideología de la economía de mercado pura y dura resultarán dificilmente compatibles con los llamamientos a la cogestión, las sugerencias de autogestión y las condenas del tratamiento de la fuerza de trabajo como simple mercancía, cuyo precío, por bajo que sea, debe determinar el juego de la oferta y la demanda, o como factor de producción cuyo exceso lleva inevitablemente al desempleo.

En Polonia, el apoyo de Wojtyla a la libertad sindical y al derecho de huelga reforzará moralmente al movimiento Solidaridád, que había logrado ya con su lucha arrancar al Gobierno -de Varsovia esas conquistas. Pero la parte de Laboróm exercens de más profundo aliento renovador -su afirmación de que "se puede hablar de socialización únicamente cuando quede asegurada la subjetividad de la sociedad, cuando toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno derecho a considerarse al mismo tiempo copropietario,de ese gran taller" que es la sociedad- tendrá que esperar un plazo de tíempo indefinido antes de aspirar a convertirse en una perspectiva realista y no utópica, tanto en Oriente como en Occidente.

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