Tribuna:

Trescientos años de Calderón de la Barca

Hace trescientos años que, el 25 de mayo, fallecía don Pedro Calderón de la Barca Henao de la Barrera Riaño, en la Corte, -como dramaturgo del favor real quizá menos silencioso y de reconcentrada soledad de lo que se ha pretendido-, lejos, pues de su solar montañés, en Viveda, que le garantizaba puesto entre los incontamnados de sangre, privilegio de no pocos pero que en él se acrecentaría con la proximidad al re y, con la garantía del sacerdocio, claro que a los 51 años y tras alguna que otra pendencia Y correría militar y amorosa.Palacio e Iglesia son dos focos demasiado visibles y de relumb...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hace trescientos años que, el 25 de mayo, fallecía don Pedro Calderón de la Barca Henao de la Barrera Riaño, en la Corte, -como dramaturgo del favor real quizá menos silencioso y de reconcentrada soledad de lo que se ha pretendido-, lejos, pues de su solar montañés, en Viveda, que le garantizaba puesto entre los incontamnados de sangre, privilegio de no pocos pero que en él se acrecentaría con la proximidad al re y, con la garantía del sacerdocio, claro que a los 51 años y tras alguna que otra pendencia Y correría militar y amorosa.Palacio e Iglesia son dos focos demasiado visibles y de relumbrón en la vida y, obra de nuestro dramaturgo, pero ahí quedan esos problemas psicológicos y frustraciones de que nos habla Aubrun, esas vacilaciones de vocación religiosa en su juventud cuando aplaza la decisión de ordenarse, el absoluto convencimiento, o no, de lo que predica y hasta, para algún estudioso, la disidencia y la crítica. No es una vida sin historia" como pretende Sauvage, sino una vida que requiere nuevas aportaciones y enfoques para una visión global, perjudicada, quizá, por la comparación con Lope de Vega, extremoso y extrovertido y, consecuentemente, facilitador de testimonios, aunque no poco contradictorios.

Revisar no obliga a volver las cosas del revés porque, aunque a veces la crítica y las estimativas cedan a estas polarizaciones con algo de espectacularidad y adecuación a los tiempos, es lo cierto que las sucesivas lecturas interpretativas, contrarrestándose y complementándose, crean una imagen integradora del escritor cuando éste ha conseguido franquear la barrera del olvido y ha pasado a integrar la cultura literaria; es decir, ha obtenido la consideración de clásico (no entro en el problema de la fortuna literaria y las recuperaciones). En principio, no cabe esperar de la crítica calderoniana generada por la celebración del tricentenario espectaculares cambios de rumbo en la lectura de Calderón, pero los esfuerzos de quienes vayan por libre Y de quienes se sumen en congresos como los de Toronto, Madrid, Mieres, Nebraska, Alemania, L'Aquila, deberán matizar, esclarecer, complementar y documentar aspectos de la vida y de la obra de Calderón.

Contamos con inteligentes interpretaciones del estilo calderoniano y sus significado profundo, corno forma transcendente de ver el mundo y vincularlo a la divinidad (Wilson, Huzfeld, Reichenberger, Ochse, Aubrun, Flasche, Valbuena Prat). Tenemos valiosos análisis de estructura, técnica dramática, escenografía (Spitzer, Sloman, Thomas, Pring-Mill, Oppenheimer, Shergold, Varey, Dámaso Alonso... ). Así como valoraciones de la filosofía calderoniana y de sus autos (Frutos, Parker, Wardropper, Bataillon) y una desbordante bibliografía sobre aspectos particulares (honor, mitología, tragedia, personajes... ), buenas ediciones y estudios individuales sobre ellas.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Para comprobarlo basta asomarse a la reciente y monumental bibliografía de Reichenberger o a la de Parker y Fox para el panorama crítico de 1951 a 1969. Y uno, ingenuamente, se pregunta ¿podrá decirse algo nuevo?, (,es necesario seguir engrosando la biblioarafía calderoniana? Pues sí, claro está, porque del conjunto van sedimentándose unas cuantas ideas que enriquecen la lectura de Calderón. Pero es que, además, hay, muchos aspectos que requieren nueva luz y enfoque.

