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El arzobispo de Madrid

y presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente Enrique y Tarancón, está tratando de rechazar la propuesta de grupos de su diócesis de celebrar con actos públicos sus bodas de oro sacerdotales, quizá porque quisiera estar ese día -el próximo 1 de noviembre- en Burriana, la tierra donde nació y donde mejores naranjas puede comer el campechano monseñor. Tampoco le importaría ese día al cardenal festejar su aniversario en Villarreal, donde reside habitualmente. De ambas localidades castelloneses sí es seguro que Tarancón reciba en esa fecha dos regalos inevitables: una reproducc...

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y presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente Enrique y Tarancón, está tratando de rechazar la propuesta de grupos de su diócesis de celebrar con actos públicos sus bodas de oro sacerdotales, quizá porque quisiera estar ese día -el próximo 1 de noviembre- en Burriana, la tierra donde nació y donde mejores naranjas puede comer el campechano monseñor. Tampoco le importaría ese día al cardenal festejar su aniversario en Villarreal, donde reside habitualmente. De ambas localidades castelloneses sí es seguro que Tarancón reciba en esa fecha dos regalos inevitables: una reproducción de la torre del campanario de Burriana, con el lema Burriana, París y Londres (los de Burriana, se ha dicho alguna vez, fueron europeos antes que nadie en España), y los que le manden las rosarieras y purisimeras de Villarreal. Lo que quiere el cardenal Tarancón es abrir esos presentes en la intimidad, pero sus diocesanos tratan de impedirle tal gozo. Y no sólo eso, sino que también le han invitado a publicar unas memorias en las que él, desde su larga experiencia de cincuenta años, invite a los jóvenes a seguir el camino del sacerdocio.

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