Los fabricantes no aportaron novedades en el último Salón del Automóvil de Barcelona

El Salón Internacional del Automóvil de Barcelona, en su edición de 1981, terminó el pasado domingo. Después de ocho días de exposición, casi 700.000 espectadores visitaron sus diferentes pabellones, cifra muy importante sí se tiene en cuenta la profunda crisis por la que atraviesa el sector en este país. El interés por parte de los visitantes se habrá visto, en la mayoría de los casos, un tanto defraudado. Los fabricantes españoles, con contadísimas excepciones, no tienen casi nada nuevo que enseñar, mientras que los coches de importación, más interesantes, no están al alcance de la gran mayo...

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El Salón Internacional del Automóvil de Barcelona, en su edición de 1981, terminó el pasado domingo. Después de ocho días de exposición, casi 700.000 espectadores visitaron sus diferentes pabellones, cifra muy importante sí se tiene en cuenta la profunda crisis por la que atraviesa el sector en este país. El interés por parte de los visitantes se habrá visto, en la mayoría de los casos, un tanto defraudado. Los fabricantes españoles, con contadísimas excepciones, no tienen casi nada nuevo que enseñar, mientras que los coches de importación, más interesantes, no están al alcance de la gran mayoría de esos espectadores.

El Salón del Automóvil de Barcelona, de periodicidad bienal, ya no tiene el atractivo de antaño. Antes, los fabricantes españoles aprovechaban el Salón barcelonés para lanzar sus nuevos modelos. Los importadores, por su parte, utilizaban el Salón para introducir en España los contadísimos vehículos de cupo que les concedía la Administración.Ahora la situación ha cambiado. Los fabricantes españoles lanzan sus nuevos modelos de acuerdo con las fechas que les aconsejan sus técnicos de mercado. Fechas que no tienen por qué coincidir con las de la explosición catalana. Además, si todos los nuevos modelos se presentaran al mismo tiempo, la repercusión sobre los posibles compradores quedaría repartida.

Por su parte, los importadores pueden introducir en el mercado español cuantos coches requiera este mercado. Desde el mes de abril de 1979 este sector está liberalizado, por lo que el Salón del Automóvil de Barcelona también ha perdido su sentido en este aspecto.

En esas condiciones, la muestra barcelonesa ha perdido gran parte de su atractivo anterior, aunque, desde el punto de vista estrictamente automovilístico, la masiva presencia de coches extranjeros en la parte dedicada a ellos sea la primera vez que ha podido contemplarse.

Sin embargo, para los fabricantes e importadores, el Salón ha sido utilizado como pretexto para lanzarse a una especie de extraña competencia de gastos con los que conseguir mostrar, una cara que están lejos de tener. Aunque los organizadores no han forzado a ninguno de ellos para que estén presentes en el recinto de exposiciones barcelonés, el hecho de que vayan algunos fuerza a los demás a no quedarse atrás. Algunos fabricantes españoles, como Talbot o Ford, se han gastado con ocasión del Salón del Automóvil más de veinte millones de pesetas. En cifras parecidas han estado algunos importadores, como BMW. En el apartado de las motos, muchos han superado el millón de pesetas, pese a su pequeña estructura y la escasa e de negocio. Y los de la industria auxiliar no se han quedado atrás, con gastos, en ocasiones, superiores a cinco millones de pesetas.

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