Sin pretender plantear aquí un estado de la cuestión, formularé unas pocas preguntas: fue de verdad Calderón un convencido defensor de los rigores del honor o se distanció inteligentemente mostrando su crueldad, como han pretendido algunos críticos?, ¿cuá fue el arado real de integración de nuestro dramaturgo en la vida religiosa y palaciega?, ¿en qué claves interpretaba un espectador común la riqueza del ver y del oir de su teatro?, ¿entendía el público general la complejidad conceptual de los autos sacramentales o se trataba de una corriunicación más ritualizada y próxima a la relación liturgia feligrés?, en qué medida crea una escuela?, ¿cómo se articula el teatro menor de nuestro dramaturgo y la solemnidad de La vida es sueño, y cómo se integran -en las expectativas de público de la época? Y tantas preguntas que harían enojosa su acumulación, pero retengamos todavía: problemas de edición, de fuentes, necesidad de unas obras completas con todo el rigor de la crítica textual, estudio de su obra por musicólogos y algo que es bastante común, como el olvido de que estudiar el teatro no es sólo estudiar un texto literario con los habituales procedimientos de la crítica, sino que por sus peculiaridades de comunicación obliga a tener en cuenta la organización teatral en su conjunto y exige plantearse problemas como: especialización del espacio escénico y, del espacio del espectador, gusto de corte y corral, maestría del actor, parateatro y fiesta. En definitiva, compaginar el reverente respeto al texto con su realidad de época.

Y esto nos lleva, inevitablemente, a plantearnos1a presencia de Calderón en un público amante del teatro pero lo especializado ni obligado a un respeto reverente, impuesto por unas estimaciones acuñadas, porque de la labor de los críticos puede quedar un poco que enriquezca la lectura, pero de sobra es conocida la escasa relación entre hombres del teatro y sus estudiosos desde los cauces de la literatura.

Aunque repita ideas de sobra conocidas, he de referirme a la complejidad de llevar a Calderón a los escenarios actuales, porque a nadie se le ocultan los graves obstáculos para que el público comprenda la complicación conceptual de muchas piezas de nuestro dramaturgo y se apasione por la sonoridad de su imaginería, con elementos retardatarios de una comunicación de ideas, tantas veces ajenas a preocupaciones del día. Quizá derrochando imaginación sea posible rescatar a Calderón de una lectura de reverencia histórica o de utilización triunfalista de sus autos sacramentales . Sí el texto escénico se recrea en la tensión con unos espectadores, medítese sobre ello y extráiganse las consecuencias para una acertada escenificación de esa diversidad de niveles que se articulan en nuestro teatro del Siglo de Oro (aunque Calderón se dispare hacia arriba), una pluralidad que permitió, en su siglo, conciliar públicos tan diversos en torno a un mismo texto. ¿Es posible dar forma escénica actual a esa polisemia del texto? Prefiero pensar que sí a creer que Calder5n está irremisiblemente muerto para la escena de tres siglos después.

Y una consideración final, quizá a contrapelo. Otros centenarios de don Pedro fueron celebrados con poesía de certamen en juegos florales, bien es cierto que excesivamente marcada en su originalidad por el acontecimiento. No me parece fuera de lugar reclamar alguna corona poética, pero no es ahí a donde apunto, sino a la beneficiosa lectura calderoniana que podrían -y deberían- darnos nuestros creadores literarios, que sumada a la de los técnicos del teatro y a la de los estudiosos de la literatura, confluiría en la actualización de uno de nuestros primeros clásicos. Y tambien los musicólogos tienen mucho que hacer. Pero esto ya va pareciendo un reparto de responsabilidades. En todo caso siempre será posible que en la libertad de la lectura solitaria, quien lo quiera podrá reencontrarse con el sonoro verso calderoniano, y su tricentenario puede servir al menos para, al airear su nombre, recordar que este reencuentro es posible.

José María Díez Borque, especialista en literatura española del barroco.

Archivado En