ELECCIONES FRANCESASAbierta en Francia la carrera presidencial

Jacques Chirac, el gaullismo impaciente

En estos tiempos de teatro electoral, a la una, a las dos o a las tres de la madrugada, cuando regresa a su vivienda del Ayuntamiento de París (para eso es alcalde), Jacques Chirac, 48 años, repite cada noche la misma operación: va a la cocina y él mismo se hace una tortilla de ocho huevos. Y se la come, y bebe cerveza. «Y después ya puedo concentrarme en mis discursos», confiesa como si oada el edil número uno de la capital y candidato a la presidencia.El apetito de Chirac es legendario. Come cuando hay que comer y, entre horas, almuerza media docena de veces al día. El hombre no f...

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En estos tiempos de teatro electoral, a la una, a las dos o a las tres de la madrugada, cuando regresa a su vivienda del Ayuntamiento de París (para eso es alcalde), Jacques Chirac, 48 años, repite cada noche la misma operación: va a la cocina y él mismo se hace una tortilla de ocho huevos. Y se la come, y bebe cerveza. «Y después ya puedo concentrarme en mis discursos», confiesa como si oada el edil número uno de la capital y candidato a la presidencia.El apetito de Chirac es legendario. Come cuando hay que comer y, entre horas, almuerza media docena de veces al día. El hombre no fuma en público para ejemplarizar, pero quema dos paquetes de Winston diarios. Su guía político, el fallecido presidente Georges Pompidou, en una reunión nocturna, dijo una vez: «Si en este momento le digo que me abra un túnel entre mi casa de la isla de San Luis y el palacio Matignon, Chirac se las arreglará para encontrar todos los medios necesarios. Y mañana, a las nueve, estará esperándome a la salida del túnel».

Mitterrand, su adversario socialista, dice de él que «habla como se escribe a máquina»: Michel Jobert, el ex ministro de Exteriores de Pompidou, le bautizó con el apodo de Bulldozer. Los giscardianos dicen que es el «capitán fracaso». Giscard, con una mala uva soberana, les explicó un día a sus conciudadanos que para dirigir a Francia hacían falta hombres con mucha sangre fría «y no hombres agitados».

Ese Chirac contundente de la leyenda, que algunos dicen inculto porque no le gusta la música, que sólo lee libros policíacos y únicamente se apasiona por la política, por los libros de economía y por el teléfono, y que trabaja veintiséis horas al día, nació en París hace 48 años. Y ahora, con la fe de un cruzado, repite sin cesar: «Yo seré el presidente de la República».

Desde el día que desapareció su benefactor Pompidou, todos los franceses saben que aquel muchacho licenciado en políticas y alumno del vivero de la clase dirigente francesa (la Escuela Nacional de Administración), que coqueteó con el socialismo a los dieciocho años, que se casó con Bernardette de Courcel (familia de rango y gaullista) y es padre de dos hijas, va para presidente.

Impaciencia no le falta. En 1974, con 43 diputados gaullistas, se pasó al campo de Giscard, lo que le valió ser primer ministro y número dos del régimen. Pero se impacientó con Giscard y dimitió, y fundó la Agrupación por la República (RPR). Y se convirtió en alcalde de París, enfrentándose con el candidato de Giscard. Y empezó a asustar a los franceses con sus «llamamientos", de estilo gaullista, pero sin 18 de junio. Tanta impaciencia, azuzada por el antigaullismo del giscardismo, desconcertó e inspiró la duda y las rivalidades incluso en su propio campo.

Hace poco más de un año, no pocos franceses creían haber perdido un bulldozer, y eso sin contrapartida. Más de diez años de Gobierno, ministro varias veces, primer ministro, delfín del neogaullismo. ¿Tanto para acabar en impaciente agitado? El Chirac vestido de francés medio de hace cincuenta años, simpático en privado, pero violento a la hora del verbo, reñido con los barones de nombre: Chaban Delmas, Guichard, Debré, odiado por el giscardismo beligerante, refugiado en su alcaldía de París y en su castillo de Correze (su departamento), disminuido por un grave accidente de automóvil, silencioso durante largos meses, iba a probar lo contrario.

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Desde que hace dos meses se declaró candidato a la presidencia de la República, Francia ha reconocido a un «Chirac nuevo», con nuevos métodos, practicando la persuasión, sin la furia de la impaciencia, vestido por un sastre del día, competente y seguro de su estrella: «Siento que seré presidente. De igual manera que sentí que sería diputado por primera vez, cuando nadie lo creía, y como sentí que sería alcalde de París, cuando los sondeos decían lo contrario. Y como ocurrió cuando, gracias a mi participación activa, ganamos las legislativas de 1978». Y dicho eso, el Chirac que juega a ser del pueblo, que descansa trabajando, que se priva de todo menos de comer, fino y largo como un chopo joven, no se sabe si ha convencido a un número suficiente de electores para hacer realdiad su sentimiento, aunque ya ha desconcertado la certidumbre del planeta giscardiano.

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