Cartas al director

Por leer EL PAIS

Cuando me pongo a escribir la presente hace escasos minutos que puedo decir que he nacido de nuevo.Desde que tengo uso de razón conozco a unos hombres que, entre otras cosas, son de una gran fortaleza de espíritu: conservadores, dogmáticos, intransigentes, duros... Aborrecen la democracia y aman la pena de muerte. Heredaron con codicia una posición social cuyo mantenimiento y traslación a su descendencia es su más obsesiva dedicación.

Ellos siempre están en poder de la verdad y de la razón. Y su verdad y su razón son el derecho a la superioridad sobre una gran mayoría. Cuanto más difíci...

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Cuando me pongo a escribir la presente hace escasos minutos que puedo decir que he nacido de nuevo.Desde que tengo uso de razón conozco a unos hombres que, entre otras cosas, son de una gran fortaleza de espíritu: conservadores, dogmáticos, intransigentes, duros... Aborrecen la democracia y aman la pena de muerte. Heredaron con codicia una posición social cuyo mantenimiento y traslación a su descendencia es su más obsesiva dedicación.

Ellos siempre están en poder de la verdad y de la razón. Y su verdad y su razón son el derecho a la superioridad sobre una gran mayoría. Cuanto más difícil es una época, por escasez de medios para la mayoría (época que hemos conocido tantos españoles), más felices son ellos; porque destacan más, brillando como el lucero del alba, endiosándose ante tantas miradas miserables propicias a mitificarlos. En lo material nunca les faltó comida, ropas, aseo, estudios, etcétera. En lo espiritual tampoco carecieron de nada. Las tres virtudes: fe, esperanza y caridad, fueron suyas desde siempre.

¿Cómo a seres tan privilegiados puede parecerles bien que la gente empiece a vivir que la gente empiece a saber lo que dan de sí, en una palabra, que la gente anule «su superioridad»? Pues bien, estos seres acaban de atentar contra mi vida -la vida de un modesto viajante de comercio-, que a las 19.30 horas del día 20 de junio, al intentar cruzar la carretera para dirigirme al hotel, se han salido de la mísma a una velocidad endiablada, haciéndome dar un gran salto -bueno, lo que me han permitido mis 47 años-, para por escasos centímetros ponerme a salvo. Un charco bastante grandes les ha servido para, a esa gran velocidad, dejarme hecho una sopa y, además, completamente ciego de agua cenagosa.

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He gritado: ¡la matrícula! ¡canallas! Presa de un estado que puede figurarse cualquiera, he preguntado a varias personas que lo han presenciado impasibles si han visto la matrícula. Nadie ha dado una pista. Sólo yo he podido decir a la policía que era un coche Seat 600 con una bandera española. La policía me ha preguntado que a cuánto ascienden los daños materiales. Ante una pregunta tan inesperada no he sabido cuánto costará lavar un pantalón, una camisa y una cazadora. Yo digo que, si acaso, doscientas pesetas..., y así se lo he dicho al comisario (de la comisaría de Palencia).

Mí riesgo ya lo he contado. Mi delito: llevar en aquel momento el periódico EL PAIS.

Les saluda su asiduo lector que, en adelante, seguirá siéndolo.

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