Del toreo puro de Andrés Vázquez al brillante unipase de Manzanares

Así hace falta que terminen las corridas: como ayer en Colmenar. La gente feliz, los toreros a hombros, sin necesidad de que hubiera previa conspiración de taurinos para plantear en fraude el espectáculo, ni de confiar el resultado al triunfalismo que siempre se desata en las plazas de los pueblos en fiestas.No es que todo fuera bueno, ni el ganado una tía, pero hubo un pasar, varias reses tenían trapío y poder, y casta todas ellas. Y si es así, si los toros tienen trapío, poder y casta, ya está asegurada la diversión, por lo menos en un 70%. Por ejemplo, los dos toros de Andrés Vázquez...

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Así hace falta que terminen las corridas: como ayer en Colmenar. La gente feliz, los toreros a hombros, sin necesidad de que hubiera previa conspiración de taurinos para plantear en fraude el espectáculo, ni de confiar el resultado al triunfalismo que siempre se desata en las plazas de los pueblos en fiestas.No es que todo fuera bueno, ni el ganado una tía, pero hubo un pasar, varias reses tenían trapío y poder, y casta todas ellas. Y si es así, si los toros tienen trapío, poder y casta, ya está asegurada la diversión, por lo menos en un 70%. Por ejemplo, los dos toros de Andrés Vázquez y de Ruiz Miguel. tenían presencia. Los de Manzanares, en cambio, no la tenían, lo cual era de esperar: ya estamos acostumbrados a que los lotes se hagan con tan extraños criterios, que acusan llamativas desigualdades, y que el sorteo ponga los chicos en manos de la figura del cartel.

Plaza de Colmenar

Ultima corrida de feria (lunes). Lleno total. Toros de Antonio Arribas, bien presentados (bajaron segundo y sexto, y estaba romo el quinto); derribaron primero, tercero y quinto. Difícil el primero, manejables los restantes, de carril el sexto. Andrés Vázquez: Bajonazo y dos descabellos (bronca monumental). Pinchazo y estocada caída (dos orejas). Ruiz Miguel: Estocada corta y descabello (oreja). Pinchazo hondo y descabello (oreja). Manzanares: Estocada corta (oreja muy protestada). Estocada caída haciendo bien la suerte (dos orejas y rabo)

Pero ésta es otra cuestión. El caso es que, como decíamos, hubo casta, en los chicos y en los grandes. Tenía interés ver a Manzanares frente a un toro de casta. En su primero, que derribó, se puso en plan trabajador y pegó todos los derechazos del mundo, para lo cual provocaba las arrancadas con zapatillazos a la arena. En el sexto, que no derribó (incluso sólo aportó un simulacro de puyazo) y que además era el carretón, hizo un largo, pulcro, brillante y prolongado trasteo.

Nuestros parabienes para Manzanares, muletero de temple, artífice de numerosos pases impecables, pero es justo que hagamos una observación nada desdeñable: no los ligó. Un torero de su talla, ante un torito de carril, debe alcanzar más ambiciosas metas que el simple muestreo de derechazos, naturales y pases de pecho, versión unipase. Tantos derechazos, tantos naturales, tantos de pecho, uno a uno, sin continuidad, sin que guardaran ninguna relación entre sí, no hacen toreo, ni componen una faena en el verdadero sentido que quiere la lidia. Son eso: pases, más o menos buenos, incluso extraordinarios -como varios de los que ayer instrutmentó Manzanares-, pero no es suficiente.

Toreo es -y pedimos disculpas por la comparación, que parece obligada, por otra parte- la faena de Andrés Vázquez al cuarto, distinta en todo a la de su colega, porque respondía a otra concepción de lo que es el arte de torear. Esta faena sí fue ligada. Adecuaba Vázquez, en cada momento, los muletazos a la cambiante condición del toro; se sucedían con la exquisitez de la filigrana, en una suave continuidad, enlazados entre sí. El repertorio de pases era rico en variedad (naturales, molinetes, afarolados, ayudados, de pecho, cambios de mano), pero se engarzaban sin interrupción -y sin altibajos- construyendo el armazón general de la faena.

Dio Andrés Vázquez unos pases sentado en el estribo y luego tres derechazos monumentales, erguido el cuerpo, la mano baja, el remate limpio. Los ligó con uno de pecho hondo. Luego, todo lo demás. Manzanares se agachaba exagerada e innecesariamente en el cite, corría la mano con temple absoluto, remataba lejos, y allí quedaba rota la continuidad de la faena, pues había de colocarse para un nuevo cite, que era volver a empezar. Lo mismo para los pases de pecho, aunque éstos, por definición, si no son ligados. no son nada.

El maestro zamorano debió hacer más breve la faena, pues su toro tenía muy limitados pases, pero el público pedía más y más, y estaba en juego la responsabilidad de liquidar la amargura de la bronca monumental que se llevó en su otro enemigo. El estilista alicantino dio los cien pases que tenía su toro, cuya docilidad era casi inagotable. Los dos estuvieron muy bien, cada uno en su estilo y cada uno en la medida de sus posibilidades. Así, Manzanares, en ese sexto toro, dio verónicas cargando la suerte y galleó por chicuelinas, todo lo cual fue una grata sorpresa. Y Andrés, en el cuarto, otras verónicas de brazos desmayados y unas navarras, más el galleo por chicuelinas también.

Ruiz Miguel estuvo según es él: trabajador, valiente, arrojado, pero sin arte, lo cual se notó poco en su primer toro, pues su voluntariosa tarea contrastaba con la labor desconfiada de Andrés Vázquez en el anterior (un arribas avisado con poder y genio) que se limitó al macheteo por la cara; pero mucho en el otro, dadas las circunstancias de la corrida. Una corrida con toros y toreo, de la cual salió el público feliz y le reconcilió con la fiesta. Decía uno: «Hemos visto el toreo trabajau y el toreo toreau; esto quedará escrito.» Y escrito queda.

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