Editorial:

El estatuto

UN ESTATUTO DE la redacción de EL PAIS fue aprobado recientemente por más de dos tercios del censo de redactores del diario; previamente había sido sancionado por el Consejo de Administración de PRISA (empresa editora de la publicación) y por la dirección del periódico. La junta general de accionistas de PRISA decidirá en última instancia la entrada o no en vigor de esta carta de derechos y deberes de la propiedad, la dirección y la redacción de una empresa privada dedicada a administrar un bien público: la información.En grandes líneas, el estatuto de este periódico contempla sus principios f...

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UN ESTATUTO DE la redacción de EL PAIS fue aprobado recientemente por más de dos tercios del censo de redactores del diario; previamente había sido sancionado por el Consejo de Administración de PRISA (empresa editora de la publicación) y por la dirección del periódico. La junta general de accionistas de PRISA decidirá en última instancia la entrada o no en vigor de esta carta de derechos y deberes de la propiedad, la dirección y la redacción de una empresa privada dedicada a administrar un bien público: la información.En grandes líneas, el estatuto de este periódico contempla sus principios fundacionales, la actual línea editorial del diario, establece la cláusula de conciencia de los periodistas, su derecho y su obligación al secreto profesional las atribuciones y obligaciones de la dirección,, el sistema de nombramiento de los altos cargos profesionales y la constitución formal de un comité de redacción.

Durante más de un año, comisiones de la redacción, dirección y consejo de administración de este periódico lo han discutido exhaustivamente en una negociación que nunca ha sido fácil, pero que ha merecido la pena. Los hombres y mujeres que hacen posible EL PAIS, desde la redacción o desde la propiedad, no han logrado ningún descubrimiento -revolucionario al propiciar este estatuto, han intentado tan sólo aproximar los esquemas de trabajo de la prensa española a lo que es moneda corriente entre los periódicos más solventes y prestigiosos de Europa occidental, en el entendimiento de que lo que resulta bueno para Le Monde, Le Figaro, Il Corrierre della Sera, Frankfürter Allgemeine Zeitung, Neue Zurcher Zeitung, Suddeutsche Zeitung, y para sus lectores, podía ser saludable para una prensa española que acaba de salir de cuarenta años de desertización informativa y manipulación dictatorial.

El estatuto de EL PAIS no podía menos que resultar polémico, por cuanto será quizá el primero de este género que se implante en España, pero de ninguna manera el último. Para algunos es demasiado poco y para otros resulta excesivo. El tiempo y el uso que se dé a este u otros «pactos redaccionales» dirimirán la polémica. Pero, en cualquier caso, es un logro importante abrir una discusión intelectual sobre la «dirección más corresponsabilidad» en los medios de información y la fijación de unas garantías mínimas sobre el honor de los periodistas, el derecho de los propietarios a mantener una línea fundacional y el de los lectores a no ser intoxicados informativamente a capricho de un redactor, un director o un empresario.

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La libertad, incluso en Occidente, es un bien precario, y el de la libre circulación de las informaciones, un trabajo delicado objeto de múltiples presiones. Un trabajo que ha sido certeramente definido por Claude Julien, director electo de Le Monde, con estas palabras: « Las verdades del poder, poder del Estado, poder de los partidos de oposición, poder del dinero, poder de los que orientan y deciden, no pueden ser las verdades del periodista. El que quiera pensar y escribir no tiene más solución que revelar lo que todo poder se esfuerza en ocultar». Contra todo poder, incluido el de los propios periodistas, los medios de información que sinceramente pretenden aproximarse cada día a la independencia y la objetividad elaboran y discuten pactos redaccionales que dificulten la manipulación de las noticias o su ocultación y faciliten la realización de un periodismo honesto.

Sin este entendimiento no se comprenderán nunca los estatutos redaccionales de la mejor prensa europea. Ni los propietarios ni los directores, ni los redactores ganan algo personal con los pactos de redacción; por el contrario, todos ceden en beneficio de un compromiso común y de una libertad de información que debe ser patrimonio de la sociedad. Por eso tenemos fe en el estatuto de este periódico, que esperarnos se apruebe por la junta general de la sociedad editora de EL PAIS y resulte así un paso interesante y sugerente para toda la profesión periodística y para la mejora de los niveles de correcta información del pueblo español. La defensa de la libertad de expresión y los estatutos de redacción, ampliamente experimentados en toda Europa occidental, obligan a difíciles e interesantes discusiones intelectuales sobre el papel de los medios de información en las sociedades modernas. El estatuto de EL PAIS es bueno así hasta para Abc, que ayer lo tildaba, ni más ni menos, que de anticonstitucional y de comunista, de liquidador de la propiedad privada y de introductor del sistema de soviets en el gobierno de los periódicos -¿sabrá de veras Abc lo que es un soviet? Estas acusaciones -sin duda casualmente producidas la víspera de la celebración de la junta de EL PAIS- tienen tanto que ver con l. a realidad como la tesis de que ese gran periódico que es Abc sigue siendo un diario liberal. Las imputaciones que nos hace la manipulación invitan a la sonrisa cuando se lanza en tromba contra este periódico, criticando el titular de una información y vapuleando un estatuto que los lectores de A be no conocen. Para que lo conozcan o para que entiendan su sentido no estaría de más que reproduzca siquiera este comentario.

Por lo demás, duerman tranquilos nuestros colegas de la calle de Serrano. No avivaremos el fuego de su suplicio con la llama de la polémica. Las 75 velas de su reciente aniversario, que sinceramente celebramos con ellos, muestran el parpadeo de la España que se fue y no vuelve. Quizá para avivar su luz necesite la prensa española, Abc también, ¡qué cosas!, un estatuto para su redacción antes de lo que sus propios dirigentes piensan.

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