Jomeini quita poder a la línea dura del régimen iraní

A cuatro días de las elecciones presidenciales, que se celebran el viernes, el imán Jomeini ha hecho una importante concesión a las minorías religiosas iraníes, al aceptar la modificación del articulo 12 de la Constitución islámica, en el que se declaraba oficial la religión chiita, que profesa Jomeini. Los musulmanes sunnitas, el 6% de la población, tendrán los mismos derechos que los chiitas. La religión sunnita es de corte más liberal y mayoritariamente seguida en el mundo árabe. Tres nuevas ejecuciones fueron anunciadas ayer en Teherán.

El imán Jomeini ha vuelto a empujar el pén...

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A cuatro días de las elecciones presidenciales, que se celebran el viernes, el imán Jomeini ha hecho una importante concesión a las minorías religiosas iraníes, al aceptar la modificación del articulo 12 de la Constitución islámica, en el que se declaraba oficial la religión chiita, que profesa Jomeini. Los musulmanes sunnitas, el 6% de la población, tendrán los mismos derechos que los chiitas. La religión sunnita es de corte más liberal y mayoritariamente seguida en el mundo árabe. Tres nuevas ejecuciones fueron anunciadas ayer en Teherán.

El imán Jomeini ha vuelto a empujar el péndulo. Para evitar que el poder se acumule excesivamente en unas pocas manos ha descabalgado de sus lugares preferentes al ala más intransigente de su régimen. Como suele ser habitual en Irán en este tipo de situaciones, nadie ha sido cesado ni nadie ha dimitido. Los clérigos Bejeshti (secretario del Consejo de la Revolución), y Rafsanyani (ministro del Interior), continúan en sus despachos.

Ayer, la prensa publicaba unas duras declaraciones del hoyatosleslam de la ciudad santa de Mashad, jeque Alí Tehrani. Según este influyente religioso, el Consejo de la Revolución es un «nido de espías» (calificativo utilizado usualmente para la ocupada embajada norteamericana en Teherán), y Bejeshti y Rafsanyani eran autores de una conspiración para hacerse con el poder, enviando a la presidencia a un «hombre de paja» llamado Yelalodin Farsi, quien, hasta la pasada semana, era el candidato del Partido de la República Islámica, cuyo aparato dirigen Bejeshti y Rafsanyani.

Farsi era un hombre de pasado desconocido, pero, a pesar de ello, se le consideraba el candidato con más posibilidades. Al Fin y al cabo estaba apoyado por el partido más importante: un partido que era considerado popularmente como «el partido de Jomeini». Frente a él, eran muy pocas las posibilidades del ministro de Economía. Abdul Hassan Banisadr, o del jefe de la flota, almirante Madani.

Según los observadores, Jomeini venía viendo cómo la «Iínea dura» de su régimen iba acumulando más poder cada día. La posible elección de un candidato obediente a esta fracción podría hacer peligrar el sutil equilibrio con el que el imán trata de repartir el juego político. Bejeshti ha sido considerado como el hombre que apadrinó la iniciativa de la ocupación de la embajada norteamericana. El, junto a los «estudiantes islámicos» que mantienen presos a los rehenes, era el hombre que mantenía, de hecho, la iniciativa.

La semana pasada, el candidato Bejeshti quedaba descalificado. Su procedencia no iraní (su madre nació en una región de Afganistán en la que se habla persa) bastaba para excluirlo de una forma constitucional. El Partido de la República Islámica sufría así un duro golpe. De prisa y corriendo se preparó un nuevo nombre desconocido en los ambientes políticos. Surgía así la candidatura de Sayed Hassan Ayed, miembro del ejecutivo del Partido de la República Islámica. Para compensar, también era descalificado el candidato de la extrema izquierda y los autonomistas kurdos, Rasud Rayavi.

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A sólo una semana de las elecciones resultaba imposible improvisar una nueva campaña. Los hombres de Bejeshti pidieron una semana de prórroga. «Las elecciones presidenciales se celebrarán el día 1 de febrero, en vez del día 25 de enero», declararon con toda calma los dirigentes del Partido de la República Islámica. Todos estaban confiados. Nadie podía pensar que Jomeini ponía dificultades al que se consideraba era su «partido».

En un Teherán lleno de carteles, sólo se consideran las posibilidades de éxito de dos candidatos: el ministro de Economía, Abdul Hassan Banisadr, y el jefe de la flota, almirante Madani. En una zona tan significativa de la ciudad como es el Bazaar sólo se pueden ver sus retratos. El primero es un hombre apoyado en la pequeña burguesía y un amplio sector de la juventud. El segundo es el candidato de aquellos que siguen siendo jomeinistas, pero comienzan a sentir nostalgia por la « ley y el orden ».

Una de las cosas que puede hacer el futuro presidente es iniciar una solución al ya viejo conflicto de los rehenes de la embajada de Estados Unidos en Teherán. Algunos observadores parecen optimistas. Por un lado están las declaraciones de Kurt Waldheim, quien, según como se le interprete, parece haber hecho una referencia sutil a que ya se ha llegado a algún acuerdo. Según estas mismas fuentes, la reciente expulsión de los periodistas norteamericanos, obedecería a un deseo de los sectores más flexibles iraníes para lograr una solución con discreción y sin estridencias. La caída en desgracia de la «línea dura» es ya, de por sí, todo un síntoma.

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