Editorial:

¿Protección para la prensa?

EL INSTITUTO Internacional de Prensa, en su pasada reunión celebrada recientemente en Atenas, ha rechazado la sugerencia, presentada por la UNESCO, de que los periodistas gocen en el mundo de un camet internacional que proteja su misión mediante un status especial. A primera vista, este rechazo parece un contrasentido: ¿Es que los periodistas se niegan a ser protegidos, a gozar de unos privilegios que faciliten su tarea? ¿Qué reacción, aparentemente suicida, entonces, ha guiado a los reunidos en Atenas para negarse a la citada iniciativa?En realidad, las cosas no son tan claras como parecen. T...

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EL INSTITUTO Internacional de Prensa, en su pasada reunión celebrada recientemente en Atenas, ha rechazado la sugerencia, presentada por la UNESCO, de que los periodistas gocen en el mundo de un camet internacional que proteja su misión mediante un status especial. A primera vista, este rechazo parece un contrasentido: ¿Es que los periodistas se niegan a ser protegidos, a gozar de unos privilegios que faciliten su tarea? ¿Qué reacción, aparentemente suicida, entonces, ha guiado a los reunidos en Atenas para negarse a la citada iniciativa?En realidad, las cosas no son tan claras como parecen. Toda protección juega -en apariencia- en beneficio del protegido; pero al mismo tiempo concede inexorablemente derechos al protector. Y esta es la pregunta a la que los participantes en la reunión de Atenas han respondido con su negativa: ¿Quién intenta protegernos y contra quién? El estatuto de corresponsal o de enviado especial de una poderosísima cadena televisiva norteamericana de nada le sirvió a Bill Stewart frente a la peristáltica crueldad asesina de un guardia nacional somozista. En misiones de peligro o en el ejercicio insobornable de la libertad, ningún carnet sirve verdaderamente para nada.

El debate, en su espinosa profundidad, es otro. Desde hace algunos años se ha abierto paso en la UNESCO una corriente, avalada por los países socialistas y el grupo del Tercer Mundo, que trata de convertir a la libertad de expresión en un elemento más del desarrollo cultural promovido por los Estados. El deseo es lógico y la intención correcta. Los resultados pueden ser nefastos si se consolida un criterio no liberal del derecho a la información y se le otorgan al Estado y a organismos supraestatales instrumentos de protección (de control, de presión y de censura) al buen uso de la libertad de prensa.

El diálogo -o mejor, la ausencia de diálogo- Norte-Sur se ha trasladado de este modo al terreno de la información. Y frente al concepto de la prensa como el libre intercambio de hechos e ideas se ha erigido, por parte de algunos países del Tercer Mundo, el de la información como medio de educación y adoctrinamiento de las masas. Si hasta ahora el periodismo era un humanismo, en muchos países sometidos a las duras contradicciones de su crecimiento político y de salir de un subdesarrollo económico trágico y cruel se abre paso la idea de la información como un instrumento más del dirigismo del poder.

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Es evidente que la información se compra y se vende, y que, frente a las poderosas redes de comunicación establecidas a escala universal por las grandes potencias industrializadas, los países del Tercer Mundo se encuentran también en un estado de subdesarrollo informativo. Algunos de ellos -copiando el modelo de los países socialistas- instauran, por tanto, el monopolio de la información en el interior de sus fronteras y manejando desde la censura a la coacción y el soborno evitan que llegue a sus pueblos cualquier información, cualquier noticia que en opinión de sus dirigentes atente o sea opuesta al modelo político, cultural y social del país.

La fórmula de la censura contra el poder económico de suprimir la libertad de expresión para luchar contra las multinacionales de la información es la misma táctica de Alejandro y el nudo gordiano, el tajo frente a la dificultad: pero la cuerda, de todas formas, queda rota para siempre. El monopolio informativo de algunos Estados tercermundistas, frente a la presión de las grandes agencias americanas, es optar por la desaparición pura y simple del periodismo, por el amordazamiento de la prensa, por la reconversión del periodista en funcionario, último reciclaje de esta dialéctica estéril.

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