Editorial:

"Cuadernos para el Diálogo"

LA EMPRESA editora de Cuadernos para el Diálogo ha enviado, en estos días, un SOS a sus accionistas y amigos. A menos de conseguir, en el plazo de pocas semanas, fondos suficientes para cubrir una ampliación de capital. La revista que durante la última década del franquismo sirvió de lugar de encuentro y de foro para el debate entre las diversas corrientes democráticas que hoy ocupan la mayoría de los escaños del Parlamento tendrá que suspender su publicación. La liquidación de la dictadura ha desplazado, lógicamente, las confrontaciones poIíticas desde la prensa a las Cortes y ha permi...

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LA EMPRESA editora de Cuadernos para el Diálogo ha enviado, en estos días, un SOS a sus accionistas y amigos. A menos de conseguir, en el plazo de pocas semanas, fondos suficientes para cubrir una ampliación de capital. La revista que durante la última década del franquismo sirvió de lugar de encuentro y de foro para el debate entre las diversas corrientes democráticas que hoy ocupan la mayoría de los escaños del Parlamento tendrá que suspender su publicación. La liquidación de la dictadura ha desplazado, lógicamente, las confrontaciones poIíticas desde la prensa a las Cortes y ha permitido a las organizaciones antes prohibidas por la ley y perseguidas por la Administración sacar a la calle su propia prensa. Sin embargo, la revista Cuadernos, realizada por algunos miembros del antiguo equipo redacción al que han resistido los llamamientos o las tentaciones de la disciplina militante o del Poder, ha continuado, en un medio menos necesitado ya de los semanarios independientes, su meritoria labor al servicio de la libre discusión y el intercambio de opiniones.Los destinatarios de esa petición de socorro se hallan, fundamentalmente, en la sociedad civil. Son los grupos de opinión y los partidos y organizaciones sindicales a los que Cuadernos, en los difíciles tiempos de la clandestinidad, sirvió arriesgada y generosamente de vehículo. Aunque el agradecimiento es una palabra mal vista cuando significa obligaciones hacia terceros por ayudas recibidas en el pasado, resuIta difícil aceptar la idea de que esos potenciales accionistas dejen caer aquel útil invento de la década de los sesenta y comienzos de los setenta simplemente porque ya no lo necesitan o porque les incordia su independencia.

¿Y la ayuda del Estado? El desvergonzado despilfarro de los fondos presupuestarios para mantener en pie ese elefante muerto que es la antigua Prensa del Movimiento, ardorosamente defendido ahora por quienes fueron hasta hace poco las principales víctimas de sus denuestos y calumnias, o para sufragar ese híbrido de incompetencia y corrupción denominado Televisión Española, no puede contagiar de cinismo a la prensa independiente. No se trata de que se amplíen las invitaciones a participar en esa danza pornográfica de miles de millones de pesetas, sino que se clausure el baile. Mientras que la suscripción de acciones por grupos políticos o sindicales no condiciona necesariamente la libertad de una publicación, y difícilmente si ninguno de ellos es mayoritario, la graciosa concesión desde el Poder del dinero de los contribuyentes es una fuente de sospechas seguras y un instrumento de presión probable.

Sin embargo, es algo cualitativamente diferente la debida satisfacción por el Estado de las reivindicaciones hoy pendientes de la prensa española en su totalidad, que aspira a ser resarcida por el Poder, al igual que en otros países democráticos, de los daños y perjuicios que le produce el dumping publicitario del monopolio gubernamental de la televisión, las trabas que dificultan una eficaz distribución y la protección arancelaria a los papeleros españoles. Las primeras declaraciones del secretario de Estado para la Información hacen concebir fundadas esperanzas de que esa política de reparación a la prensa va a entrar pronto en funcionamiento. No se trata, ni qué decir tiene, de fondos reptiles, ayudas por debajo de la mesa o sobornos disfrazados, sino de una reglamentación hecha pública con luz y taquígrafos y aprobada y controlada por el Parlamento. Pues bien, sería lamentable que, precisamente en vísperas de una legislación que podría hacer viable su supervivencia, Cuadernos tuviera que cerrar sus puertas. Sería algo así como dar garrote a un condenado el día antes de que entrara en vigor la abolición de la pena de muerte.

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