El Cardenal Tarancon: "La democracia no está en contra de la fe cristiana"

La democracia, esto es, la participación activa y responsable de los ciudadanos en el gobierno del pueblo, está más acorde que otros modos de gobierno con la dignidad de la persona y con sus derechos inalienables, tal como los programa el cristianismo. Esto afirma el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Tarancón, en su tercera carta cristiana de la serie Después de la Constitución.

Comienza la carta observando que a algunos cristianos no les gusta el régimen de democracia que España se ha dado a sí misma, pues por distintas razones piensan que ...

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La democracia, esto es, la participación activa y responsable de los ciudadanos en el gobierno del pueblo, está más acorde que otros modos de gobierno con la dignidad de la persona y con sus derechos inalienables, tal como los programa el cristianismo. Esto afirma el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Tarancón, en su tercera carta cristiana de la serie Después de la Constitución.

Comienza la carta observando que a algunos cristianos no les gusta el régimen de democracia que España se ha dado a sí misma, pues por distintas razones piensan que en nuestro pueblo es mejor otra forma de gobierno. «Sin embargo -añade-, es necesario afirmar rotundamente que la democracia no está en contra de ninguna verdad de la fe cristiana.»El arzobispo de Madrid apoya su tesis en que el principio fundamental de la democracia -«la soberanía del pueblo» en el plano político- no se contradice con la afirmación de la Escritura - de que «toda autoridad viene de Dios», que sigue siendo verdad sea cual sea la forma de acceder al poder.

Recuerda después el cardenal Tarancón que Pío XII, «a quien tantos recurren, quizá con intenciones distintas», hizo el gran elogio de la democracia, y que el Vaticano II declaró taxativamente que son lícitas las estructuras jurídico-políticas que ofrecen a todos los ciudadanos posibilidades de tomar parte activa y libremente en la fijación de la política y la elección de los gobernantes.

«La democracia -prosigue la carta-, más que una forma o unas estructuras, aunque éstas sean indispensables, es un espíritu, un talante que se basa en el respeto mutuo, aun de los que no piensen como nosotros, en el reconocimiento real de las libertades fundamentales del hombre y en las responsabilidades colectivas de todos.»

Reconoce más adelante monseñor Tarancón que ese talante no puede improvisarse, sino que es producto de una educación, y que el pueblo español no ha tenido ocasión en casi todo lo que va de siglo de adquirir una experiencia democrática, por lo que el primer deber de todos los que tienen responsabilidades públicas es intensificar la formación cultural del pueblo.

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Los cristianos, prosigue el escrito, tienen una gran labor que hacer en la formación responsable del pueblo, y la misma Iglesia como tal puede ayudar a esta tarea, «que realizará con tanta mayor eficacia cuanto más escrupulosamente conserve su independencia de toda la lucha política.

Observa el arzobispo de Madrid que «los que estamos seguros de poseer la verdad en el orden religioso, fácilmente nos creemos poseedores de la verdad en todos los terrenos y, sobre todo, nos podemos sentir obligados a imponer la verdad con la excusa de que es el mayor bien para los hombres», razón por la que -afirma Tarancón- se ha creído durante tanto tiempo que el reconocimiento explícito de Dios en las leyes y la misma confesionalidad del Estado era un bien.

Pero esto significa servir los derechos de la verdad, y no los de los hombres, siendo Dios el más respetuoso para con éstos, mientras «la democracia exige el respeto a los disidentes; la libertad, para que cada cual obre según los dictados de su propia conciencia.

Yo diría -agrega- que este es el primer deber de todo cristiano en esta hora de España».

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