Tribuna:

Del cuplé al drama

El último gran papel de Laly Soldevilla fue el del ambiguo, teratológico personaje central de La carroza de plomo candente, de Francisco Nieva. No era fácil combinar la comicidad con la angustia, el poder con la ruina, el hombre con la mujer; no era fácil sobreponer a su propio juego de voz tan característico, tan conocido y popularizado, ese otro canto del andrógino ideado por el autor barroco; Laly Soldevilla lo consiguió, y demostró que no era solamente una actriz de condiciones propias explotadas en la exageración, como suele suceder con tantos actores cómicos que se basan en una na...

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El último gran papel de Laly Soldevilla fue el del ambiguo, teratológico personaje central de La carroza de plomo candente, de Francisco Nieva. No era fácil combinar la comicidad con la angustia, el poder con la ruina, el hombre con la mujer; no era fácil sobreponer a su propio juego de voz tan característico, tan conocido y popularizado, ese otro canto del andrógino ideado por el autor barroco; Laly Soldevilla lo consiguió, y demostró que no era solamente una actriz de condiciones propias explotadas en la exageración, como suele suceder con tantos actores cómicos que se basan en una naturaleza de voz o de forma física, sino una verdadera actriz capaz de impersonar, como se dice en inglés -en castellano no hay equivalencia; representar tiene otro matiz, como interpretar-, crear una persona, inventar un ser, siguiendo las invenciones de un autor. Aún la veríamos después en otro personaje tragicómico, pero un poco más de este mundo: el que hizo en El adefesio, de Alberti, junto a María Casares.Pero, bajo estos papeles difíciles, queda siempre sin borrar el recuerdo de la brillantez de su actuación en Te espero en Eslava, muchos años atrás. El personaje de la cupletista ingenua, un poco floña, la invención del personaje inepto y corto para la canción pícara, para el cuplé, pero generadora de ternura, de diversión, de gracia. Laly Soldevilla, que ya tenía años de experiencia teatral, llegó entonces muy directamente al público; y no sólo al público, sino a sus compañeros de profesión, que frecuentemente recuerdan aquella época y aquellas interpretaciones que la ganaron inmediatamente popularidad y respeto.

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Laly Soldevilla trascendía a sus papeles una personalidad humanísima, un sentido alegre de la vida; la virtud de escuchar, tan difícil en escena como en la vida. No es de extrañar que en una interpretación menor, pero imposible de dejar de tener en cuenta por lo que tiene de impresión sobre millones de espectadores, como es la publicidad de televisión, se la confiara un papel de estereotipo, de esquema para unos segundos: el de la consejera, el de la que resuelve un próblema: el de Tía Felisa...

Entre todo un arco de papeles de teatro y cine y de televisión, deja este gran recuerdo de la cupletista ingenua de Te espero en Eslava, hasta el monstruo profundo de La carroza deplomo candente, una larga gama de una gran actriz.

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