La mayoría de los supervivientes prefirieron venir a Madrid en autobús

Alrededor de las 0.10 de la noche llegó a la estación de Chamartín el ferrobús procedente de Torralba que transportaba a cuarenta viajeros, supervivientes del accidente del Talgo. La mayoría de los pasajeros del tren siniestrado prefirieron llegar a Madrid en tres autocares que, con 160 pasajeros en total, llegaron a la estación con intervalos de cuatro minutos; entre el primero Y los dos restantes desde la 1.30 de la noche. A la llegada del tren al andén de Chamartín había más de un centenar de personas esperando a los supervivientes. La mayoría de ellos, en vista de que sus familiares no lle...

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Alrededor de las 0.10 de la noche llegó a la estación de Chamartín el ferrobús procedente de Torralba que transportaba a cuarenta viajeros, supervivientes del accidente del Talgo. La mayoría de los pasajeros del tren siniestrado prefirieron llegar a Madrid en tres autocares que, con 160 pasajeros en total, llegaron a la estación con intervalos de cuatro minutos; entre el primero Y los dos restantes desde la 1.30 de la noche. A la llegada del tren al andén de Chamartín había más de un centenar de personas esperando a los supervivientes. La mayoría de ellos, en vista de que sus familiares no llegaban, que la información de Renfe era escasa o nula y que las inforniaciones facilitadas por las emisoras madrileñas, exhaustivas algunas de ellas, no aclaraban, sin embargo, la lista de heridos y fallecidos, optaron por irse al lugar del accidente.Las noticias difundidas por las emisoras -la mayoría de los familiares de los viajeros se enteraron por radio del accidente- contradecían la errónea información facilitada por RTVE, que decía que el tren hacía el recorrido Madrid-Barcelona cuando en realidad era al revés. Cuando se supo la noticia de que muchos viajeros llegarían en autobuses, el vestíbulo de Chamartín volvió a llenarse paulatinamente. A la 1.30 de la noche llegó el primer autocar. La desilusión de los que no veían entre ellos a sus familiares alcanzó a veces cotas patéticas. Esa sensación de dolor y tragedia se acentuó aún más entre la docena de personas que, una vez llegados los tres autocares, en ninguno de los cuales veían a sus parientes, amigos o familiares, preguntaban desesperadamente a cualquiera que quisiera escucharles si aún faltaban autobuses por llegar.

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Miembros de la Policía Nacional, empleados de Renfe, vigilantes jurados y familiares de otros viajeros que sí llegaron, tranquilizaban a los desesperados familiares diciéndoles que muchos de los supervivientes habían optado por volver en taxis y que otros habían sido recogidos por automóviles particulares que, espontáneamente, se ofrecieron a trasladarlos, desde Torralba a Madrid.

Quizá los gritos de alegría al ver aparecer en alguna ventanilla de los autobuses a algún conocido superaban los sollozos de un hombre desesperado, de sesenta años, que lloraba mientras preguntaba por su mujer.

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