Cartas al director

Crítica e ideología

Ferviente lectora de EL PAÍS, ya que pienso que es el mejor periódico de España, tengo que decir que cada día me decepcionan más sus críticas de teatro o películas. Una cosa es que ustedes transmitan unas ideas progresistas al comentar cualquier acontecimiento político-social, lo cual les agradecemos todos sus lectores, sobre todo, cuando estas ideas vienen acompañadas de la máxima objetividad, y otra cosa es que se crean obligados a emplear a un crítico, tan importante como debe ser un crítico, de teatro y películas, que carece de la más mínima objetividad, ya que no juzga ninguna obra por su...

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Ferviente lectora de EL PAÍS, ya que pienso que es el mejor periódico de España, tengo que decir que cada día me decepcionan más sus críticas de teatro o películas. Una cosa es que ustedes transmitan unas ideas progresistas al comentar cualquier acontecimiento político-social, lo cual les agradecemos todos sus lectores, sobre todo, cuando estas ideas vienen acompañadas de la máxima objetividad, y otra cosa es que se crean obligados a emplear a un crítico, tan importante como debe ser un crítico, de teatro y películas, que carece de la más mínima objetividad, ya que no juzga ninguna obra por su valor intrínseco, sino por las personas que han hecho, montado, pagado o actuado en ella. Si estas personas son evidentemente «de izquierdas» o consideradas como tales, ¡todo son alabanzas! ¿Cómo es posible que en su periódico jamás se lea una crítica en contra de una obra hecha por autores o actores que «votan bien» o públicamente hacen alarde de ser «progres»? ¿Es que ellos no se pueden equivocar nunca? ¿Es que la necesaria liquidación del franquismo implica, obligatoriamente, que todos los que no pertenecían a esta confesión deben de considerarse como seres repletos de talento, gracia, inteligencia e ingenio? ¡Sería demasiado fácil!En mi país hemos padecido también de este «terrorismo intelectual», hace años, cuando casi nadie, ningún crítico de categoría, ningún cerebro que merezca la pena (¡perdón, Albert Camus, sí!), se atrevía a criticar un libro, una película u obra de teatro «progre», so pena de pasar por derechista sin remedio, cuando no era por fascista. Parece mentira que ante tal lavado de cerebro nadie se atreviera a levantar el dedito, como el niño en el cuento El nuevo hábito del emperador de China, para decir: « ¡El emperador está desnudo! ». Los nuevos filósofos han puesto un poquito, de orden en esto, para bien de todos.

El colmo ha sido la crítica de la película El cipote de Archidona, prototipo del esnobismo al revés. Había que poner esta obra por las nubes, sin duda para quedar bien con don Camilo José Cela. Este señor será muy inteligente, pero para quien va a ver (como yo, tonta que soy) esta película, no resulta nada claro. La película es torpe, vulgar, soez... y aburrida, ya que sobra media película, precisamente, la parte donde interviene el señor Cela, en la cual se pasa vergüenza ajena. Ni los peores directores italianos de la última década se han atrevido a cubrirse de semejante ridículo. Ahora bien, pero ¿quién se atreve a meterse con don Camilo, mandarín indiscutido de la literatura española? ¿Quién levanta el dedo para decir que «el emperador está desnudo»? Su periodista, no, desde luego. Le podría costar el puesto y, lo que es peor, el saludo de sus amigos. Si su crítico es capaz de comparar esta película con las obras de Quevedo, será capaz también de comparar a «Superman» con el Quijote, ya que tengo entendido que ambos personajes iban por el mundo con las mejores intenciones... Menos mal que el público no es tan tonto, ni tan paleto como estos señores se creen, pero un poco de objetividad es lo menos que se puede pedir a un periódico como EL PAÍS.

Basta con recordar la anécdota siguiente: Un día, Bismark llegó a una fiesta en palacio, donde le sirvieron champaña alemán, que él se negó a beber. El káiser le reprochó su falta de patriotismo y Bismark le contestó: «Lo siento, señor, pero mi patriotismo termina donde empieza mi estómago.» Ojala a ustedes le pase igual y su ideología termine donde empieza, nada menos que... el arte.

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