Editorial:

Declaraciones de un general

LAS DECLARACIONES del general Sáenz de Santamaría a nuestro diario (véase página 11) tienen una lectura polivalente, por lo que dice y por quien lo dice. El general Santamaría, delegado especial para la Seguridad en el País Vasco, ha podido ver cómo su efigie tapizaba las paredes de Euskadi, junto con leyendas alusivas a la represión estatal sobre Vasconia; objetivamente pasa por un militar «duro» o, si se prefiere, no es el militar que pueda resultar objeto de ataques por la derecha autoritaria española a cuenta de debilidad en sus criterios o en el ejercicio dé su mando.Sin embargo, Sáenz de...

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LAS DECLARACIONES del general Sáenz de Santamaría a nuestro diario (véase página 11) tienen una lectura polivalente, por lo que dice y por quien lo dice. El general Santamaría, delegado especial para la Seguridad en el País Vasco, ha podido ver cómo su efigie tapizaba las paredes de Euskadi, junto con leyendas alusivas a la represión estatal sobre Vasconia; objetivamente pasa por un militar «duro» o, si se prefiere, no es el militar que pueda resultar objeto de ataques por la derecha autoritaria española a cuenta de debilidad en sus criterios o en el ejercicio dé su mando.Sin embargo, Sáenz de Santamaría ha demostrado con las declaraciones citadas que la firmeza de criterio es un concepto intelectual que va algo más allá que el simple puñetazo sobre la mesa, y que la firmeza no debe ser la excusa interesada para anular el criterio. Con su bagaje de información previamente adquirido en servicios militares especiales y a menos de un año de su destino en el País Vasco, este general ha comprendido más cosas que numerosos políticos de oficio. Y algunos de estos políticos deberían moverse a sonrojo leyendo cómo un militar que es el enviado del Gobierno estatal para resolver los problemas deFterrorismo en Euskadi rompe una lanza en favor del PNV, defiende la aceleración de transferencias autonómicas al País Vasco, desecha la «solución militar» o los estados de excepción corno fórmula antiterrorista y sólo comete un desliz (excusable en el contexto de todo lo anterior) en sus afirmaciones sobre Navarra y Euskadi. No tanto porque el tema no pueda ser objeto de debate (que lo es y lo seguirá siendo durante muchos años), sino por cuanto se podría haber evitado un pronunciamiento sobre un problema que ahora mismo es más objeto de propaganda que de reflexión.

Por lo demás, Sáenz de Santamaría incide con acierto en el tema de las transferencias autonómicas, que deben dejar de ser un pretexto para negociaciones o chantajes subrepticios entre el poder central y las autonomías. Acelerar la transferencia de poderes al Gobierno vasco clarificaría notablemente la situación política y de orden público en el Norte y restaría motivaciones a muchos vascongados que aún se sienten perjudicados o maltratados por el Gobierno de Madrid. Con un Gobierno vasco plenamente responsable de su poder autonómico quedaría restablecida la frontera ideológica entre agraviados y separatistas a sangre y fuego, y la discusión política sobre el futuro de Euskadi podría reconducirse hacia niveles más intelectuales que los de hoy.

Cabe presumir que no es sólo la cicatería política del gobierno del Estado (que la tiene) la que impide acelerar un proceso autonómico conflictivo como el vasco; sin duda que influyen oscuros e históricos temores hacia lo que hemos dado en llamar «poderes fácticos» o simplemente hacia la derecha más conservadora de este país. Esa derecha que, en palabras del señor Fraga, llega a estimar que la solución al terrorismo reside en que mueran más terroristas que guardias. Esos poderes fácticos y esa derecha -que a la postre son lo mismo- debieran reflexionar sobre las palabras del general Santamaría, que ha tenido la ocasión de contemplar el problema vasco desde el mismo ojo del huracán.

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